Obra maestra y clásico instantáneo, Claudia Pinto Emperador eleva nuestro cine con «Las consecuencias», un drama perturbador y un thriller inquietante, un puzzle que trastorna al espectador

Obra maestra y clásico instantáneo, Claudia Pinto Emperador eleva nuestro cine con «Las consecuencias», un drama perturbador y un thriller inquietante, un puzzle que trastorna al espectador

Claudia Pinto Emperador firma una de las grandes películas de la década en nuestro cine. Un drama desgarrador, tremendo, de un dolor insondable, sucio, pecaminoso, sórdido, lleno de secretos, con un aura de thriller bajo su superficie, abrasador, gélido, apasionado, distante, brutal. No había sentido una intensidad de sentimientos perturbadores de tal magnitud desde “Madre” de Rodrigo Sorogoyen, con la que quiero encontrar algunas similitudes. En suma, una obra maestra de nuestro tiempo.

Todo es oscuro y esconde ominosos secretos en su argumento y en sus personajes. Al espectador se le entiende como un ser inteligente y tendrá que ir uniendo las piezas conforme avanza el metraje para crear la verdadera historia que se cuenta bajo la superficie de lo que se narra. Claudia Pinto Emperador tiene para ello una osadía y una valentía sin precedentes y quien sigue el juego que propone al espectador la cinta tendrá un premio soberbio, la contemplación de una cinta desgarradora.

Un film de personajes donde importan las interpretaciones de las actrices (el festival interpretativo de Juana Acosta y María Romanillos no es de este mundo) y actores que los encarnan y, sobre todo y por encima de todo, el terrorífico paisaje en el que se desarrollan los hechos, una bucólica y preciosa isla volcánica en primer plano, pero un pozo insondable de terribles historias en su fondo. Quizás sea la isla el mejor de sus protagonistas, a pesar de la plétora de seres humanos que aparecen delante de la cámara. Y es que todo es perfecto en este alambicado clásico instantáneo.

Fabiola (mágicamente interpretada por Juana Acosta) regresa a la isla en al que ocurrió la peor tragedia de su vida que aún no ha superado: la muerte de su esposo en un accidente cuando ambos practicaban submarinismo. No retorna sola, sino acompañada de su hija de 14 años Gabi (impresionante descubrimiento el de María Romanillos) y del abuelo de Gabi y padre de Fabiola. Allí se reencuentra Fabiola con una madre distante desde que se divorciara décadas atrás de su padre y una isla cargada de secretos en torno a la figura de su abuelo, ya muy enfermo (aparición episódica del gran Héctor Alterio).

Pero Fabiola comienza a sospechar que algo extraño que no acaba de encajar ocurre entre su padre y su hija, entre abuelo y nieta, y comienza a espiar en su propia casa todo lo que sucede para atar cabos  y así confirmar o desmentir sus peores presagios. Mientras tanto, la isla y toda la claustrofobia insana que genera comienza a hacer estragos.

Especialmente acertada y perturbadora resulta la música de Vincent Barrière y espléndidamente gélida la fotografía de Gabriel Guerra, que llega a crear una atmósfera inquietante en sí misma para una película ciertamente impactante e inolvidable.

De argumento simbólico y esperpéntico, «Ana y los lobos» es la película más compleja de Carlos Saura, un artefacto que navega por varios géneros para representar las asfixias de nuestra sociedad

De argumento simbólico y esperpéntico, «Ana y los lobos» es la película más compleja de Carlos Saura, un artefacto que navega por varios géneros para representar las asfixias de nuestra sociedad

En la década de los 70 (la mejor de la historia del cine para mí) se dinamitan desde dentro las convenciones narrativas del cine y se expanden las fronteras de sus propuestas provocativas. Ocurre en los USA y en Europa. Sin ser precisamente un ejemplo especialmente lucido de ello, en nuestro cine “Ana y los lobos” es una curiosa aportación por parte del gran Carlos Saura.

Utilizando una estética totalmente contemporánea en aquella época de salto al vacío también en lo formal, “Ana y los lobos” es un pequeño cuento que navega varios géneros, desde el esperpento al drama pasando incluso por algunas dosis de terror, para crear un film seriamente inclasificable y contar una historia extraña donde las haya.

