«Delitos y faltas» no es sólo una de las más grandes obras maestras de Woody Allen (el cineasta que más ha influido en mí), sino dos: un drama existencialista aterrador preludio de «Match Point» y una comedia divertidísima

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Siguiendo las instrucciones de mi médico de los nervios imaginario, me he prometido una película de Woody Allen a la semana sin receta médica. Simplemente porque yo no sería yo si Woody Allen no hubiera existido, posiblemente el cineasta más influyente en mi forma de ver el mundo y la vida. Y he querido comenzar por “Delitos y faltas” no por casualidad, sino porque se trata de una de sus más inmensas obras maestras y porque cumplimos el XXX Aniversario de su estreno.
 
¿Cuál es la característica más fácilmente reconocible de una obra maestra? Que da igual el año o el momento de tu vida en el que la veas, siempre funciona como el primer día. Y estamos ante el paradigma perfecto de ello. “Delitos y faltas”son, en realidad, dos películas en una: un drama existencialista y ético de dolor y culpa que pareciere salido del insondable pozo de Bergman (cineasta imprescindible para entender a Woody Allen) y una comedia divertidísima donde Allen hace de sí mismo con diálogos brillantes y chispeantes.
 
Drama y comedia no se rozan durante el metraje de la película hasta un cierto momento concreto. Son absolutamente independientes. Y ambas son maravillosamente deliciosas. Acongoja el alma y la encierra en un puño en su parte dramática (preludio bastante expreso de su posterior obra maestra definitiva “Match Point”) con una historia de un médico rico que vive amenazado con la posibilidad de que su amante se presente en su casa y le cuente todo a su mujer; plena de carcajadas, ironía y humor negro marca de la casa en su vertiente cómica, con un Woody Allen en estado de gracia haciendo de sí mismo y con una relación de confianza y confesión con su sobrina absolutamente hilarante.
 
Todos los elementos fijos en la filmografía alleniana están presentes en esta obra maestra: el azar como única explicación del éxito y el fracaso, la muerte, las infidelidades, el sexo, la culpa, los fuera de campo, los diálogos profundos a la par que brillantes, los personajes perfectamente radiografiados, la miseria del ser humano, unos créditos y una BSO jazzística como todo fan alleniano espera… Todo en estado puro se encuentra en “Delitos y faltas”, rodada en el momento de madurez creativa más extraordinario de Allen y una de sus más grandes obras maestras.

No funciona conmigo «Origen», del sobrevalorado Christopher Nolan. Película que me resulta un potro desbocado con más acción que reflexión y que me llama al sueño en todos sus niveles

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En la segunda oportunidad que le concedo en mi vida, tampoco. Algo hay en “Origen” que me repele, que me aleja, que no causa en mí más que indiferencia y miradas disimuladas al reloj para ver cuánto le queda a su terriblemente extenso metraje para terminar. Conmigo no funciona. Y desde luego no será porque la apuesta es menor: hablamos de un proyecto de Christopher Nolan (aquel director que me deslumbró para siempre cuando se nos presentó con la obra maestra “Memento” y después…); una cinta sobre el aspecto más interesante y apasionante del ser humano para mí desde siempre, los sueños; con un elenco encabezado por Leonardo DiCaprio (el mejor actor vivo en este planeta según mi personal criterio) y con Marion Cotillard (musa incontestable); con un derroche de imaginación en el guión exuberante y a ratos excesivo; con un empaque visual sobresaliente y llamativo; y, sin embargo,… Nunca he logrado conectar lo más mínimo con esta película de muchos efectos especiales y demasiada acción para el objetivo intelectual en distintos niveles que se marca a priori.
 
La película me interesa cuanto más se acerca a la torturada mente causada por un trágico drama familiar que protagoniza el personaje de Leonardo DiCaprio, y me hace bostezar cuando incide una y otra vez en el thriller de acción trepidante que me deja absolutamente indiferente y me cansa hasta el hastío.
 
Que no pretendo yo en ningún momento negar el portento imaginativo de Nolan a la hora de confeccionar un mundo propio con un código y unas reglas precisas y que todo el conjunto funcione y sea creíble conforme avanza en niveles de complejidad (nunca mejor dicho), pero es que no me interesa absolutamente nada de lo que pasa ante mis ojos salvo lo que tiene que ver con la relación entre DiCaprio y Cotillard.
 
