Fantástica en unos aspectos pero desilusionante en otros, «The offer» es una serie que todo amante del cine debería ver para conocer los entresijos de «El Padrino», a pesar de su tono hagiográfico y cómico que no la benefician

Fantástica en unos aspectos pero desilusionante en otros, «The offer» es una serie que todo amante del cine debería ver para conocer los entresijos de «El Padrino», a pesar de su tono hagiográfico y cómico que no la benefician

Hay un aspecto de “The offer” que me apasiona, pero otro al que no perdono por no haber logrado ser lo que debería ser una serie sobre los entresijos de la creación, rodaje, estreno y distribución de “El padrino”, sin duda la mejor película de la historia del cine (con permiso, para mí, de “Érase una vez en América” de Sergio Leone, unos milímetros superior).

Tener el valor de introducirnos en todo lo que rodeó a la creación de uno de los fenómenos de la cultura popular más importantes del siglo XX no tiene precio y debemos agradecerlo. Mi problema es el cómo, sobre todo dos factores que han devaluado el producto ante mis ojos:

1.Las excesivas vueltas de tuerca de su guión, que suponen y exigen del espectador una suspensión de la realidad y que llevan al producto a derroteros increíbles, apartados de la lógica y que, en algún momento concreto, incluso desbarran. Una historia tan real como conocida merecía un respeto pulcro por la verdad y la consistencia de lo narrado y no convertirla en la hagiografía del productor de “El padrino”, a ratos camino de la santidad más que de la humanidad. No deja de ser una producción de Paramount a mayor gloria de Paramount basada en un texto de Albert S. Ruddy a mayor gloria de Albert S. Ruddy.

2.El tono de comedia constante, a ratos forzada, que no le favorece nada. Pasaron cosas complejas y serias en un proceso creativo muy difícil y el tono de comedia (con algunos gags que no funcionan) me ha chirriado de principio a fin. También algunos personajes que son puro cartón piedra.

Pero, dejando aparte el debe, el haber de la serie es maravilloso, sobre todo porque hace gala constante de una virtud que me encanta: siempre se queda en el momento justo de gritar “¡Acción!”, tratando al espectador como un ser inteligente y apelando a sus emociones y sus recuerdos sin devaluar la creación artística de Francis Ford Coppola.

También ofrece la serie uno de los mejores openings de los últimos tiempos, visualmente apasionante y favorecido por la espléndida música de Isabella Summers que va a perdurar en tu memoria. Al igual que resulta espléndidamente setentera la dirección de fotografía de Salvatore Totino y Elie Smolkin.

Otra pieza fundamental del mejor cine de la historia, el de la década de los 70, «Chinatown» supone la reformulación del género negro clásico de detectives demostrando la capacidad ilimitada de Roman Polanski

Otra pieza fundamental del mejor cine de la historia, el de la década de los 70, «Chinatown» supone la reformulación del género negro clásico de detectives demostrando la capacidad ilimitada de Roman Polanski

Estamos ante la mejor década de la historia del cine, los 70. Algo ocurrió en las profundidades de Hollywood que hizo que despertara, decidiera hacer cine adulto y maduro, complejo y de extrema calidad, trascendiendo el entretenimiento. Ello coincidió con la mejor generación de cineastas que haya existido nunca y las obras maestras se fueron sucediendo unas a otras en cascada inagotable. En mitad de semejante paraíso cinéfilo, apareció “Chinatown” de otro de esos genios, Roman Polanski, que venía de triunfar sin límites en los USA con “La semilla del diablo”, y que aquí se permite reformular el thriller de detectives privados para llevarlo hasta límites antes nunca alcanzados.

De nuevo ambientando en los años 30, donde siempre miraba aquel cine perfecto que me convirtió para siempre en un cinéfilo empedernido. El magistral, en su convencionalismo con las constantes del género, guión de Robert Towne, en esta ocasión, nos adentra en una ciudad sedienta como Los Angeles, en plena sequía. Las peleas políticas y económicas por el agua son terribles, el agua es el motor de todo en una ciudad al borde del colapso. Y, en mitad de todo ello, una mujer contrata a un detective privado para que investigue el posible adulterio de su marido, el Jefe del Servicio de Aguas de la ciudad. A partir de ahí, como en todo buen thriller que se precie y éste es uno de los mejores que se hayan rodado nunca, la trama se irá complicando y la historia irá presentando más capas que una cebolla, porque todos sus personajes tienen mucho que esconder.