Una joven inglesa (impresionante como siempre Geraldine Chaplin) es contratada en una señorial y recóndita casa como cuidadora de las tres menores de edad habidos en la misma. En dicha casa habita la madre y cabeza de familia (impagable Rafaela Aparicio) que trata de contener la profunda locura que habita en sus tres hijos: José (quien ostenta el poder en la casa, obsesionado con los uniformes militares y trasunto del poder del ejército); Juan (padre de las menores y obsesionado con el sexo, simbolizando el gran problema del sexo reprimido); y Fernando (interpretado por Fernando Fernán Gómez, ni más ni menos), obsesionado con ser anacoreta y levitar alcanzando la santidad (quien simboliza el nefasto poder de la iglesia). Cada uno a su manera, los tres hermanos van a acosar y a violentar a la bella joven y van a intentar abusar de ella de múltiples formas distintas. La vida misma, el puro reflejo de la realidad.

Carlos Saura dirige un guión escrito por él mismo junto a Rafael Azcona (ahí es nada) que revienta las fronteras entre géneros en 1973 y que supone una radiografía deformada y esperpéntica, cargada de simbolismos formales y argumentales, de la repugnante sociedad de aquel momento, y lo hace con una valentía y una mala leche encomiables aunque se pierda en giros de guión surrealistas y excesivamente esperpénticos que le restan verosimilitud al producto final y desconectan en algún momento al espectador.

Demasiado convencional para la brillantez heterodoxa de la figura sobre la que versa, «Amando a Highsmith» de Eva Vitija-Scheidegger bucea en la tormentosa relación con su madre y en el «extemporáneo» lesbianismo de una de las más grandes novelistas de la historia, Patricia Highsmith

Demasiado convencional para la brillantez heterodoxa de la figura sobre la que versa, «Amando a Highsmith» de Eva Vitija-Scheidegger bucea en la tormentosa relación con su madre y en el «extemporáneo» lesbianismo de una de las más grandes novelistas de la historia, Patricia Highsmith

La figura literaria, intelectual y humana de la norteamericana Patricia Highsmith, una de las novelistas más importantes del siglo XX, da para muchísimo y quizás, a pesar de la oportunidad de “Amando a Highsmith” de la suiza Eva Vitija-Scheidegger, estrenado a la par que se han publicado los diarios secretos de la literata, resulta interesante pero menos de lo que pudiera parecer a simple vista para las personas que no somos legas en una figura tan fundamental para la historia de la literatura.

Porque Patricia Highsmith lo tenía todo para convertirse en el más importante personaje de su bibliografía. Lesbiana en un tiempo donde era un pecado imperdonable, misántropa y nihilista conforme la vida le demostró que jamás nada sale como está previsto, adicta a la ginebra y a la necesidad de encontrar el amor en otras mujeres, su azarosa vida sentimental la llevó desde los USA natales (hija de una madre que jamás la quiso, que la dejó con sus “abuelos” en la Texas más profunda) hasta Europa, habitando en Inglaterra, Francia o Suiza según fueron evolucionando sus episodios sentimentales con diferentes mujeres.

Tan sólo los gatos se convirtieron en la única compañía fiel de esta novelista extraordinaria, capaz de regalar al mundo obras maestras de la dimensión de “Carol”, “Extraños en un tren” o su serie de novelas sobre el personaje de Tom Ripley, los mejores thrillers que haya leído en todos los días de mi vida.

Lo cinematográfico de su lenguaje hizo posible que prácticamente todas sus novelas se adaptaran con éxito al cine, desde su ópera prima, aún muy joven, que dio lugar a que un tal Alfred Hitchcock rodara “Extraños en un tren” hasta la brillantísima “El talento de Mr. Ripley” de Anthony Minghella.

Sin embargo, “Amando a Highsmith” no deja de ser un documental al uso, que no aporta nada nuevo a nivel estilístico y que sigue los rutinarios caminos propios del género para relatar la vida de un personaje tan heterodoxo como el que retrata.

