Vacía de contenido y trasnochada en estética, «La amiga de mi amiga» es un homenaje de Zaida Carmona a la «Nouvelle Vague» y a Rohmer que nadie había pedido

Vacía de contenido y trasnochada en estética, «La amiga de mi amiga» es un homenaje de Zaida Carmona a la «Nouvelle Vague» y a Rohmer que nadie había pedido

Se puede ser muy moderna. Se puede vivir en Barcelona y frecuentar los ambientes cinematográficos e intelectuales de la capital de Catalunya. Se puede ser lesbiana inserta en la experimentación con el poliamor de manera vocacional. Se puede morir de sobredosis de música festivalera, autoficción mal entendida y de referencias culturales como Rohmer o Christina Rosenvinge. Todo eso está bien, pero siempre y cuando haya algo que contar, querida Zaida Carmona y, desde luego, ese no es el caso de la vacía e insípida “La amiga de mi amiga”, a ratos ciertamente insufrible.

Intentando emular la frescura, espontaneidad y la textura amateur propia del Almodóvar primigenio, Zaida Carmona quiere practicar en versión catalana un cierto ejercicio onanista para narrarnos en primera persona lo triste que está porque su novia la ha dejado y lo cachonda que sigue desde entonces en esa primavera perpetua que es Barcelona. La pena es que no pase nada mientras tanto, absolutamente nada.

89 minutos de rodaje que se acaban haciendo eternos por culpa de la inexistencia de un guión que firma la propia cineasta, perjudicado aún más por la desorientación interpretativa de su elenco artístico, que no acaba de dar con la tecla de ninguno de los personajes imposibles que pululan por este despropósito modernito ciertamente intragable. Tan sólo la aparición en los sueños de la protagonista de Christina Rosenvinge, ni más ni menos, me despierta de la siesta perenne que me provoca esta cinta.

Dicho sea de paso, por no estar, no está a la altura ni la dirección de fotografía de Alba Cros (coautora de esa obra maestra atemporal del cine catalán titulada “Las amigas de Ágata”). Mención aparte merecen el conjunto de canciones festivaleras que pululan a lo largo del film, que nos hace preguntarnos si estamos ya de cuerpo presente en el Granada Sound o en el Interstellar. El deseo de llegar a un público anestesiado a base de tokens es más que evidente y aún más lo que ello me desagrada.

Si la pretensión de Zaida Carmona era homenajear a la “Nouvelle Vague”o a Éric Rohmer, es evidente que no lo logra en ningún instante de su metraje, o quizás sea que Rohmer merezca homenajes de este tipo y mejor dejarlo ahí y no meternos en terrenos pantanosos.

Alejada del género político y desde un prisma humano, «El último artefacto socialista» viene a contarnos, tras su galería de personajes entrañables, que aquel régimen yugoslavo quizás no fuese peor que el desembarco del capitalismo salvaje posterior

Alejada del género político y desde un prisma humano, «El último artefacto socialista» viene a contarnos, tras su galería de personajes entrañables, que aquel régimen yugoslavo quizás no fuese peor que el desembarco del capitalismo salvaje posterior

Estamos más necesitados que nunca de que nos cuenten la historia desde el otro lado, de que nos erradiquen las hagiografías de unos para asomarnos a realidades que no resultaban tan terribles en los otros. En los tiempos donde el capitalismo salvaje nos ha arruinado, violado y amordazado como sistema único, nos llega una serie desde Croacia para susurrarnos al oído con cierta timidez pero enorme convicción que quizás los nuevos tiempos no hayan resultado mejores que los que vivieron durante la existencia de Yugoslavia; y también que el capitalismo puede ser muchísimo más inhumano y criminal que aquel otro lado del Telón de Acero.

Y lo mejor de todo ello es que “El último artefacto socialista” no es una serie política, ni mucho menos dogmática, sino profundamente humana, íntima y de personajes, de gentes que perdieron toda la dignidad como trabajadores al desaparecer Yugoslavia y que el capitalismo los etiquetó como perdedores para siempre. No tiene contenido político alguno y, sin embargo, es difícil resistirse a su inteligentísima tesis.

Hasta un remoto pueblo croata llegan dos inversores dispuestos a reflotar la antigua fábrica de turbinas de la Yugoslavia comunista para vender un único modelo a alguien que lo necesita. A su llegada, se encuentran un pueblo devastado que jamás volvió a levantar cabeza tras la caída del régimen y que malvive como puede devorado por el capitalismo salvaje imperante. Ese desembarco de un proyecto nuevo que en realidad es el de siempre comienza a cambiar para siempre las vidas de los habitantes que allí resisten como pueden.