Todo el thriller de (excesiva) acción sobre el uso del control de los sueños para capturar los secretos del subconsciente ajeno me resultan ajenos y poco interesantes, además de adolecer de un metraje excesivo que va convirtiendo en soporífera la película por momentos y que puede llegar a desesperar al espectador. Ese rizar el rizo, ese más difícil todavía llegando a los cuatro niveles de sueño es demasiado para mi paciencia.
 
Al final, sin duda cumple su misión: invitarme a dar una cabezada.

«Lady Bird» de Greta Gerwig es la tragicomedia social necesaria y el retrato de adolescencia perfecto. Y Saoirse Ronan es una actriz inconmensurable que eleva todo lo que toca

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Lo que caracteriza a las grandes obras maestras atemporales es que, siempre que te acercas a ellas, te siguen cautivando, embelesando, emocionando y demostrando que siempre estarán frescas como una rosa. Por supuesto, fue el caso anoche de mi idolatrada “Lady Bird”, la maravillosamente perfecta ópera prima de Greta Gerwig, una película que, como ocurriera con «Boyhood» de Richard Linklater (con la que tiene más de un punto de conexión), no es una película sobre la vida sino la vida misma en imágenes, el difícil período de la adolescencia reflejado de forma honesta y realista, con su revolución hormonal, su necesidad de reafirmar la independencia personal, sus (fallidos) descubrimientos del amor, sus miedos, sus necesidades por descubrir, su dicotomía amor-odio constante hacia los progenitores… Todo ello está en sabias dosis escanciadas con mano maestra por la musa del cine indie Greta Gerwig, ahora afortunadamente reconvertida a enorme directora (su posterior película «Mujercitas», no ha hecho más que confirmarlo legándonos una versión novedosa y necesaria del clásico texto literario).

Y es que “Lady Bird” es un peliculón con todas las de la ley, una auténtica maravilla a medio camino entre el drama y la comedia que nos regala un personaje adolescente femenino prendido en nuestra alma para lo que nos quede de vida (incluso bastante superior al que nos dejó «Juno» en la película de Jason Reitman), un guión apabullante y provocadoramente sencillo y sincero, y una interpretación histórica insuperable y magistral de la joven Saoirse Ronan, mejor escrito así SAOIRSE RONAN (todo en mayúsculas) que es diosa y señora del cine de nuestro tiempo (para mí, de Elle Fanning, de Margaret Qualley y de ella es propiedad el cine que está por venir).

Porque Greta Gerwig es lista, muy lista, y sabe que podía y debía dejar todo el peso de su ópera prima sobre los hombros de esta impresionante joven actriz, porque ella puede con eso y con más. Porque prácticamente Saoirse Ronan aparece en todos los planos de la película y no cabe imaginarse una sola escena sin ella, un torbellino interpretativo maravilloso y gozoso.

Un peliculón, así con todas las letras. No es ni más ni menos que el relato de ese momento vital entre el instituto y la universidad de una adolescente con una enorme personalidad, las ideas muy claras, un descaro impresionante y un carácter arrollador. Una chica que vive en el seno de una familia humilde y que tiene que convivir en su colegio católico con adolescentes de mucha mejor posición social que ella. Hay que tener ingenio y agallas para sobrevivir en esa situación, y el personaje de Lady Bird (así se ha autodenominado ella misma renunciando al nombre de Christine que le dieron sus padres) puede con todo y con todos, y se cuela de forma definitiva en nuestra vida para siempre.

No es fácil ser la pobre del colegio de monjas, ese en el que te lavan el cerebro a tiempo completo si no derrochas la personalidad de Lady Bird (impagable escena la de la charla sobre el aborto, llena de risas inteligentes), pero si eres Lady Bird, tienes madera para superar eso y todo lo que te traiga la adolescencia, aunque no te guste una madre siempre agobiada por las circunstancias, un padre desempleado que se avergüenza de su fracaso vital, y un hermano y su novia sinceramente aterrizados desde el planeta Marte, absolutamente inexplicables.