«Carol» de Todd Haynes, un film al que sólo se puede amar como aman sus personajes, una de las películas más preciosistas de este siglo para una historia de amor imposible entre dos mujeres en el New York sesentero

«Carol» de Todd Haynes, un film al que sólo se puede amar como aman sus personajes, una de las películas más preciosistas de este siglo para una historia de amor imposible entre dos mujeres en el New York sesentero

«Carol” de Todd Haynes lo tiene absolutamente todo para resultar lo que acaba siendo, una obra maestra absoluta que permanecerá en las enciclopedias de cine por los siglos de los siglos como una de las grandes referencias del Séptimo Arte del siglo XXI. Una de las películas de mi vida. Un absoluto reloj suizo precioso y preciosista. Es una película a la que solo se puede amar como aman sus personajes, por el fondo y por la forma, sin control ni medida. Porque embauca el alma y destroza el corazón.

En cuanto al aspecto estético, es imposible mayor perfección formal. Es Todd Haynes, nada más que añadir, la reencarnación en el cine contemporáneo de Douglas Sirk y sus melodramas coloristas. Discípulo que aventaja al maestro Sirk en profundidad de caracteres y fuerza melodramática, en una paleta de colores contrastados apabullante y en unos encuadres que bien podrían colgarse en las paredes del Museo del Prado. 

Porque cada plano de “Carol” es una exquisitez mayúscula diseñada para deleite del más exigente de los cinéfilos. Es cine absoluto en estado puro, sin poder encontrar en ningún momento un pero que poner a la excelencia cinematográfica. Es esteticismo no vacío, sino bien lleno, además, al servicio de una historia impactante, basada en una novela de esa diosa de la literatura llamada Patricia Highsmith, a la que cada día idolatro más y más (es la creadora ni más ni menos que del personaje de Tom Ripley, por poner sólo un mero ejemplo o de la novela en la que se basó Alfred Hitchcock para rodar “Extraños en un tren”, ni más ni menos).

Las interpretaciones de la diosa Cate Blanchett y de la enigmática Rooney Mara (en algunos planos, auténtico trasunto de Audrey Hepburn) deberían quedar como guía para las escuelas de interpretación por su intensidad y perfección, por resultar impecables de principio a fin del liviano metraje sobre el que descansa una de la grandes películas de nuestro tiempo. Desprenden sentimientos en cada gesto, en cada mirada, en cada palabra pronunciada con maestría absoluta, demostrando que puede que ambas sean las mejores actrices del momento y las únicas capaces de solventar unos personajes tan poliédricos y complejos. Para mí, la gran interpretación de Cate Blanchett junto con “Blue Jasmine” de Woody Allen.

Y la música de Carter Burwell (el compositor de cabecera de los hermanos Coen) es casi lo mejor de la función, que ya es decir: hipnótica, preciosa y preciosista, un tema principal que se te mete en la cabeza y no te abandona por su perfección y su intensidad.

Cuando todo cuadra, estamos ante una obra maestra atemporal. Es el caso de “Carol”, la historia de un amor entre dos mujeres en los tiempos donde ello resultaba absolutamente imposible y la sociedad lo proscribía como una enfermedad de la que sanar en una preciosa New York sesentera con aires de “Mad Men”.

Impresionante, por forma y fondo, ópera prima de la danesa Tea Lindeburg, «También en el cielo» es una sabia mezcla de géneros con la profundidad de Bergman o Dreyer y el esteticismo de Terrence Malick

Impresionante, por forma y fondo, ópera prima de la danesa Tea Lindeburg, «También en el cielo» es una sabia mezcla de géneros con la profundidad de Bergman o Dreyer y el esteticismo de Terrence Malick

Tea Lindeburg nos presenta una absoluta obra maestra de la cinematografía danesa. Una cinta de época que bucea con certeza y crueldad en el universo femenino de la mujer danesa de finales del siglo XIX en una pequeña población rural. Con pocos elementos narrativos pero una lucidez impresionante, nos sumerge en una joya del cine contemporáneo que navega por varios géneros, cogiendo sabiamente lo mejor de cada uno de ellos, oscilando entre el drama de aliento bergmaninano o del mejor Dreyer, el cine sobre la adolescencia, la denuncia del fanatismo de la religión, la crítica social sobre las duras condiciones de vida del campesinado, el miedo atávico ancestral, algunos elementos de terror y la condición de la mujer en una sociedad profundamente patriarcal.