Todo ello a través de una dirección portentosa de Polanski siguiendo la senda estética de aquel brillante cine de época setentero que marcó mi vida para siempre, el mejor que se haya rodado jamás. La árida y luminosa dirección de fotografía de John A. Alonzo no la olvidarás jamás una vez vista, como tampoco la partitura musical de Jerry Goldsmith.

Y luego está el impresionante equipo artístico de la cinta: el protagonismo de un omnipresente en todas las escenas Jack Nicholson es estratosférico, como el trabajo de la diosa Faye Dunaway (una de las mejores mujeres fatales que haya dado el cine negro), John Huston (en su versión como actor) o la aparición en un cameo del propio Roman Polanski protagonizando una de las grandes escenas del Séptimo Arte abriendo con una navaja un buen tajo en la nariz de Jack Nicholson. Pura historia el cine.

«Hasta los huesos» pertenece a la otra personalidad de Luca Guadagnino que no soporto (la contraria me fascina): cine de terror adolescente anodino (lamentable mezcla de «Crudo» y «Déjame entrar») aunque fascinante visualmente

«Hasta los huesos» pertenece a la otra personalidad de Luca Guadagnino que no soporto (la contraria me fascina): cine de terror adolescente anodino (lamentable mezcla de «Crudo» y «Déjame entrar») aunque fascinante visualmente

Me parece cada vez más evidente que Luca Guadagnino tiene doble personalidad: la cara A es un cineasta portentoso capaz de conformar historias que nos encogen el alma y se quedan a vivir con nosotros  para siempre (“Call me by your name”, “Cegados por el sol”, “We are who we are”…); pero, tras ésta, existe una versión B de Guadagnino que me resulta insoportable (“Suspiria” o “Hasta los huesos” forman parte, por desgracia, de ella). En el caso de esta última, además, trata de mezclar hasta el ridículo dos obras maestras de cine europeo de la dimensión de “Crudo” de Julia Ducournau y “Déjame entrar” de Tomas Alfredson.

Parto de la base de que, a pesar de que no me ha gustado en absoluto “Hasta los huesos”, es infinitamente mejor que “Suspiria”, porque            en la cara B de Guadagnino se pueden hacer distinciones. No obstante, para mí es un producto netamente frustrado en el contenido y lo conceptual, aunque espléndidamente rodado desde el plano visual, como no podría ser de otra forma tratándose del gran cineasta italiano.

“Hasta los huesos” es un fracaso absoluto a lo largo de sus tediosos e interminables 130 minutos, sobre todo, por su esperpéntico guión. Como si de un Stephen King en horas (aún más) bajas se tratase, Dave Kajganich adapta a la gran pantalla una novela de Camille DeAngelis. No sé si la culpa primigenia está en el texto literario o no, y probablemente nunca lo sabré porque no tengo intención de leerme la novela. Lo único que tengo claro es que se trata de un despropósito absoluto.

Es una historia de amor entre dos adolescentes (bien), en formato “road movie” (genial), atravesando los USA (maravilloso), pero… el problema es que lo que los une es que ambos son “devoradores”, es decir, zombies educados de instituto americano, vivitos y coleando y con sus problemas adolescentes propios, pero que les va la carne humana más que la del McDonald´s, lo cual resulta hasta razonable.

Resulta bastante interesante la interpretación de su joven protagonista, Taylor Russell, y reincidente (no por ello mediocre) la de Timothée Chalamet que, cuando de el estirón, no tengo claro qué va a hacer con su vida sin poder encarnar a jovencitos rebeldes.

Su partitura musical es previsible y cansina, pero la fotografía que firma Arseni Khachaturan derrocha una notable textura y una ambientación ochentera perfecta.

