«Persona» sigue siendo magnética y pedantemente incomprensible 50 años después. Ese es el gran triunfo de Ingmar Bergman

persona-2La mayor parte del cine que me entusiasma bebe de las fuentes de Ingmar Bergman. El propio cineasta sueco siempre considero que “Persona” era su obra maestra. Han pasado 50 años de su estreno esta semana y ello obligaba a una revisión del film, aunque haya que inspirar profundamente antes de reencontrarse con ella. Porque sigue siendo tan bella y subyugante como incomprensible y críptica.
 
Si eres de esos espectadores que necesitan entender cada plano filmado y el sentido profundo de cada línea de guión, te has equivocado de todas todas, amigo, con este film. Más te vale salir corriendo antes siquiera de que empiece a proyectarse.
 
Y es que te enamoras de muchos de sus planos, de la soberbia interpretación (una silente y otra verborreica, como dualidad perfecta) de sus dos actrices (al final una sola, porque Ingmar Bergman llega a fundir en un mismo primer plano la mitad del rostro de Bibi Andersson y el de Liv Ullmann, en una metáfora visual insuperable), pero la historia que nos quiere contar, entenderse, se entiende poco.
 
No vayas a coger un complejo de tonto si no comprendes todos y cada uno de los hilos de la madeja del guión de Bergman en esta cinta. No creas que eres retardado si no entiendes qué pasa al final. Nadie lo entiende. Ni el propio Bergman. No trates de interpretar la aparición del marido de Elisabeth (si alguien trata de explicártelo, es que es un pedante haciéndose el listillo contigo), ni el prólogo conceptual y metafórico del principio y que reaparece justo a la mitad del film (sencillamente son imágenes impactantes sin sentido alguno, por más que muchos sesudos se lo sigan buscando 50 años después), ni mucho menos por qué Bergman repite un monólogo desde otro ángulo de visión en el tramo final de la película.
 
Pero, a pesar de ser inexplicable, es bellísima y maravillosa. La fotografía de Sven Nykvist puede ser la mejor de la historia del cine, y buena parte de los monólogos de Bibi Andersson son de una intensidad inexplicable (por supuesto, la narración del episodio de la playa y la carga sexual que tienen las palabras a pesar de no apoyarse en imagen alguna).
En conclusión, sigue siendo maravillosamente incomprensible 50 años después. Esa es la magia del genio del Ingmar Bergman.

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