Todo ello lo toca la cinta y lo hace de forma cruda e impactante para narrarnos la vida de Lise, de 14 años de edad y la mayor de seis hermanos. Va a ser la primera en abandonar la remota granja familiar para ir al colegio y comenzar una nueva vida. Va a dejar atrás las duras condiciones de la vida en el campo, de tener que cuidar a sus hermanas y hermanos pequeños y de atender a su madre que está de nuevo embarazada a punto de dar a luz. El padre no entiende ni comparte la necesidad de que Lise vaya al colegio, lo considera un derroche innecesario y prefiere que la joven se quede ayudando a la madre al frente de la granja, pero la madre de Lise insiste en darle educación a su hija.

Cuando parece que se está despidiendo de su rudo mundo diario para abrazar una nueva vida, la madre de Lise se pone de parto y algo no parece ir bien. A partir de ahí, Lise se va a asomar al terror de lo desconocido, al sentimiento de culpa, al fanatismo religioso que se le ha inculcado, a la pobreza del entorno en el que vive, a las tradiciones atávicas, a un mundo cerrado del que quizás resulte imposible salir.

La dirección, completa y mágicamente esteticista, de Tea Lindeburg acoge la frialdad y dureza del mejor cine de radiografía familiar de Bergman o Dreyer con la plasticidad bucólica de Terrence Malick, conformando una película certera e imposible de olvidar.

Y que se sostiene muy especialmente por la interpretación de la joven actriz danesa Flora Ofelia Hofman Lindahl, absolutamente apabullante y PERFECTA. Una mirada a cámara suya vale por más de cien líneas de guión. Conforma una interpretación de una joven sensible y distinta, abrumada por las circunstancias, con una vida interior que se asfixia en aquel lugar, absolutamente impresionante. Esta actriz promete ser parte del cine europeo del futuro porque lo suyo no es de este mundo.

Clásico melodrama sureño de los que por desgracia ya no se ruedan, «Con él llegó el escándalo» es puro clasicismo de Vicente Minnelli que ha envejecido peor de lo esperado

Clásico melodrama sureño de los que por desgracia ya no se ruedan, «Con él llegó el escándalo» es puro clasicismo de Vicente Minnelli que ha envejecido peor de lo esperado

En los tiempos donde la Metro Goldwyn Mayer hacía rugir a su león con una fuerza inusitada, el estudio buscó a un artesano del cine de contrastada solvencia y prestigio intachable como Vicente Minnelli para adaptar una exitosa novela sobre una saga familiar sureña titulada “Con él llegó el escándalo” de William Humphrey. Para encarnar a sus protagonistas, pudo contar con Robert Mitchum, Eleanor Parker, George Peppard y George Hamilton, ni más ni menos. El resultado fue bastante satisfactorio aunque se quedó lejos de conseguir ser una obra maestra porque el paso del tiempo y la evolución del cine le han jugado una mala pasada.

Este melodrama, rodado en poderoso Cinemascope y Technicolor, nos adentra en los inconfesables secretos de la familia terrateniente todopoderosa de una pequeña localidad en la Texas más profunda. En ella, el patriarca (pletórico Robert Mitchum), un amante de la caza, ejerce despóticamente su poder tanto dentro como fuera de su hogar. Sostiene un matrimonio de mera apariencia porque ha mantenido y mantiene relaciones sexuales con toda mujer que se cruce en su camino sin haber respetado jamás a su esposa (espléndida Eleanor Parker). Tiene un hijo de 17 años que ha sido educado por su madre, que lo ha mantenido apartado de su padre y su disoluta vida de cazador burgués todo lo que le ha sido posible (George Hamilton) y cuenta con una relación muy especial con el joven capataz de su finca, al que trata como a un hijo, interpretado por George Peppard.

La dirección de Minnelli resulta clásica y elegante en los colores fuertemente contrastados propios del mejor melodrama de los años 50-60, a pesar de la música un tanto estridente de Bronislau Kaper, que ha envejecido por encima de la oxidación de la propia película. Su cuarteto actoral resulta sublime y la historia interesante, propia del mejor melodrama clásico en el que se inscribe esta cinta, siguiendo clara y expresamente la estela de Douglas Sirk o Nicholas Ray, auténticos reyes del género.

Un film propio de otra época, de esos que ya desgraciadamente no se ruedan, aunque haya envejecido de manera regular.