Aunque estéticamente superada y de escasa calidad, el testimonio histórico y periodístico que ofrece «El caso Almería» de Pedro Costa justifica su visionado, especialmente en esta sociedad neofranquista en al que habitamos

Aunque estéticamente superada y de escasa calidad, el testimonio histórico y periodístico que ofrece «El caso Almería» de Pedro Costa justifica su visionado, especialmente en esta sociedad neofranquista en al que habitamos

Cinematográficamente, ha pasado mal el tiempo por “El caso Almería” pero, como testimonio histórico y periodístico, sigue siendo imprescindible para conocer la cara muy oscura de la Guardia Civil de aquel momento y de una democracia aparente con demasiados tintes franquistas que está de regreso, si es que se fue del todo alguna vez.

Estéticamente, es la obra de un tiempo de nuestro cine afortunadamente superado donde el cuidado plástico y la caligrafía visual no era perdurable. Pedro Costa realiza tan meritorio film sin una vocación pictórica esteticista pero con un interés documental valiente y agresivo. Y hay que reconocer la osadía del guión en una cinta de 1984, con Tejero muy presente aún en la conciencia del Estado, para afrontar un tema tan peliagudo. Hubo muchos disturbios en las salas de cine que proyectaron la cinta. En Granada lo sabemos bien, porque nos costó ver un cine en llamas en una ciudad que se caracteriza por tener “la peor burguesía” (no lo digo yo, lo dijo un tal Federico García Lorca). Dicho sea de paso, no creo que hoy día el revuelo hubiera sido menor porque la evolución ha sido nula desde entonces.

El 10 de Mayo de 1981, tres jóvenes que se dirigen a Gérgal (Almería) para la Primera Comunión del hermano de uno de ellos son interceptados por la Guardia Civil y confundidos con terroristas de ETA. Sin piedad ni consideración alguna, sin comprobación ni rigor, con una suficiencia fascista que pone los pelos de punta, desaparecen y nunca vuelve a saberse nada de ellos.

La película bucea a pulmón sobre estos hechos basándose en la sentencia firme que recayó sobre el procedimiento judicial, siendo la reconstrucción de la propia vista oral del juicio la que ocupa la segunda mitad del metraje.

En cuanto al reparto, tan sólo con relacionar los nombres de sus protagonistas ya se entiende que es una cinta que recae en el portento interpretativo de su elenco artístico: Agustín González, Manuel Alexandre, Fernando Guillén, Antonio Banderas, Juan Echanove, Iñaki Miramón… Ahí es nada.

Y ojo a dos nombres propios de nuestra cinematografía que concurren en esta cinta: el gran José Luis Alcaine como director de fotografía otorgando una textura totalmente documental propia de la época y la extraña y desorientadora partitura musical original compuesta por Ricard Miralles (el pianista y músico de cabecera de Joan Manuel Serrat).

Nuestra personal visión del tema del falso culpable tiene un hito en «El crimen de Cuenca» de Pilar Miró, la cual, junto con «El caso Almería» de Pedro Costa, suponen las más valientes denuncias contra la brutalidad policial

Nuestra personal visión del tema del falso culpable tiene un hito en «El crimen de Cuenca» de Pilar Miró, la cual, junto con «El caso Almería» de Pedro Costa, suponen las más valientes denuncias contra la brutalidad policial

Pilar Miró es un nombre propio imprescindible para entender nuestra cinematografía. Por la personalidad única de sus dramas intimistas, pero también por la valentía de sacar a la luz los relatos más terroríficos de nuestra historia, como en el caso de “El crimen de Cuenca” (1980). Junto con “El caso Almería” de Pedro Costa (1984), las dos grandes cintas de denuncia contra las malas artes de la Guardia Civil y de las fuerzas reaccionarias que la dominaban de las que puede hacer gala nuestro cine.

Pilar Miró, en una ambientación rural cuidada al máximo, nos transporta hasta la Castilla profunda en la década de 1910. En un pueblo conquense asfixiado por una sociedad católica y ultraconservadora que tenía entre ceja y ceja a todo progresista que sacara medio pie del tiesto, desaparece un hombre. Pronto el pueblo culpa a dos jornaleros activistas, amigos inseparables, y son detenidos por ello.