Amo a Lady Bird y a Saoirse Ronan de forma simultánea, porque una no se puede explicar sin la otra y simplemente porque se trata de un personaje que ya me acompañará durante el resto de mis días en una película adorable que forma parte de mi colección particular de sueños cinéfilos.

El cine era esto. «Agosto» es un drama familiar sureño duro, honesto, sudoroso y despiadado, una película de mujeres al borde de un ataque de nervios, una obra maestra incontestable

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Era radicalmente imposible que no terminara siendo una obra maestra. Por eso “Agosto” lo es sin paliativos. Y un espejo tan cruel y fidedigno como portentoso como cine mostrando a las mujeres por dentro. Deberían darle un Premio Nobel a quien se le ocurrió mezclar en una misma película a Meryl Streep, Julia Roberts (en el mejor trabajo de su carrera sin duda alguna), Juliette Lewis, Julianne Nicholson, Margo Martindale y Abigail Breslin; con un guión terroríficamente certero para describir el alma humana de Tracy Letts basado en su propia obra teatral (ganadora de un Tony) basada en su propia novela (ganadora del Premio Pulitzer en 2008); y dejarlo todo en las manos de un director que sabe que debe ser discreto y dedicarse a poner la cámara donde menos estorbe para que sean sus actrices los pilares sobre los que se sostenga, y eso lo hace a la perfección John Wells.
 
A partir de ahí, las miserias de una familia, que a la postre son las miserias humanas, se despliegan a todo color ante nuestros atónitos ojos como pocas veces se ha visto antes.
Un drama familiar sureño, plagado de calor y asfixiante pequeñez cateta, como debe ser, que te atrapa de forma absoluta de principio a fin, que te hace reír, que te hace llorar, que te hace pensar, que te hace verte reflejado en lo que cuenta, que te seduce a través de personajes reales alejados absolutamente del cartón piedra, que rezuma mala leche y nihilismo por todos sus poros, pero a la vez y de forma simultánea te emociona, que te desborda por la intensidad dramática de sus situaciones tan solo un minuto antes de hacerte reír por algún disparate. O sea, un guión que sabe y puede atrapar la vida de par en par y proyectarla en la pantalla.
 
Lo que debe ser el cine. La película que yo querría rodar algún día. La historia de una matriarca alucinada por alucinógenos que no tiene más misión en su vida destrozada que destrozar también la de todos los que la rodean.
 
Todo es brillante, pero a la vez todo es creíble, auténtico y, sobre todo es un festival interpretativo de sus actrices. De mi reseña pareciere que no hubiera personajes masculinos, y por supuesto que los hay, pero son secundarios en una función que está pensada y meditada para hablar de mujeres, de lo que llevan dentro y de lo que expresan por fuera, de mujeres vivas que sufren, que tienen complejos, que ocultan secretos, que son despiadadas con ellas mismas y con los que más quieren, que esconden mucho más de lo que revelan.
 
Sus casi dos horas de metraje son etéreas y pasan como un suspiro, y te dejan deseando secretamente que ojalá fuera una serie y mañana pudieras seguir viendo qué pasa con unos personajes que te importan, que te afectan, que te han hecho sufrir a lo largo de la película, que sientes reales. Señoras y señores, eso es el cine. Te va a arañar por dentro, y lo va a hacer para siempre.

He decidido romper mi silencio y contar la verdad al mundo mundial

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Ya va siendo hora de que sepáis la verdad sobre la pandemia del COVID19 y todo lo que se oculta detrás. Me prometí no hablar, pero creo que vuestro grado de desorientación y descoordinación hace imprescindible que rompa mi silencio de forma definitiva.

El virus comunista fue creado en un laboratorio chino por China, Corea del Norte, Cuba y, sobre todo, Venezuela, siempre Venezuela, no perdáis ese nombre de vista para poder entender todo el relato que sigue a continuación (incluso si en el Mercadona ya no quedan frutos secos, debe ser porque los venezolanos se los han llevado todos para sus orgías donde sacrifican y se comen a los niños crudos previo baño maría en ron, cubano por supuesto).