Magistral obra póstuma de Almudena Grandes, «Todo va a mejorar» es una excelsa novela coral sobre un futuro distópico donde las sucesivas pandemias facilitan la aniquilación del sistema democrático

Magistral obra póstuma de Almudena Grandes, «Todo va a mejorar» es una excelsa novela coral sobre un futuro distópico donde las sucesivas pandemias facilitan la aniquilación del sistema democrático

Es difícil enfrentarse a “Todo va a mejorar” sabiendo que estamos ante la novela póstuma de Almudena Grandes. Una de las dos novelas corales que interrumpieron su ciclo sobre la memoria histórica de los Episodios de Una Guerra Interminable para mirar al presente de la crisis económica (“Los besos en el pan”) o al futuro distópico nacido tras la pandemia (“Todo va a mejorar”).

El estilo literario de Almudena Grandes, cada vez más directo y comprometido, osado y crítico, se presenta en esta obra maestra como la culminación definitiva de su inmenso trabajo de adaptación de la novela decimonónica a la literatura contemporánea, trabajo en el que Almudena Grandes es la madre y maestra de la novela en castellano. Ella fue depurando su virtuoso y alambicado estilo hacia uno más desnudo y asequible formulado en la segunda parte de su carrera literaria para lograr hacer llegar a todo tipo de públicos su mensaje necesario, lúcido e imprescindible. De “Te llamaré Viernes” a “Todo va a mejorar” hay un extenso camino recorrido en una mutación extraordinaria sin dejar la coherencia y la referencia decimonónica y a su adorado Benito Pérez Galdós en ningún momento de tan largo sendero adaptativo.

Y es precisamente en la novela coral donde Almudena Grandes alcanza la excelencia en una autora que, para mí, escribió la mejor y definitiva novela del siglo XX cuando publicó “El corazón helado”. La experiencia vital de la pandemia y del confinamiento logró que mi autora favorita decidiera escribir su primera novela de ciencia-ficción, una distopía con marcado acento político, como no podría ser de otra forma, sobre este Estado en un futuro próximo, tras una oleada de sucesivas pandemias.

Aprovechando la restricción de libertades que las mismas producen en la sociedad, un oscuro empresario conocido con el sobrenombre de El Gran Capitán decide apostar toda su inmensa fortuna en la creación de un nuevo movimiento político que supere el viejo concepto de partido político y lo denomina Movimiento Ciudadano ¡Soluciones Ya!. En el fondo, lo que esconde dicha operación política y compra de voluntades a golpe de talonario, es utilizar el MCSY como un caballo de Troya con el que asaltar las instituciones, cerrar las ventanas de información e internet a la población e instaurar una dictadura de facto que aplique criterios estrictamente empresariales y económicos a la gobernanza del país.

A través de una estructura fragmentada y de múltiples personajes, al principio aparentemente inconexos, vamos conociendo cómo cambia la realidad de los ciudadanos conforme se van atacando y asesinando todas las instituciones tal cual las conocieron. En esa primera fase quiero encontrar algún certero eco a “El cuento de la criada”, con el que esta maravillosa novela tiene algunas similitudes, pero Almudena Grandes lleva el relato muchísimo más allá y hace brotar la semilla de la rebelión en el propio corazón del nuevo sistema de una manera apasionante.

Conforme evoluciona la trama, los personajes se van conectando unos con otros y terminan creando un magistral enjambre que apasiona a cualquier lector interesado.

Uno de los más grandes melodramas de la historia del cine, «Un lugar en el sol» es la gran obra maestra del genial George Stevens y el primer encuentro ante las cámaras de Montgomery Clift y Elizabeth Taylor para una historia electrizante

Uno de los más grandes melodramas de la historia del cine, «Un lugar en el sol» es la gran obra maestra del genial George Stevens y el primer encuentro ante las cámaras de Montgomery Clift y Elizabeth Taylor para una historia electrizante

“Un lugar en el sol” es uno de los más grandes melodramas de la historia del cine. Con los elementos que la componen hubiera resultado difícil no llegar a serlo: parte de un espléndido texto literario, uno de los mejores de la literatura norteamericana como es “Una tragedia americana” de Theodore Dreiser; se encargó su traslación al cine a uno de los más grandes artesanos de Hollywood, George Stevens (“Gigante”); y se encomendó la interpretación de sus protagonistas a Montgomery Clift y Elizabeht Taylor, ni más ni menos. Era obvio que estábamos fraguando con semejante operación uno de los más grandes melodramas que se hayan rodado y que obtuvo seis Oscars.