Para lograr obtener una confesión de un delito que no habían cometido, tanto el cacique del pueblo, con la connivencia del párroco, y Juez de Instrucción ordenan a la Guardia Civil todo tipo de torturas para obtener la confesión de los detenidos. Pilar Miró no nos ahorra ni un segundo de terror que corta la respiración mostrándonos en primer plano la inhumanidad de unos tratos degradantes hacia los detenidos que hielan la sangre. En lugar de optar por una elipsis o por mirar con la cámara a otro lado, Miró incomoda al espectador mostrándolos gráficamente en primer plano.

La cinta, coral por vocación, se apoya en un electo actoral que recogía lo mejor de la época, destacando Amparo Soler Leal o Héctor Alterio, pasando por Fernando Rey, Mary Carrillo o Assumpta Serna. Ahí es nada.

La música le fue encargada al mejor compositor para cine que haya tenido nuestro cine (con permiso de Alberto Iglesias), Antón García Abril. Y la sucia y polvorienta dirección de fotografía, tan fantásticamente setentera, la firma Hans Burmann.

Puede que el guión, de la propia Pilar Miró y Salvador Maldonado sobre una idea original de Juan Antonio Porto, se quedara en una cierta superficialidad y no profundizara demasiado en el calado psicológico de los personajes, pero los hechos que relata con una minuciosidad periodística hielan la sangre (y preocupa que el lenguaje procesal forense no haya evolucionado ni un ápice más de un siglo después, dicho sea de paso).

Eso sí, hoy día no habría podido estrenarse. Para ver películas así, es necesaria previamente una sociedad abierta y libre.

Modesta pero honesta propuesta en torno al conflicto palestino-israelí, «Palestine» de Julio Soto Gurpide y Mohamed El Badaouil acierta mezclando la trama política con un melodrama familiar

Modesta pero honesta propuesta en torno al conflicto palestino-israelí, «Palestine» de Julio Soto Gurpide y Mohamed El Badaouil acierta mezclando la trama política con un melodrama familiar

Seguramente en su sencillez radique su virtud, en su falta de pretensiones, en su humildad. También en su ajustado metraje porque, en una realidad cinematográfica contemporánea donde los minutos se han disparado para convertirse en insoportables, “Palestine” nos ofrece una propuesta igualmente modesta en ese aspecto con sus apenas 78 minutos a los que nada sobra ni falta.

Esta coproducción entre Marruecos y nuestro cine, dirigida por Julio Soto Gurpide y Mohamed El Badaouil, nos cuenta una historia compleja de la manera más sencilla posible. Tras diez años desaparecido, un joven y fiero combatiente palestino reaparece en Cisjordania herido. Sufre amnesia, pero pronto todo el mundo en el pueblo lo reconoce como Nassim y su madre lo acepta llorando de emoción en casa. Pero… hay una sombra que embadurna todo el panorama y que presagia tormenta. Algo no encaja, no parece ser él mismo que desapareció. Por otro lado, se busca a un soldado israelí desaparecido llamado Chaim.

“Palestine” nos introduce en esa trama bélico-política y sabe encajarla bien en un drama familiar y amoroso. Volver a casa sin recordar nada de lo que es tuyo es grave, descubrir que te estás enamorando de tu prima que convive con la familia, aún más. Mientras tanto, ambos caminos se van complicando y entrecruzando.

Entre su elenco actoral, destacar a la joven actriz Sarah Perles, de ascendencia francesa, que interpreta a la prima del protagonista creando una ambigüedad a través de su innata expresividad y su impresionante mirada que eleva el tono interpretativo del film.

La música de Jaime Gutiérrez Domínguez es funcional y cumple su misión, como lo hace la estética documental cámara al hombro que imprime en la acertada dirección de fotografía Pau Mirabet.

Fernando León de Aranoa vuelve a marcar la historia de nuestro cine con «El buen patrón», el reverso tenebroso imprescindible de «Los lunes al sol», pura reencarnación de Berlanga-Azcona

Fernando León de Aranoa vuelve a marcar la historia de nuestro cine con «El buen patrón», el reverso tenebroso imprescindible de «Los lunes al sol», pura reencarnación de Berlanga-Azcona

Debería ser obligatorio verla para todo el que pretenda sobrevivir en mitad del capitalismo que nos asola y nos asesina. Fernando León de Aranoa ha vuelto a ser el que era y por la puerta grande. Aquel autor que cuajó la, para mí, mejor película de la historia de nuestro cine, “Los lunes al sol”, ha vuelto a obrar un milagro de aquella misma magnitud creando el reverso tenebroso de la primigenia historia que nos fascinó para siempre. Quizás algo tenga que ver que Javier Bardem y Celso Bugallo repitan en su plantel artístico, porque el resultado final es equiparable como su segunda mitad natural.