Serie coral por vocación, cada uno de sus seis episodios se centra en un personaje diferente mientras va desarrollando una historia común. Seres que parecieren de carne y hueso y con los que el espectador empatiza fácilmente, trabajadores que nos reconciliarán con el orgullo obrero y la solidaridad de clase.

Correctamente dirigida por Dalibor Matanic, siempre con unos créditos finales brillantes, el guión basado en la novela de Robert Perisic es preciso y exacto y el elenco actoral que sostiene la serie resulta igualmente llamativo, como lo es también la música de Jura Ferina y Pavao Miholjevic, así como una excelente dirección de fotografía de Marko Brdar. Es tan buena, que no queda otra que perdonarle sus veleidades tendentes al “happy end” de forma permanente.

En su ópera prima, Charlotte Wells no consigue con «Aftersun» alcanzar a la Sofia Coppola de «Somewhere», pero resulta exquisita en lo estético y sensiblemente minimalista en la narración de un verano iniciático

En su ópera prima, Charlotte Wells no consigue con «Aftersun» alcanzar a la Sofia Coppola de «Somewhere», pero resulta exquisita en lo estético y sensiblemente minimalista en la narración de un verano iniciático

La ópera prima de Charlotte Wells es ciertamente preciosa en lo estético y sensiblemente minimalista en lo argumental. Es una buena película, es prometedora en la trayectoria de una cineasta a la que habrá que seguir de cerca, pero “Aftersun” me ha llegado un tanto sobrevalorada, porque no ha dejado de parecerme durante todo su visionado un quiero y no puedo respecto a la magistral Sofia Coppola de “Somewhere”, a la que trata de emular en cada plano de su metraje.

Con guión de la propia Charlotte Wells y quiero pensar que posiblemente buceando en sus propios recuerdos de preadolescencia, se nos cuenta en “Aftersun” un inolvidable verano iniciático de una chica de 11 años llamada Sophie, que pasa sus vacaciones en un resort de Turquía con su padre divorciado y que trata de vivir una segunda juventud alocada para volver a sentirse vivo porque su interior permanece profundamente arrasado. 

Sophie tiene todo el desparpajo que se puede tener siendo una chica de 11 años y la interpretación de la joven Francesca Corio es lo mejor de la cinta a nivel artístico de lejos. La relación con su padre es amable y de confianza, pero algo oscuro que no acaba de entrever el espectador amenaza lo idílico de las vacaciones así planteadas y nos asoma al precipicio de un drama insondable, mientras que Sophie va descubriendo todos los misterios que esconde la vida para quien aún no los conoce.

El film se sustenta, sin la menor duda, en la interpretación mencionada de Francesca Corio y en la belleza hipnótica de las imágenes rodadas por Charlotte Wells con una apabullante fotografía de Gregory Oke, así como con la ayuda de la acertada partitura original de Oliver Coates, más allá de los temazos noventeros que van sonando durante el metraje, permitiendo algunos de ellos escenas tan tiernas y melancólicas como la del karaoke solitario de Sophie y su conclusión postrera, para mí, la mejor escena del film.

Interesante ejercicio de metacine, Mia Hansen-Love nos regala un precioso homenaje a Ingmar Bergman en su exquisita «La isla de Bergman», donde Vicky Krieps se vuelve a reivindicar como una actriz imprescindible

Interesante ejercicio de metacine, Mia Hansen-Love nos regala un precioso homenaje a Ingmar Bergman en su exquisita «La isla de Bergman», donde Vicky Krieps se vuelve a reivindicar como una actriz imprescindible

El personal homenaje de una cineasta siempre interesante como la francesa Mia Hansen-Love al genio sueco Ingmar Bergman resulta espléndido. Nada podía salir mal: ir a contar una historia que juega con el cine y con el metacine, con la creación literaria y la metaliteratura, con lo textual y lo metatextual, y hacerlo en Faro, la isla sueca donde acabó viviendo Bergman, así como entregar la interpretación a Tim Roth y, sobre todo, a la estratosférica Vicky Krieps, a la que cada vez idolatro más, era una apuesta segura de la que Mia Hansen-Love, directora y guionista, sale de una forma más que notable.

Todo funciona bien y de manera inteligente en esta historia sobre una pareja de cineastas que deciden pasar un tiempo en “La isla de Bergman” para aislarse y crear sus respectivas próximas películas. Mientras Tim Roth tiene que atender a múltiples requerimientos sociales en el estrellato de su carrera cinematográfica, su esposa va conformando un guión apasionante sobre dos jóvenes exnovios que se reencuentran en una boda celebrada en esa misma isla y cuyo reencuentro va a transformar sus vidas.