Pero no sólo es importante por lo que supuso y sigue suponiendo en la historia del cine, sino por la semilla que plantó y que ha dado algunos frutos posteriores a su sombra que han marcado la historia del Séptimo Arte. Sin duda, el más inmenso de todos ellos es “Match Point” de Woody Allen, con la que “Un lugar en el sol” tiene varios e importantes elementos comunes.

Y todo para contar la historia de un joven proletario (encarnado por Montgomery Clift) que desea dejar de serlo cuanto antes, motivo por el que se traslada hasta la ciudad donde tienen sus empresas la rica familia de su madre para pedir trabajo. Allí conoce a una chica que también trabaja en la planta más humilde de la compañía pero, conforme se relaciona con sus familiares burgueses, accede a otro mundo y, sobre todo, a una mujer rica y despampanante que lo cautiva desde el primer segundo, interpretada por una jovencísima Elizabeth Taylor, enfrentándose mucho más que brillantemente a su primer papel protagonista. A partir de ese momento, su novia primigenia (la siempre eficaz Shelley Winters) se convierte en un incómodo obstáculo para cambiar de vida.

George Stevens dirige, en un maravilloso blanco y negro fotografiado por William C. Mellor, con la categoría, elegancia y genialidad que caracteriza a un artesano capaz de haber forjado obras maestras del nivel de “Gigante”. Una cinta que sigue resultando, actual, magistral e ineludible para todo amante del cine.

A pesar de afrontar un increíble episodio histórico desconocido, «Cerca de tu enemigo» de Jan Josef Liefers yerra en el tono de telefilm elegido y en lo convencional de su propuesta

A pesar de afrontar un increíble episodio histórico desconocido, «Cerca de tu enemigo» de Jan Josef Liefers yerra en el tono de telefilm elegido y en lo convencional de su propuesta

“Cerca de tu enemigo”, la película del cineasta alemán Jan Josef Liefers tiene en su haber poner el foco en un acontecimiento histórico desconocido por la gran mayoría de la población europea; pero presenta en el debe utilizar para ello un tono excesivamente edulcorado y alguna veleidad que, en momentos determinados, lo acercan peligrosamente al telefilm de sobremesa. Pero sin dejar de ser una película interesante en todo momento.

Pocos ciudadanos europeos conocemos que, cuando cayó el muro de Berlín, la RDA agonizaba y la reunificación alemana suponía ya un hecho consumado, todo el pueblo se volvió en contra de Erich Honecker y el Secretario General del Partido Comunista y Jefe de Estado de la Alemania Oriental se convirtió en el enemigo público número 1 para su propio pueblo. Ante tamaña persecución, consiguió refugiarse temporalmente en la casa familiar de un pastor protestante que lo acogió a pesar de representar el lado opuesto de lo que significaba Honecker en Enero de 1990.

A partir de tan llamativos e interesantes hechos, la cinta juega a introducirnos en la compleja convivencia del matrimonio Honecker en el hogar de una familia profundamente cristiana y contraria a todo lo que su régimen había representado. Ante tamaño contraste, el film, en lugar de profundizar en el conflicto personal e ideológico que ello supondría, se convierte en la crónica del hijo menor de la familia del pastor protestante y lleva la narración de forma dulce y demasiado convencional, quizás errando la perspectiva que hubiese resultado más comprometida y adecuada.

La dirección de Jan Josef Liefers es preciosista y académica con una vistosa y colorista fotografía de Ralf Noack para plasmar, acompasada por una aterciopelada música de Conrad Oleak, un guión demasiado pudoroso y siempre preocupado de no enfadar a nadie ni pisar charco alguno firmado por Fred Breinersdorfer. Una cinta que pudo ser mucho más de lo que acaba siendo.

«Cinco lobitos», portentosa ópera prima de Alauda Ruiz de Azúa, es el film que mejor ha contado el drama de ser madre a la par que el de ser hija, en una vida que nunca da lo que promete. Y luego está Laia Costa, simplemente la mejor actriz viva del planeta.

«Cinco lobitos», portentosa ópera prima de Alauda Ruiz de Azúa, es el film que mejor ha contado el drama de ser madre a la par que el de ser hija, en una vida que nunca da lo que promete. Y luego está Laia Costa, simplemente la mejor actriz viva del planeta.