Lo que siempre elevó el mejor cine de León de Aranoa (y estamos con esta cinta en la cima del mismo) por encima del resto fueron sus diálogos y la creación de unos personajes secundarios inolvidables y eternos (el Amador de Celso Bugallo en “Los lunes al sol” como paradigma de mi tesis: “Lo importante no es si nosotros creemos en Dios, sino si Dios cree en nosotros. Y Dios no cree en nosotros, así que estamos jodidos”). De ambas cuestiones está sobrada “El buen patrón” tanto como “Los lunes al sol”.

Y es que, más allá de la tesis doctoral interpretativa de Javier Bardem que lo eleva hasta cotas inalcanzables por ningún otro ser humano, omnipresente en todas las escenas de la película, el corazón levita y comienza a entender la magnitud de la genialidad de esta obra maestra conforme va recordando secundarios que se han quedado a vivir en él para siempre: desde el trabajador despedido que acampa en el terreno municipal ubicado frente a la fábrica hasta el desorientado engañado igualmente adúltero que interpreta el portentoso actor andaluz Manolo Solo, pasando por la becaria presuntamente seducida por el patrón que encarna la apasionante Almudena Amor o ese vigilante de seguridad siempre apostado en la puerta que deja algunos de los momentos más hilarantes del cine de los últimos años.

La clave de bóveda que hace de esta película una pieza inmortal es el uso del humor para narrar cosas muy serias. Ese es el secreto de su éxito absoluto. Un humor inteligente, ácido, corrosivo, muy negro, cáustico, el sarcasmo como líder de la función, para lograr que el espectador, escena tras escena, se ría de auténticos dramas con los que el criminal capitalismo nos castiga y en los que todos nos sentimos representados de una manera u otra.

Porque “El buen patrón” es probablemente una de las críticas más rotundas y absolutas al sistema capitalista jamás narradas, a la altura (y no exagero) de “El apartamento” de Billy Wilder y utilizando precisamente el mismo tipo de humor como arma de destrucción masiva de una forma de vida y de economía que destruye al ser humano de forma inmisericorde. Porque en varias ocasiones durante su visualización hizo Fernando León de Aranoa que evocara la obra maestra de Billy Wilder, el dios de la comedia, y que llegara a pensar que no nos encontrábamos ante una obra ni mucho menos menor con respecto a su referencia más directa.

Es evidente y sobra decir que también algunos aires de “Los lunes al sol” (insisto en considerarla la mejor película hecha en Estado) se pasean por su metraje porque, en el fondo, comparte temática y objetivo, si bien aquélla fijaba su vista en la parte débil, en los perdedores, y ésta lo hace en un empresario impresentable, estafador, repugnante, zafio, de un paternalismo bochornoso y con veleidades sexuales respecto a las becarias bastante impresentables. La vida misma. Javier Bardem se crece (y eso hablando del mejor actor de este país con permiso de su/mi dios Juan Diego) y clava a semejante sinvergüenza con una fuerza y una clarividencia sin precedentes.

Borda la formación de una catarata de carcajadas que provocan la profunda miserabilidad de un aparente buen patrón que es, sin embargo, una auténtica víbora que destruye todo lo que encuentra a su paso sin piedad alguna pero con una sonrisa angelical y bonachona pintada en la cara. No por casualidad es “El buen patrón”. Cierra el círculo perfecto al guión prodigioso de Fernando León de Aranoa la luminosa dirección de fotografía de Pau Esteve Birba.

La acertadísima música de Zeltia Montes acompasa las desventuras de una fábrica de balanzas que deja una serie de tics imborrables una vez vista, como la propia que preside la entrada a las instalaciones de la empresa. Y la presencia de Almudena Amor en el papel de becaria quizás no tan inocente es de esos que te pintan una sonrisa, ésta sí auténtica en la cara, de justicia acertada por una vez en la vida.

