Nos sobran los motivos para el Primero de Mayo

SER
Aquí os dejo mi columna de opinión que, como cada Viernes, se emite en Cadena SER Radio Granada, a las 8:50 horas:
 
El próximo lunes es Primero de Mayo. Sabemos que no está de moda esta manifestación, que esta temporada se llevan otras. Sabemos que gritar en la calle para defender los más elementales derechos de los trabajadores ya llega tarde porque dejaron de respirar hace tiempo. Sabemos que los sindicatos tienen defectos, muchos, pero que alguien señale con el dedo qué otra institución aún tiene crédito en nuestra extinta democracia. Y no olviden algo importante: la manifestación no se convoca para apoyar a los sindicatos sino para luchar contra el peor estado de la situación laboral que se haya conocido en este país desde hace un siglo.
 
Ustedes lo saben: en Granada no se crea empleo; se le llama trabajo a contratos de una hora donde el trabajador acaba desarrollando su labor durante 12; los salarios son de miseria; las inspecciones de trabajo no existen; el contrato indefinido es un lince ibérico en peligro de extinción; la negociación colectiva descansa en paz; los empleados son despedidos por ponerse enfermos o por quedarse embarazadas; el Estatuto de los Trabajadores ya ni se tiende al sol de lo papel mojado que resulta.
 
Vayan a la manifestación. Y vayan también contra una Europa que, para blindarse frente al peligro nacionalista de extrema derecha y racista, es cada día un poco más nacionalista, más de derechas y más racista.

«La vida de Pi», otra superficial muesca en la sobrevalorada filmografía de Ang Lee

La vida de Pi
Ang Lee es un director palomitero, superficial, comercial, epidérmico, vendedor de humo, insustancial, vacío y superfluo. Pero, por encima de todas las cosas, sobrevalorado, muy sobrevalorado. Eso sí, en su haber cuenta con dos flautas que sonaron y se convirtieron, aún no entiendo a día de hoy cómo es posible, en dos obras maestras imprescindibles para la historia del cine: “La tormenta de hielo” y “Brokeback Mountain”. Todo lo demás, puede servir para combustible de una barbacoa primaveral.
 
“La vida de Pi” es prueba empírica de lo dicho. Superficial, epidérmica, beata, cargada de filosofía del todo a cien, no es más que fuego de artificio para mayor gloria del 3D. Sin sustancia, sin guión, sin una historia creíble que contar, sin personajes, solo pirotecnia visual prefabricada en ordenador a mayor gloria del puesto de palomitas de la puerta.
 
Mal interpretada, peor diseñada, un guión que muestra la oquedad del vacío de la cabeza de su creador, puro almíbar ilusionista sin nada que transmitir y con un confuso mensaje que trasladar, un panteísmo infantiloide barato e insustancial.
 
Mero ilusionismo para ojos poco cinéfilos a mayor gloria de una historia tontorrona y fútil que no aporta, ni enriquece más que a los vendedores de gafas de 3D. Prescindible historia de niño náufrago con exceso de imaginación y sobredosis de fe de mercadillo que parece mentira que saliera del creador de esas dos obras capitales para conocer la esencia del ser humano, “La tormenta de hielo” y “Brokeback Mountain”, afortunadas excepciones magistrales en la filmografía de un mediocre creador. Ahora entiendo por qué he tardado tantos años en animarme a verla.

…Y la vida nunca vuelve a ser igual tras el antológico final de Mad Men

Mad Men Final
Las grandes series deben tener un final sublime. Mad Men es una de las cosas más grandes que le ha pasado a la historia de la TV y merecía un final a la altura de su perfección inmaculada y absoluta. Y lo tuvo. Anoche terminé de paladear por segunda vez en mi vida el final de Mad Men, esa huida hacia delante de Don Draper con doble sentido de ida y vuelta, ese clic en su cabeza que deja abierto un futuro insondable para uno de los personajes más torturados y cautivadores a la par de la historia del audiovisual, junto con mi Nate Fisher de A Dos Metros Bajo Tierra.
 