El virus comunista fue directamente diseñado para matar a los españoles de bien como Dios manda (que hayan muerto otros seres humanos inferiores por no ser españoles es un detalle de menor importancia, no son más que meros daños colaterales impredecibles por el ritmo de contagio del virus comunista).

El mencionado virus comunista fue propagado directa y premeditadamente a la muy católica población española mediante la manifestación del 8M, esa que estaba plagada de feminazis-bolleras-asesinasdebebés-comunistas-bolivarianas-chavistas-populistas-etarras-creadorasdedenunciasfalsascontraloshombres. El virus no se contagiaba, repito, NO SE CONTAGIABA en ningún evento político de gentes de bien organizado en Vistalegre después de misa de 12. Ahí no, sólo entre las feminazis asquerosas porque no se lavan si se depilan como debe ser. Esa es la explicación científica que se nos oculta por parte del gobierno marxista-leninista-etarra-perroflauta.

A partir de ahí, el susodicho gobierno ilegítimo, okupa de la Moncloa mediante un golpe de estado marxista-leninista-estalinista-perroflauta propiciado por China, Corea del Norte, Cuba y, sobre todo Venezuela (nunca perdáis de vista Venezuela, os lo vengo avisando), aprovechando la pandemia causada por el virus comunista, suprimió la democracia, nos encerró en nuestras casas, nacionalizó los bancos-laseléctricas-lastelefónicas, suspendió la Semana Santa y quemó las iglesias con todos los curas dentro, obligó a todas las mujeres españolas a abortar, aplicó la eutanasia a todos los mayores de 65 años que no fueran comunistas, violó a la totalidad de las monjas de este país y nombró patrón de ¡¡¡¡España!!!! a Vladimir Ilyich Lenin.

Igualmente, obligó a jurar el Manifiesto Comunista a policías y guardias civiles para que impusieran con mano de hierro una dictadura donde es imposible manifestar crítica alguna al sistema, habiendo cerrado de facto todas las redes sociales (solo Telegram resiste al ser muy español y mucho español), prohibiendo el uso de cacerolas y sartenes (por su peligro crítico) y desde entonces sólo cocinamos en cacharros de barro o cristal, tapiando igualmente balcones y ventanas.

Todo ello, parte de un plan preconcebido para destruir la economía desde dentro, obligando por capricho (venezolano) a cerrar todos los establecimientos e imponiendo algo tan comunista como el teletrabajo, sistema que, como todos los españoles de bien saben, otorga demasiados derechos y es enormemente beneficioso para los trabajadores, todos ellos comunistas, salvo los que ganan más de 200.000 € anuales, que ya pasan a ser personas de bien.

De hecho, han derogado el concepto de España como tal porque le han entregado el poder íntegro a todas las “regiones de la España Una, Grande y Libre”, incluso en el caso de las Provincias Vascongadas y de las Provincias EspañolasCatalanas, habiendo suprimido de facto el poder estatal, nos han impuesto de nuevo como bandera la ilegal tricolor, como himno el de Riego, han suprimido la monarquía y han expulsado a Su Majestad y a toda su Gloriosa y aún más Trabajadora Familia del país, todo ello tras haber tirado sin mayor ceremonia por la tapia de enfrente los restos del Caudillo de España por la Gracia de Dios.

Pero no hemos podido enterarnos de todos estos desmanes porque se han cerrado prácticamente todos los medios de comunicación y, los que quedan, tienen que enviar sus informativos previamente a Moncloa para que sean aprobados, al igual que cualquier contenido que circula por redes sociales, con lo que nos han vetado a los españoles de bien la posibilidad de difundir bulos o noticias que nos de la gana hacer circular, sean falsas o no, pero siempre por el bien de España y de todos los españoles, habiéndosenos prohibido incluso la posibilidad de comernos la bandera de España cuando ya no quede dinero para adquirir ningún otro alimento.

Ahora ya sabéis lo que hay. Yo me voy a exiliar a Arabia Saudí, que esa sí que es una democracia y no como Venezuela.