Y es que, a la postre, uno acaba pensando que algo del mejor Berlanga y Azcona ha inspirado el guión de Fernando León de Aranoa y ha resucitado esa comedia con mucha mala leche y segundas intenciones que vapuleó la dormida sociedad franquista, así como que quizás ha venido a hacerlo precisamente en el momento más oportuno para ello cuando muchos de esos aires están soplando de vuelta.

Portentosa pieza de orfebrería, Juanma Bajo Ulloa completa con «Baby» una trilogía insuperable (junto a «Alas de mariposa» y «La madre muerta») a través de una cinta sin diálogos que pasa a la historia de nuestro cine

Portentosa pieza de orfebrería, Juanma Bajo Ulloa completa con «Baby» una trilogía insuperable (junto a «Alas de mariposa» y «La madre muerta») a través de una cinta sin diálogos que pasa a la historia de nuestro cine

Juanma Bajo Ulloa nos marcó de forma indeleble a muchos cinéfilos durante nuestra adolescencia a través de dos obras maestras inclasificables y absolutamente perfectas: “Alas de mariposa” y “La madre muerta”. Desde entonces, el gran genio que atesora en su interior no se había despertado hasta que estrenó “Baby”, sin duda su obra cumbre con la que cierra una trilogía no confesa pero portentosa.

Una de las apuestas visuales más impactantes de los últimos tiempos, conjunta la genialidad de una estética insuperable cuajada de planos increíbles por su belleza con el aura de un cuento gótico clásico con todos sus elementos tradicionales y con una dificultad adicional que se convierte en hipnótica belleza y causa de una admiración inevitable: prescindir de los diálogos, en una película sin ellos pero no muda, porque tanto el diseño de sonido de la cinta como su BSO son absolutamente insuperables.

Mención aparte merece la dirección de fotografía de Josep M. Civit, una cátedra para quien se haya acercado alguna vez a una cámara porque la iluminación y la plasmación y planificación visual es de un virtuosismo pocas veces visto con anterioridad en nuestro cine.

El alarde cinematográfico de Bajo Ulloa es indescriptible e imposible de evaluar con los cánones habituales del cine porque rompe todos los moldes para crear una pieza inclasificable sobre la maternidad y la conexión del recién nacido con su madre a través de la lactancia, todo ello bañado de la estética y el aura que le hubiera conferido el mismísimo Edgar Allan Poe. Y no exagero, porque hasta ahí llega la genialidad de un cuento gótico canónico dentro de las reglas más ortodoxas del Romanticismo, una historia del siglo XIX en pleno siglo XXI y sin diálogos. Ahí es nada.

Y, por si todo esto fuera poco, a través de constantes y recurrentes metáforas de imágenes de animales que van abriendo y cerrando escenas y conduciendo al espectador de la mano hacia una experiencia artística de primera magnitud, donde lógicamente las interpretaciones de su elenco actoral tienen que brillar sin más remedio para lograr hacer funcionar con tal calidad una historia a través de gestos y miradas, sin el uso de la palabra.

Y ahí es donde vale la pena detenerse un momento para analizar dicha participación actoral. Sobre todo porque Juanma Bajo Ulloa recurre, para su personaje más especial, a una actriz sobre la que queda mucho por hablar. Imagino que el director vasco la descubrió, como yo, gracias al mejor director del mundo, Paul Thomas Anderson, que contó con ella tanto para “El hilo invisible” como para “Licorice Pizza”: hablamos de Harriet Samson Harris, que vuelve estar “cum laude” en esta cinta. Perfectamente acompañada por la protagonista, magnífica Rosie Day, y muy bien secundada por unas estupendas Natalia Tena y Mafalda Carbonell. Dicho sea de paso, aparece fugazmente Charo López, ahí es nada.

La historia, además, juega en todo momento a la incongruencia histórica y al anacronismo hasta desarmar al espectador que tiene que renunciar a fechar el marco temporal en el que se desarrolla la trama y dejarse llevar por una propuesta cautivadora, contemporánea a ratos y góticamente romántica por momentos.