Hace muchos años que se me acabaron los calificativos grandiosos para Mad Men. Simplemente, una de las grandes piedras angulares de la formación obligatoria de cualquier cinéfilo, a la altura de A Dos Metros Bajo Tierra y Los Soprano. Para mí, el pódium está con estas tres, seguidas muy de cerca por Breaking Bad y The Wire, que forman el Olimpo indiscutible de la inmortalidad televisiva.
 
No voy a glosar de nuevo todos los calificativos elogiosos que Mad Men merece, porque solo hay que verla para saber que siempre me quedaré corto. Cuando un producto es perfecto, insuperable, intocable, absoluto, cerrado, equilibrado e inolvidable, solo cabe aplaudir cuando llega su final hasta que te sangren las manos, porque nunca será para menos.
 
El final de Mad Men, hijo de la filosofía y la sociología de los 70 en la que está ambientado, era el punto y final maestro, el brochazo magistral definitivo y definitorio de una de las cosas más grandes que mis ojos han visto durante toda su existencia.
Nada vuelve a ser igual después del spot final con el que se cierra Mad Men. Gloria eterna.

«Mud», la película iniciática perfecta creada por Jeff Nichols, uno de los grandes cineastas de nuestro tiempo

Mud
Jeff Nichols es uno de las más grandes cineastas de la actualidad. Revisitar “Mud “ es la mejor prueba de ello. Cuando un film nace para ser eterno, cuando trasciende e incluso crece con el recuerdo, cuando la historia toca el mismo cielo que la caligrafía cinematográfica con la que está narrada una poderosa y eterna historia, entonces es que estamos ante una obra de arte perfecta: “Mud”.
 
Es una historia iniciática, desarrollada alrededor de la mirada limpia de un niño que está dejando de serlo para convertirse en ese embrión de hombre que se va formando en ese proceso humano llamado adolescencia. Es el momento de descubrir la amistad por encima de todas las cosas (y para eso está Mud), de descubrir que el amor es lo más maravilloso de la vida (y para eso está Mud), de descubrir que el amor puede llegar a ser lo más miserable de la existencia y lo que puede arruinarla (y para eso está Mud), de descubrir que la familia es menos perfecta y estable de lo que uno había percibido durante la infancia, de mirar más allá de la puerta de casa para encontrar vecinos con secretos, y una naturaleza salvaje y agreste como solo en la ribera del Mississippi puede llegar a ser.
 
Porque esa es otra. La historia iniciática no podía ser en cualquier lugar. Respira en la humedad asfixiante y sudorosa de los meandros e islas del Mississippi, en la América más profunda y rural, en una casa que flota sobre el río, como metáfora de todo lo que está por venir en una historia que, una vez vista, te atrapa de por vida.
 
La capacidad visual de Jeff Nichols es prodigiosa, perfecta, sublime, clásica, única, embaucadora, absorbente, etérea, inmortal, mágica. Pero todo cede ante su portentoso guión, una revisitación actualizada del mejor Tom Sawyer, donde todo embelesa y enamora.
 
El primer amigo adulto, el primer amor, el primer desengaño, la primera aventura traspasando los límites de la ley, el primer secreto, el primer destrozo familiar, el primer beso. Pocas veces una historia iniciática (y vuelvo a usar una vez más con consciencia y coherencia el concepto) ha brillado tanto y de forma tan sublime.
 
Y todo sostenido por dos pilares: la dirección exquisita e insuperable de Jeff Nichols y la interpretación de Matthew McConaughey, creando un inolvidable personaje descuidado y dejado al rumbo de su azaroso destino que sabe modelar de la nada como nadie desde que se dio cuenta que es un actor eterno sometido a un cuerpo de actor mediocre y busca la perfección a través de la fealdad física.
 
Cuando contrastas que Jeff Nichols es el mismo autor de “Take Shelter”, entonces caes en la cuenta de que estás delante de la obra de uno de los grandes, nacido para trascender y pasar a la historia del cine como uno de sus más excelsos narradores.
 
Podría decir muchas cosas sobre “Mud”, pero todas ellas se resumen en un solo mandamiento: debes verla porque es la película iniciática perfecta.