Para emocionar con una tragicomedia sólo hace falta una buena historia, un director que deje hacer y una actriz estratosférica como Elle Fanning. Por eso «Tres generaciones» de Gaby Dellal funciona

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“Tres generaciones” es una película que resultaba totalmente imposible que no fuera buena. Simple y llanamente porque se trata de una apuesta segura con la que nada puede salir mal:
 
1. Una historia emotiva con tintes tragicómicos, donde los momentos de lágrima con las sonrisas están perfectamente medidos y equilibrados ab initio, sobre un adolescente atrapado en un cuerpo de chica que, a sus 16 años, exige el tratamiento médico adecuado para lograr ser un chico. Y lo logra sin caer en ningún momento en el sentimentalismo barato, la lágrima fácil o la situación cómica forzada. Es natural como la vida misma, es la vida misma, o sea, lo que debe ser el cine.
 
2. Ese aire con cierto pose intelectualoide que sabe presentar la comedia dramática neoyorquina (y que tanto amamos los que hijos apasionados de Woody Allen), especialmente cuando reviste todas y cada una de las características del mejor cine indie norteamericano.
 
3. Una DIOSA superdotada para la interpretación como Elle Fanning, perdón, ELLE FANNING, como absoluta protagonista de la función. Junto con Saoirse Ronan, la niña de mis ojos, el futuro absoluto del cine que ya es presente en una interpretación equidistante en cuanto al género cum laude y totalmente creíble de principio a fin. Dramática hasta la lágrima cuando hay que serlo (la escena del grito es desgarradora), divertida cuando toca, emotiva siempre. Elle Fanning no es de este mundo, es un ser nacido para interpretar y vivir delante de una cámara y esta película es prueba palpable de ello.
 
4. Un elenco de primera magnitud para acompañar en semejante periplo a la diosa Elle Fanning: Naomi Watts como su madre soltera y Susan Sarandon como su abuela lesbiana suponen una conjunción astral de talentos de la que es imposible salir indemne.
 
5. La sabia por discreta dirección de Gaby Dellal, que deja hacer a sus actrices, las que tienen que brillar, las que importan, las que van a hacer creíble una trama tan humana como conmovedora. Con gran acierto y vocación estética indie, se limita a poner la cámara donde menos molesta y dejar que se despliegue la magia de Elle Fanning y compañía.
 
A resultas de todo ello, “Tres generaciones” acaba emocionando gracias a su falta de pretensiones, a su verdad, a su humanismo, a su empatía. Es obvio que no está a la altura de “Girl” de Lukas Dhont, la obra maestra definitiva sobre el tema y con la que lógicamente tiene puntos de conexión, pero aunque «Tres generaciones» sea inferior a la película belga,te regala un agradable rato de buen cine y una sensación reconfortante en el alma.

«Mrs. Wilson» no es una gran serie, pero sí interesante gracias a la ortodoxia académica marca BBC y a una Ruth Wilson omnipresente que eleva todo lo que toca por belleza y capacidad interpretativa

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“Mrs. Wilson” no es una gran serie que vaya a pasar a la historia, pero es una buena serie. Imposible que no lo fuera manejando dos pilares fundamentales para sostenerla: el buen hacer, ambientación y ortodoxia académica de toda producción de la BBC; y, sobre todo y por encima de todo, porque se trata de una serie donde Ruth Wilson aparece en todas sus escenas. La serie es ella, se sostiene sobre sus hombros y gravita a su alrededor. Se trata de un producto cultural diseñado para que ella sea capaz de derrochar su belleza y su capacidad interpretativa a lo grande y sin cortapisa alguna. Y vaya si lo consigue.
 
Ruth Wilson (la eterna Alison de The Affair, uno de los personajes femeninos más maravillosamente inolvidables de la historia de la televisión) protagoniza (y nunca mejor dicho al ser omnipresente en la misma) una serie sobre un personaje histórico real, su abuela Alison Wilson, casada con un militar británico del servicio secreto y reconocido novelista que fallece en los años 60. Es precisamente a raíz de su fallecimiento, cuando Alison comienza a descubrir que su marido tenía una doble vida, o triple… en todos los sentidos posibles. Que no conocía absolutamente nada real sobre la biografía del padre de sus dos hijos, que todo era falso o estaba superpuesto. Y comenzará a investigar qué se escondía detrás de cada momento histórico del fallecido.
 