Su arranque, absolutamente actual planteando un drama social de primera magnitud sobre una chica drogadicta a la que le faltan absolutamente todas las cualidades para ser madre y que, sin embargo, ha tenido un bebé del que prácticamente se desentiende. Por eso quizás la única salida posible sea venderlo al mejor postor y… las compradoras conforman el grupo humano más siniestro, disfuncional y aterrador que jamás se haya conocido.

A partir de aquí, el barniz de cine social muta hacia el terror gótico legando una portentosa muestra de que los límites del cine aún no han sido marcados y que cabe mucho todavía dentro de la narración cinematográfica para quien posea el virtuosismo genial de un tal Juanma Bajo Ulloa.

«Las uvas de la ira» de John Steinbeck es una de las mejores novelas de la historia, un grito desgarrado y airado contra el capitalismo que trata como ganado al proletariado y que se regocija en su dolor

«Las uvas de la ira» de John Steinbeck es una de las mejores novelas de la historia, un grito desgarrado y airado contra el capitalismo que trata como ganado al proletariado y que se regocija en su dolor

No es sólo una de las mejores novelas que he leído en todos los días de mi vida, sino que ojalá fuera de lectura obligatoria para poder llamarse ser humano. John Steinbeck crea una de las mejores piezas literarias de la historia de la humanidad para contarnos que los pobres también existen, que tienen derechos aunque resulten conculcados, que no se puede consentir que la burguesía pisotee al proletariado, que los migrantes son personas, que los pobres deberían rebelarse y morder con saña el tobillo del repugnante capitalismo que se nutre de su dolor, que los esclaviza a través de un trabajo mal pagado y repulsivo, que los sodomiza y bebe sus lágrimas como ambrosía. El capitalismo es el MAL y los proletarios sus víctimas. Eso se cuenta en “Las uvas de la ira” como nunca antes ni como nunca después en toda la historia de la literatura.

Para ello, Steinbeck nos cuenta la historia de la familia Joad, que malvivía cultivando una tierra dura y agreste viviendo en una casa demasiado humilde. Pero todo es susceptible de empeorar, todo, siempre. Por eso lo peor está por venir cuando el capitalismo compra las tierras, expulsa a los trabajadores y los sustituye por máquinas agrícolas. Eso hace que una masa proletaria tenga que vagar por las carreteras norteamericanas a la búsqueda de cualquier tipo de trabajo para poder sobrevivir.

Pero lo aún peor está por llegar, porque todo siempre se tuerce más y más. Por donde pasan buscando trabajo, son tratados como escoria, migrantes a los que temer y a los que agredir, carne de cañón para pagar en sus cuerpos las frustraciones de un pueblo sin futuro. Puro pasado que resulta ser puro presente y sin duda será puro futuro.

Todos cruzan los USA buscando los idealizados campos de cultivo de California en los que poder trabajar. Pero, cuantos más llegan, menos pagan los terratenientes por su trabajo, hasta el punto de no poder comer ni tan siquiera después de extenuantes horarios laborales de sol a sol. El capitalismo ha ganado, se ha cebado con los más débiles, se alimenta de su sufrimiento, alcanza orgasmos con su humillación. La humanidad ha sido devorada por el capitalismo.

Eso nos cuenta John Steinbeck a través de una prosa limpia y directa, que va alternando por capítulos la historia de la familia Joad con momentos vividos por otras tantas familias proletarias idénticas a los Joad. Una obra maestra absoluta e imperecedera.

Como hubo otros tiempos donde posicionarse contra el capitalismo estaba permitido, aunque hoy día no hubiera ocurrido, esta novela colosal obtuvo el Premio Pulitzer en 1940 y su autor, el DIOS JOHN STEINBECK fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1962. Todo ello, hoy no sería posible.

Hazte un favor enorme y no dejes de leerla.