«The Honorable Woman», buena serie de la BBC, desilusionante aproximación al conflicto palestino-israelí

The Honorable Woman
Desde que tengo recuerdo, el conflicto entre Israel y Palestina siempre ha captado mi atención y preocupación por encima de cualquier otro evento internacional. Por eso acogí con enormes esperanzas “The Honorable Woman”. Y porque es una serie de la BBC, y eso siempre son palabras mayores por definición, modelo de una tele pública de la que jamás disfrutaremos en nuestro país por imposibilidad-imbecilidad.
 
Tengo que decir que, como serie, me ha decepcionado. O mejor dicho y para ser justos, aunque no sea mala, que no lo es, todo lo contrario, no me ha dado lo que yo esperaba de ella.
 
Pensé que se centraría en el eterno conflicto de las franjas de Gaza y Cisjordania a través de la historia de unos personajes. Muy al contrario, es la historia de los personajes y los espías que los rodean lo que predomina, y la lucha palestino-israelí acaba siendo finalmente tan solo un telón de fondo para desarrollar una compleja (a veces en exceso) trama de espías.
 
Tiene otro grave defecto: los golpes de efecto llegan demasiado tarde en el desarrollo del guión y, o yo me he vuelto listo de más en estos últimos tiempos, o los vi venir de lejos desde el primer momento. En cualquier caso, su lento ritmo (para mí eso suele ser una virtud más que un defecto en una serie) acaba lastrando el interés, que tan solo despierta en un par de episodios, especialmente en el 7, donde todo estalla.
 
Pero no quisiera con este análisis dejar entrever que mi opinión es negativa sobre esta obra de la todopoderosa BBC. Ni mucho menos: es una buena pieza de orfebrería de espías, donde todo está pensado, repensado y alambicado (a ratos en exceso) y que goza de grandes interpretaciones y una puesta en escena mucho más que notable.
 
Además, el aspecto formal está cuidado mucho más que en la gran mayoría de producciones cinematográficas que se proyectan en pantalla grande, con un par de planos de alarde a través de reflejos en espejos ciertamente notorios. Y un esteticismo en la filmación de la violencia muy de Scorsese o Coppola, que siempre agradece el buen cinéfilo.
 
Simplemente, es una correcta serie que no me dio lo que esperaba de ella.

Granada crucificada

Ser
Aquí os dejo mi columna de opinión que, como cada Viernes, se emite en Cadena SER Radio Granada, a las 8:50 horas:
 
Por si la situación económica del Ayuntamiento de Granada no fuera suficientemente asfixiante, producto de una oscura pesadilla de quien siempre creyó en el ahora discutido axioma de que la derecha es la única que gestiona bien frente al dispendio de los rojeras, ahora nos llega una sentencia pidiendo sacar aún más pasta del agujereado bolsillo del depauperado Baldomero Oliver.
 
Es obvio que, llegados a esta situación, solo caben los milagros. Y yo ya tengo candidato para obrarlos: solo un político de Granada entra a los actos de campaña (con el derecho por delante en este caso) a los sones de una banda de cornetas y tambores. Como si de un paso de misterio de nuestra Semana Santa se tratase, puro arte costalero dispuesto a multiplicar panes y paces. El candidato santificado que creará euros de la nada.
 
Porque Granada es una ciudad cargada de fe, donde las bandas de las hermandades tocan en actos políticos, donde semejante esperpento intragable no tiene consecuencias para nadie, donde las cofradías hablan demasiado de política y en la sede de algún partido se habla más de cofradías que de estrategias. Hermandades politizadas encantadas de serlo, partidos cofrades, candidatos bendecidos con marchas, Granada crucificada en el calvario de las deudas.

«Mar adentro», el inmortal grito de Amenábar contra la hipocresía que impide afrontar la eutanasia

Mar adentro

 

Como cada año por estas fechas, tengo el privilegio de asomar a mis alumnos norteamericanos al gozoso abismo de la perfección de “Mar adentro” y, a pesar de tener que verla anualmente y la fatiga que podría suponer saberme sus diálogos de memoria literalmente, me sigue fascinando como el primer día en cada visionado. Fresca, nueva y limpia por más años que pasen y más cursos en los que la proyecte. Por eso es por lo que hablamos de una obra maestra inmortal.

Está muy manido y visto, pero es que es cierto: Alejandro Amenábar es el Hitchcock de nuestra época. Capaz de contentar a crítica y público a la vez, de cargar de dignidad al cine comercial, de llenar salas y arrasar entre los sesudos críticos con la misma fórmula. Lo tiene todo. Sobre todo en ésta, su obra más redonda (junto con “Ágora”).