Todo ello con la forma pulcritud académica propia de las producciones televisivas británicas y con un gran acierto en la ambientación de las dos épocas en las que se desarrolla la serie, tanto durante la II Guerra Mundial (cuando se inicia su historia de amor) como en la década de los 60, de manera certera y preciosista.
 
Es difícil reprocharle nada a la serie, porque es exquisita, pero… no acaba de emocionarme del todo nunca (salvo en dos escenas de su último episodio que sin duda suponen una explosión dramática fantástica) y me deja la sensación de que pudo llegar a ser mucho más de lo que finalmente resultó ser. Pero claro, tan solo por poder ver en sesión continua a Ruth Wilson, ya es motivo suficiente para darle una oportunidad.

7 motivos (qué casualidad) para entender por qué «Seven» de David Fincher sigue siendo la referencia ineludible del psicothriller y la película que torció el género para siempre

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Y he reservado para culminar mi autociclo David Fincher “Seven”, con el intencionado objetivo de terminar por el principio y celebrar como merece el XXV aniversario del estreno de la cinta. Fincher decidió presentarse por la puerta grande en sociedad con un psicothriller que, en principio, pudiere parecer al uso: pareja de inspectores de policía muy dispareja (uno a punto de jubilarse de vuelta de todo y otro recién llegado pensando que puede comerse el mundo antes de que el mundo se lo coma a él), un enfermo mental con una capacidad intelectual fuera de lo común que va asesinando a personas para escribir con sangre y muerte la lista de los siete pecados capitales (gula, avaricia, pereza, lujuria, orgullo, envidia e ira, por ese orden, fundamental para poder explicar la película) y todos los elementos propios del género.
 
La pregunta primigenia que hay que hacerse es por qué es única y superior “Seven” a cualquier otra película de similar propuesta, por qué se eleva sobre el resto de psicothrillers de asesinos en serie. Creo que existen siete razones al tal efecto:
 
1. La lluvia: absolutamente todas las escenas de exteriores de la película (hasta un cierto momento cumbre) se desarrollan bajo una pertinaz lluvia constante que cae como una plaga bíblica sobre sus protagonistas. Nunca la lluvia fue más desasosegante que en esta película, más amenazadora, más terrible. Tan sólo cierta escena icónica de “Camino a la perdición” de Sam Mendes puede igualar la violencia dramática de la lluvia de “Seven”.
 
2. La forma de jugar con los encuadres de David Fincher, sobre todo a la hora de utilizar de forma discursiva el picado y contrapicado. Pura magia para quien tenga el gusto de analizarlo.
 
3. Su última media hora. Es difícil poder hablar de ello sin hacer spoilers (y jamás los hago), pero la típica película de asesinos en serie descarrila en la última media hora de esta obra maestra para caminar por un sendero tan novedoso como tenebroso e impredecible. Si aún no la has visto nunca (ya te vale en 25 años de vida de esta obra maestra), te va a resultar realmente imposible adivinar hacia dónde puede dirigirse la trama durante su tramo final. El poder del guión de Andrew Kevin Walker va a superarte a ti y a tus expectativas, y te va a golpear donde más duele.
 
4. El elenco artístico de la película no tiene parangón. Enormes y contrastados actores en el momento cumbre de su carrera. Un Morgan Freeman estratosférico, un Brad Pitt extraordinario, un Kevin Spacey descomunal, y la mejor interpretación de Gwyneth Paltrow en un papel secundario que acaba siendo piedra angular de la cinta.
 
5. La perturbadora música de Howard Shore que, volviendo a repetir el esquema de “El silencio de los corderos” (el otro gran psicothriller del cine, con el que esta película, obviamente, tiene varios e importantes puntos de conexión), logra desestabilizar los nervios del espectador compás tras compás.
 
6. La gran aportación genial de la película: que la identidad del asesino sea lo de menos, que no importe, que la investigación te atrape mucho más que el resultado, algo con lo que Fincher volvería a experimentar posteriormente en la aún más perfecta “Zodiac”.
 
7. El plano subliminal que el ojo casi no percibe y que el genial David Fincher nos cuela en el últio plano de la película, repitiendo la jugada de “El club de la lucha”.
 