Pequeña gran joya de nuestro tiempo, «Las niñas» de Pilar Palomero nos regala un fidedigno retrato de nuestra preadolescencia ochentera de colegio concertado con una Andrea Fandos a la altura de la Ana Torrent de «Cría cuervos»

Pequeña gran joya de nuestro tiempo, «Las niñas» de Pilar Palomero nos regala un fidedigno retrato de nuestra preadolescencia ochentera de colegio concertado con una Andrea Fandos a la altura de la Ana Torrent de «Cría cuervos»

“Las niñas” de Pilar Palomero, para mí desde ya un clásico instantáneo de nuestro cine reciente, no debería pasarte por alto por la cuenta que te trae. Una recomendación general para cualquier ser humano sensible, amante de las propuestas minimalistas de cine en el que no tienen que pasar demasiadas cosas para atraparte y sacar de una pequeña premisa argumental material dramático de primera magnitud, pero muy especialmente para la gente que comparte generación conmigo y que fuimos los niños de los 80, porque nosotros encontramos en la deslumbrante ópera prima de Pilar Palomero no sólo una cinta de referencia sino nuestra propia biografía contada de forma certera y fidedigna como pocas veces antes se haya hecho en pantalla grande.

Debe ser porque yo fui niño de colegio concertado religioso, porque viví el ambiente en clase que narra la cinta, porque me han pasado las cosas que cuenta la película, porque he reconocido situaciones como propias, porque he recibido la (mala) educación sexual en un ambiente sin género humano del otro sexo hasta llegar a la Universidad, porque me he visto reflejado en actitudes y momentos, porque también quise ser mayor antes de tiempo, porque participé de los mismos atrevimientos y de la misma forma patética de ligar y ser ligado… Es imposible que “Las niñas” no sea mi película, porque es parte de mi vida contada con una capacidad narrativa por parte de Pilar Palomero ciertamente sobresaliente.

Pero además de lo que cuenta, y de cómo lo cuenta (a la altura siempre de la mirada de la niña y nunca de los adultos, que suelen quedar fuera de campo para centrarse en el personaje de Celia de principio a fin, como si de un trasunto de la forma narrativa de Carlos Saura en “Cría cuervos” se tratase), es con qué resortes actorales lo hace. Porque, para mí, ya tenemos sustituta de Ana Torrent en nuestro cine. Lo de la jovencísima Andrea Fandos (y su mirada «torrentiana») es superlativo. No necesita abrir la boca para transmitir un torrente de emociones inabarcable: la transparencia límpida de su mirada ofrece un catálogo de sensaciones automáticas absolutamente irresistible y de los que dejan huella, pocas veces visto desde Ana Torrent en una joven, porque la profundidad de su forma de mirar es la película, una cinta en la que ella aparece de forma permanente, protagonista absoluta del argumento y de prácticamente todos los minutos del metraje, reina absoluta de la función, mucho más que presunto trasunto de la propia directora y guionista, Pilar Palomero. Si dejamos reposar a nuestra nueva Ana Torrent, lo mismo estamos inaugurando un nuevo género cinematográfico en sí misma con Andrea Fandos. Es el as de corazones de la cinta.

Y luego está Natalia de Molina. La actriz andaluza es ya piedra angular de nuestro cine y eleva todo producto que toca con su tristeza melancólica a flor de piel, interpretando a la madre de Celia y aprovechando para brillar en las escasas escenas en las que aparece. Aquí vuelve a encarnar a una madre en dificultades como ya hiciera en la perfecta “Techo y comida” de Juan Miguel Del Castillo, en una de las cumbres interpretativas de nuestro cine.

Y tal cúmulo de pequeño gran cine para contar una impactante (en su normalidad absoluta, porque nunca ocurre nada extraordinario, la vida misma discurriendo como si de “Boyhood” de Richard Linklater se tratase) historia iniciática de una niña sin padre que comienza a despertar a la pubertad en un colegio de monjas zaragozano. Es todo tan creíble, tan auténtico, tan arrasadoramente certero, que resulta imposible no pensar que se trate de un relato autobiográfico de la propia cineasta, porque todo respira honestidad y credibilidad en un retrato de una época que es mi época y una vida que es mi vida, siempre desde la sencillez.

Una cinta que deja poso sin contar nada extraordinario, justo lo que me resulta más meritorio en el cine, y que despliega un catálogo de situaciones fidedignas impresionante, todas ellas atisbadas a través de los ojos de una niña sin que se nos permita acceder al universo adulto y sus razones, una elipsis maravillosamente definitiva como forma de narración que hace de “Las niñas” de Pilar Palomero una joya instantánea imprescindible del cine de nuestro tiempo.