Como escribiera el maestro Lapido, “el rumor se ha confirmado”. “Cinco lobitos”, la ópera prima de Alauda Ruiz de Azúa es una de las grandes películas de nuestro cine. Una obra maestra incontestable, un clásico instantáneo, una joya de visión obligatoria para todo ser humano que se precie de serlo. Llegas a ella engañado hasta cierto punto, porque te han dicho que vas a ver una inmensa película desmitificadora de lo que supone la maternidad para una mujer Y es cierto, bien cierto.

Pero eso es contar tan sólo la mitad de su genialidad: su otro 50 % es narrar con toda crudeza que puede llegar a ser aún más duro ser hija que ser madre, porque el drama insostenible que atenaza la vida de Amaia, su joven protagonista vasca, viene más motivado por ser la hija de sus padres que por ser la madre de su hija recién nacida. Y entonces entiendes que estás ante la película definitiva para contarte que esta vida es un asco y que no da nada de lo que te prometieron, sino todo lo contrario, además de poner en tela de juicio como nunca antes la ambigua y polimórfica institución de la familia.

Porque el drama de Amaia, interpretada simplemente por la mejor actriz viva sobre la faz de la Tierra que responde al nombre terrenal de Laia Costa (y a quien crea que exagero que vea “Victoria” de Sebastian Schipper, “Newness” de Drake Doremus, “Only you” de Harry Wootliff y esta cinta), es una joven de 35 años a la que nadie le había contado la dureza, tanto en el aspecto físico como en el psicológico, de ser madre. Cuando Ione nace, comprende lo que es el dolor en cada parte de su cuerpo, el no poder dormir, la revolución hormonal y sentimental que ello conlleva, el distanciamiento de su pareja porque es difícil que el amor sobreviva a todo lo que ocurre…

… pero eso es casi lo de menos, porque lo peor es que, intentando ayudar, sus padres aparecen en su piso y tiene que convivir con ellos. Unos padres de buenas intenciones y terribles resultados, que no se soportan entre ellos desde hace una vida y que transmiten ese mal rollo de matrimonio asqueado a cada rincón de esa casa, que ordenan más que aconsejan, que disponen como les viene en gana, que se pelean delante de su hija, delante de su yerno, delante de su nieta, delante de quien fuere menester. Dejan de ser una ayuda para convertirse en la más pesada carga que tiene que sobrellevar Amaia, que bastante tenía ya con una bebé llorando día y noche.

Pero lo peor está por venir, porque conforme su propia relación se deteriora, ya no puede trabajar, su carrera profesional se arruina, no puede hacer nada en la vida y Amaia decide irse con su hija recién nacida al pintoresco y remoto pueblo pesquero de Euskadi en el que viven sus padres. Y allí descubrirá que es aún más difícil ser hija cuando los padres envejecen y empiezan a tener que ser más cuidados que cuidadores, más ayudados que ayudantes.

El guión de la propia Alauda Ruiz de Azúa es tan perfecto, tan absoluto, tan preciso, tan mágico, tan redondo, tan crudo, tan real, tan hiriente y a la par tan acogedor, que pasa por ser uno de los mejores que se hayan escrito en los últimos años. Si a semejante texto se le une una dirección soberbia y perfecta de la propia cineasta, nunca cobrando protagonismo sino dejando fluir el trabajo de sus protagonistas y un elenco actoral de primera línea en sus mejores interpretaciones, entonces es que estamos en presencia de un templo fílmico que hay que contemplar de rodillas.

Insisto, lo de Laia Costa está ya fuera de todas las dimensiones humanas. No conozco ninguna otra actriz en activo que pueda igualar lo que hace ella ante la cámara. No existen palabras humanas para definir su trabajo. Pero su madre es interpretada por una portentosa Susi Sánchez en la mejor interpretación de su carrera (lo cual ya es mucho decir). Y ambas secundadas por un afortunadamente habitual Ramón Barea como el padre, igualmente dando lo mejor de sí mismo.

La música de Aránzazu Calleja es igualmente certera y perfecta. La dirección de fotografía de Jon D. Domínguez insuperable. ¿Qué no funciona en esta obra maestra inmortal? Por eso es perfecta.