Me han salido 7 puntos de análisis de esta obra maestra inmortal. Qué extraña casualidad…

Hay que ser David Fincher para, desde el preciosismo formal y la ortodoxia comercial, hacer levitar a crítica y público simultáneamente con «El curioso caso de Benjamin Button», una obra maestra nacida para el debate posterior a su visionado

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En el autociclo a David Fincher que me estoy haciendo vivir en estos días, había guardado para un esplendoroso viernes de incipiente verano su gran joya, “El curioso caso de Benjamin Button”, una película imprescindible, porque responde a muchas de las preguntas que nos hacemos constantemente cuando tratamos de mirar nuestra vida con perspectiva. Pero además es una lección magistral de virtuosismo caligráfico cinematográfico de un nivel difícilmente superable por parte de David Fincher (incluso mezclando diferentes texturas utilizando hasta el sepia del mudo en ciertos flashbacks) que, junto con “Zodiac”, supone lo mejor de su filmografía y de lo más selecto del cine de nuestro tiempo.
 
¿Cuántas veces hemos deseado saber lo que sabemos ahora pero en un cuerpo adolescente? Junto con la invisibilidad, uno de los más clásicos deseos humanos imposibles. Benjamin pudo experimentarlo por sí mismo viviendo el tiempo, como el viejo reloj de la estación de su ciudad, en sentido contrario.
 
Nació como un monstruoso bebé anciano y fue rejuveneciendo en un mundo que envejecía delante de sus ojos. Vivir en sentido contrario, no es que no sea fácil, es que resulta imposible. Y la historia de Benjamin nos lo demuestra, actualizando soberbiamente una historia de Scott Fitzgerlad y acompasada por una exquisita música de Alexandre Desplat.
 
Tirando de los recursos técnicos más admirados y admirables que atesora David Fincher, capaz de crear planos que cortan la respiración por su belleza plástica, nos cuenta cómo una anciana a punto de morir, Daisy, pide a su hija que le lea el diario de un tal Benjamin Button mientras agoniza. Es la historia de una vida imposible vivida hacia atrás, desde la decrepitud al momento en el que se es bebé, lo que ello supone para la vida de un ser humano y lo complejo que es.
 
Pero se trata también de la historia de un gran amor, que como todos los grandes amores, acaba resultando imposible. El amor entre Daisy y Benjamin está condenado, desde que él es anciano y ella una niña (memorable aparición de mi predilecta Elle Fanning, que convierte en perfecto todo lo que toca) hasta que él es un recién nacido y ella una anciana. En esas líneas paralelas de sentido contrario, resulta imposible la intersección. Y esa también es la otra moraleja que nos quiere dejar esta obra maestra imperecedera.
 
Tirando de maravillosos y logradísimos efectos especiales (bastante mejores que los de “El irlandés” de Martin Scorsese, dicho sea de paso) y de unas interpretaciones estratosféricas de Brad Pitt y Cate Blanchett, David Fincher se sabe en el momento cumbre de su estilo y es consciente que está en la encrucijada de legar al cine comercial una obra maestra sin paliativos. Y resulta cum laude en ambas cuestiones, porque la película, no es que triunfe, sino que arrasa en ambos objetivos, a pesar de su extenso metraje que nunca cansa (pero que parece ser marca de la casa Fincher).
 
Una película que alienta el debate, que emociona, que hacer reír y llorar, que expande la mente hacia posibilidades infinitas… y todo ello desde el preciosismo estético y la más ortodoxa comercialidad. Hay que ser un genio para lograrlo. Hay que ser David Fincher que, junto con Alfred Hitchcock, Billy Wilder o Alejandro Aménabar, conocen los resortes para encandilar a crítica y público a la vez, quizás lo más difícil que exista en el cine.