Pero este film vino para llenarnos la vida, porque más allá del mérito magistral de Amenábar como director y guionista, está la interpretación antológica e inmortal de Javier Bardem, reencarnándose directamente de una forma ciertamente milagrosa en uno de los personajes más relevantes del pensamiento moderno de este país, Ramón Sampedro, y su lucha sin cuartel contra todo y contra todos por el derecho a morir dignamente.

Su metraje demuestra la precisión de un reloj suizo donde nada está integrado al azar sino que responde a alguna intención concreta y exacta de su genio creador. La capacidad visual innata de Amenábar se desparrama a lo largo de todo su metraje dejando escenas para el recuerdo (como el vuelo del protagonista desde su dormitorio a la playa).

Y, por si todo eso fuese poco, está su música, la compuesta por el propio Amenábar para el film y la que se cuela entre sus escenas procedente de Carlos Núñez o Luz Casal. Sencillamente sublime.

De entre el ramillete de films con los que el cine de este país puede presumir frente a cualquier cinematografía habida y por haber, éste ocupa su lugar por derecho propio, como grito iracundo contra el beaterío y la hipocresía que impide afrontar la regulación de una vez por todas de la eutanasia en un país que es menos aconfesional de lo que dice su Constitución.

Una espera sin esperanza

Ser
Aquí os dejo mi columna de opinión que, como cada Viernes,se emite en Cadena SER Radio Granada, a las 8:50 horas:
Ustedes no lo saben porque no son crédulos, pero yo sí. Hace frío en las noches de primavera en Granada. Sobre todo para alguien como yo, que cumple hoy una semana de espera sentado al raso en esta parada del Metro.
 
Tengo fe ciega en las autoridades en lo que se refiere a la inauguración de cosas, por esa fijación cuasi-sexual que tienen de mostrar a los medios sus dientes blanqueados tijeras en mano.
 
Y sueño con el momento de compartir portada con los políticos inauguradores como el primer granadino raso que se pasea en el Metro, a pesar de su estrecho horario de uso ab initio.
 
Y aquí sigo en la parada sentado desde hace una semana. En una espera ya desesperada. La barba crecida, la mirada vidriosa por el cansancio, la higiene corporal abandonada a su suerte, las extremidades entumecidas por el frío nocturno. Pero no llega. No me atrevo a irme no vaya a ser que Murphy impere justo en ese momento.
 
No sé qué pasa. Lo mismo este retraso se debe a que el dichoso Metro ha colisionado con el AVE a su llegada a Granada. En cualquier caso, eso sí, mantengo intacta mi credibilidad en los todos los políticos que me gobiernan con mano diestra.

«La próxima piel», un cruce rural de thriller hitchcockiano y drama familiar

La próxima piel
“La próxima piel” de Isaki Lacuesta e Isa Campo es una buena peli que pudo ser muchísimo mejor. Algo hay de su propuesta, quizás que la explosión definitiva y necesaria llega demasiado tarde, que la aleja de ser un gran film y lo deja en correcto.
 
Es la historia de Ana (soberbiamente interpretada por Emma Suárez, papel por el que ganó el Goya en esta última edición) que ha encontrado a su hijo tras una década de estar desaparecido. Lo es o no lo es. A eso juega muy bien la cinta, a trastabillarte durante su metraje.
 
Y todo, además, y éste es el gran acierto del film, se desarrolla sin salir del mismo asfixiante entorno, un personaje más, de la zona más agreste del Pirineo catalán, siempre nevado y rezumando frío por cada fotograma.
 
El juego macabro se desarrolla ante nuestros ojos a punto de explotar a cada instante, pero nunca acaba de hacerlo hasta que se logra en su última escena, quizás demasiado demorada y tardía para que el interés se mantenga en lo más alto desde su arranque.
 
Lo mejor que tiene el film, eso sí, es cierto tono real de documental que Isaki Lacuesta (autor de la soberbia “La leyenda del tiempo”) le imprime a toda la película, la cual es una apuesta interesante sin ser espectacular, un cruce rural de thriller hitchcockiano y drama familiar.