Debería ser obligatorio verla para todo el que pretenda sobrevivir en mitad del capitalismo que nos asola y nos asesina. Fernando León de Aranoa ha vuelto a ser el que era y por la puerta grande. Aquel autor que cuajó la, para mí, mejor película de la historia de nuestro cine, “Los lunes al sol”, ha vuelto a obrar un milagro de aquella misma magnitud creando el reverso tenebroso de la primigenia historia que nos fascinó para siempre. Quizás algo tenga que ver que Javier Bardem y Celso Bugallo repitan en su plantel artístico, porque el resultado final es equiparable como su segunda mitad natural.
Lo que siempre elevó el mejor cine de León de Aranoa (y estamos con esta cinta en la cima del mismo) por encima del resto fueron sus diálogos y la creación de unos personajes secundarios inolvidables y eternos (el Amador de Celso Bugallo en “Los lunes al sol” como paradigma de mi tesis: “Lo importante no es si nosotros creemos en Dios, sino si Dios cree en nosotros. Y Dios no cree en nosotros, así que estamos jodidos”). De ambas cuestiones está sobrada “El buen patrón” tanto como “Los lunes al sol”.
Y es que, más allá de la tesis doctoral interpretativa de Javier Bardem que lo eleva hasta cotas inalcanzables por ningún otro ser humano, omnipresente en todas las escenas de la película, el corazón levita y comienza a entender la magnitud de la genialidad de esta obra maestra conforme va recordando secundarios que se han quedado a vivir en él para siempre: desde el trabajador despedido que acampa en el terreno municipal ubicado frente a la fábrica hasta el desorientado engañado igualmente adúltero que interpreta el portentoso actor andaluz Manolo Solo, pasando por la becaria presuntamente seducida por el patrón que encarna la apasionante Almudena Amor o ese vigilante de seguridad siempre apostado en la puerta que deja algunos de los momentos más hilarantes del cine de los últimos años.
La clave de bóveda que hace de esta película una pieza inmortal es el uso del humor para narrar cosas muy serias. Ese es el secreto de su éxito absoluto. Un humor inteligente, ácido, corrosivo, muy negro, cáustico, el sarcasmo como líder de la función, para lograr que el espectador, escena tras escena, se ría de auténticos dramas con los que el criminal capitalismo nos castiga y en los que todos nos sentimos representados de una manera u otra.
Porque “El buen patrón” es probablemente una de las críticas más rotundas y absolutas al sistema capitalista jamás narradas, a la altura (y no exagero) de “El apartamento” de Billy Wilder y utilizando precisamente el mismo tipo de humor como arma de destrucción masiva de una forma de vida y de economía que destruye al ser humano de forma inmisericorde. Porque en varias ocasiones durante su visualización hizo Fernando León de Aranoa que evocara la obra maestra de Billy Wilder, el dios de la comedia, y que llegara a pensar que no nos encontrábamos ante una obra ni mucho menos menor con respecto a su referencia más directa.
Es evidente y sobra decir que también algunos aires de “Los lunes al sol” (insisto en considerarla la mejor película hecha en Estado) se pasean por su metraje porque, en el fondo, comparte temática y objetivo, si bien aquélla fijaba su vista en la parte débil, en los perdedores, y ésta lo hace en un empresario impresentable, estafador, repugnante, zafio, de un paternalismo bochornoso y con veleidades sexuales respecto a las becarias bastante impresentables. La vida misma. Javier Bardem se crece (y eso hablando del mejor actor de este país con permiso de su/mi dios Juan Diego) y clava a semejante sinvergüenza con una fuerza y una clarividencia sin precedentes.
Borda la formación de una catarata de carcajadas que provocan la profunda miserabilidad de un aparente buen patrón que es, sin embargo, una auténtica víbora que destruye todo lo que encuentra a su paso sin piedad alguna pero con una sonrisa angelical y bonachona pintada en la cara. No por casualidad es “El buen patrón”. Cierra el círculo perfecto al guión prodigioso de Fernando León de Aranoa la luminosa dirección de fotografía de Pau Esteve Birba.
La acertadísima música de Zeltia Montes acompasa las desventuras de una fábrica de balanzas que deja una serie de tics imborrables una vez vista, como la propia que preside la entrada a las instalaciones de la empresa. Y la presencia de Almudena Amor en el papel de becaria quizás no tan inocente es de esos que te pintan una sonrisa, ésta sí auténtica en la cara, de justicia acertada por una vez en la vida.
Y es que, a la postre, uno acaba pensando que algo del mejor Berlanga y Azcona ha inspirado el guión de Fernando León de Aranoa y ha resucitado esa comedia con mucha mala leche y segundas intenciones que vapuleó la dormida sociedad franquista, así como que quizás ha venido a hacerlo precisamente en el momento más oportuno para ello cuando muchos de esos aires están soplando de vuelta.