«Searching for Sugar Man» de Malik Bendjelloul, el mejor documental de la historia del cine, una historia real por imposibilidad de ser inventada, de fuerte compromiso social, lírica y acunada por la música de Sixto Rodriguez

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Da igual cuántas veces la veas. Siempre sigue emocionando hasta la lágrima. Jamás dejará de lograrlo. Por supuesto, nunca será como la primera vez, porque se pierde el efecto sorpresa más maravilloso que haya experimentado ante una pantalla en mucho tiempo. Pero “Searching for Sugar Man” no es una mera película documental, sino el mejor documental que he visto en todos los días de mi vida, y dudo que venga otro que pueda superarlo. Es el documental perfecto, el que yo querría rodar alguna vez, sencillamente porque, mas allá de su acertada estética sobre la que ahora después hablaré, lo que de verdad brilla es lo único que en el fondo importa: la historia que cuenta y, eso, desde luego, es insuperable en este caso, porque pocas historias del mundo serán capaces de descabalgar la biografía de Sixto Rodriguez.
 
¿Pero quién demonios es Sixto Rodriguez? Un cantautor rock que a finales de los 60 que vivía en Detroit y que era francamente bueno, incluso mejor que Bob Dylan, pero sin su suerte. Su música y, sobre todo sus letras, no tenían nada que envidiar a nadie, ni al mismísimo Dylan, textos de enorme compromiso social y aliento poético y metafórico, salidas de un músico pobre de solemnidad y artista vocacional.
 
Porque eso es Sixto Rodriguez, justo eso, un rockero de fuerte compromiso social y canciones demasiado rojas para el Detroit de la época, y seguramente más aún para el actual.. Era un don nadie que trabajaba en la construcción. Era de origen mexicano y se había casado con una nativa. Todos los ingredientes para que te sea vedado el presunto y falso sueño americano. La crónica anunciada de un fracaso comercial y personal.
 
Grabó dos discos que no compró nadie, tocaba en tugurios a los que no iban ni los obligados y, un buen día, cansado y hastiado de todo, se quitó la vida en el mismo escenario, unos dicen que de un disparo en la sien, otros que quemándose vivo. Nadie lo tiene claro. Aquí entra la mitología y la leyenda, siempre enemigas de la verdad.
 
Pero, paradójica y sarcásticamente, Rodriguez era el músico más famoso en la Suráfrica de la época, sumida y sometida tiránicamente por los fascistas del apartheid, contra los que la música de Rodriguez era un símbolo de libertad antisistema. En Suráfrica vendía más que Elvis o que The Beatles. Sus temas se convirtieron por derecho propio en el himno de la izquierda humanista y defensora de los derechos humanos de los ciudadanos negros pisoteados y segregados por el color de su piel.
No había reunión o fiesta progresista donde todo el mundo no interpretase y cantase las canciones de Rodriguez a voz en cuello, líder espiritual de la izquierda sudafricana, sobre todo su tema “I wonder”, convertido en la banda sonora oficiosa de la revolución contra el apartheid, ese sistema racista que hacía pervivir los principios del nazismo en nuestro tiempo.
 
Lógicamente, la primera pregunta que se hace “Searching for Sugar Man” es la de adónde iba tantísimo dinero de las ventas de los discos de un artista que murió pobre como las ratas. Tirar de ese hilo llevará a la conclusión más maravillosa que haya dado el cine, esa que no te debes perder jamás, y que desde luego no deja en buen lugar a uno de los mundos más duros, nauseabundos y rastreros, el de la música.
 
Por todo ello, y por muchas cosas más, para mí, la obra maestra del director sueco Malik Bendjelloul es y será siempre el mejor documental de toda la historia del cine. Por lo que cuenta y, sobre todo, por cómo lo cuenta. Una estructura de thriller policíaco, con trucos y dobles fondos maravillosos, para encandilar al espectador y narrar de forma muy personal esta historia única e insuperable que ningún guionista jamás podría haber escrito. Y todo ello a través de un preciosismo en sus imágenes (sobre todo para ilustras las canciones del propio Rodriguez) que embelesa.
Y a través de una narración con un halo de misterio y guardándose el mejor as en la manga, como las grandes historias de campamento narradas al calor del fuego de la hoguera. Con una factura técnica exquisita, y sobre todo, con las canciones de Sixto Rodriguez.
Porque si el documental ya merecía per se un hueco en la historia del cine por la excepcionalidad de la historia que cuenta y la forma de dosificarla en su propuesta, es la música de Rodriguez la que eleva la cinta a ser el templo del documental, para mí, el mejor que se haya hecho nunca por los siglos de los siglos.