Si Tim Roth está espléndido como cineasta de prestigio, Vicky Krieps (quien me enamoró para siempre conformando uno de los personajes femeninos más fascinantes de la historia del cine en “El hilo invisible” de Paul Thomas Anderson) borda “cum laude” su trabajo como creadora sufriendo un bloqueo. Cuando logra superar el bache y conforma su nueva película, aparece otro personaje femenino difícil de olvidar, el interpretado por otra debilidad de la casa, Mia Wasikowska (la cual, desde niña, nos dejó a todos obnubilados con su participación en la fantástica serie de HBO “En terapia”).

Y es que llega un momento que la historia creada nos importa tanto como la historia real de sus creadores y es entonces cuando descubrimos que el personal homenaje de Hansen-Love a Ingmar Bergman, uno de los más grandes directores de la historia, merece la pena y mucho. Apoyado en la encantadora música de Raphael Hamburger y en una excelsa dirección de fotografía de Denis Lenoir, no pasará a la historia del Séptimo Arte, pero te regalará un rato de excelente cine.

Eligiendo el camino equivocado, Carlota Pereda pierde el rumbo en su ópera prima «Cerdita», haciendo de su protagonista otra víctima en lugar de una heroína feminista

Eligiendo el camino equivocado, Carlota Pereda pierde el rumbo en su ópera prima «Cerdita», haciendo de su protagonista otra víctima en lugar de una heroína feminista

“Cerdita”, la ópera prima en el largometraje de Carlota Pereda, es una lamentable oportunidad perdida. Porque su inicio apunta hacia donde tiene que apuntar, el drama psicológico en torno al bullying, pero el metraje va avanzando y sus intenciones desbarrando, utilizando el camino fácil y comercial del thriller en su parte media para evolucionar hacia el gore intragable. Una desilusión mayúscula que tan sólo aporta la interpretación de Laura Galán y la espléndida dirección de fotografía de Rita Noriega, para mí (no sé si sería la intención o no de la fotógrafa), un excelso homenaje al Narciso Ibáñez Serrador de “¿Quién puede matar a un niño?”.

“Cerdita” debió ser otra cosa. Porque el personaje de Sara, magníficamente interpretado por Laura Galán, merecía mucho más. Estamos ante una chica que es despreciada, torturada psicológicamente y vejada hasta la saciedad por ser la gorda del pueblo. Lo de menos es su volumen físico, porque todo hubiera sido igual si hubiese sido la coja del pueblo o, lo que es aún peor, la pobre del pueblo. La cuestión es ser distinta y no responder a los repugnantes cánones establecidos por una sociedad infantilizada, anestesiada, que sólo sabe posar para las redes sociales mientras consume y que no acepta la diferencia, ni al diferente, ni a la diferente. Una sociedad que no merece sobrevivir, sinceramente, y que se ha ganado ser castigada con toda dureza, que es lo que debería haber hecho Sara para regocijo del cinéfilo inteligente y sensible.

Por desgracia, el guión de la propia Carlota Pereda no discurre por esos derroteros, sino por los mucho más plácidos del vengador anónimo que viene a intervenir en favor de Sara, como si ella no pudiera bastarse por sí misma, dejando en algunos espectadores, entre los que me incluyo, incluso un cierto regusto micromachista innecesario que me va alejando de la película conforme evoluciona.

Es obvio que, cuando la misma se deja caer vergonzosamente en los brazos palomiteros del empachoso thriller (de verdad que no puedo más con el momento cultural en el que nos ha tocado vivir, en el que no hay novela o película que no termine cayendo en las manos de tan cansino género), aún me desprendo más de su argumento y de sus personajes. El gore camino del slasher nos espera a la vuelta de la esquina, y ahí ya no estoy tan siquiera, porque me siento profundamente defraudado.


Dicho sea de paso, me resulta un tanto cansina la partitura musical de Olivier Arson, como el exceso de metraje de la cinta, que debió quedarse en el corto que fue primigeniamente.

Absoluto espanto intragable, Jaume Balagueró desbarra con «Venus», esperpento de terror sin coherencia interna y con una perdida para la causa Ester Expósito

Absoluto espanto intragable, Jaume Balagueró desbarra con «Venus», esperpento de terror sin coherencia interna y con una perdida para la causa Ester Expósito

Jaume Balagueró ha perdido el norte. El otrora nombre referencial del cine de terror de nuestra cinematografía fue decayendo víctima de las reiteraciones temáticas y estilísticas propias del género. Y su filmografía ha ido a menos con la honrosa excepción de esa obra maestra titulada “Mientras duermes”. Pero que Balagueró está en horas bajas no justifica el esperpento intragable y anticinematográfico que supone “Venus”. Pura basura que pretende ser un cruce imposible entre “Melancolía” de Lars Von Trier, “Fugitivas” de Miguel Hermoso y lo peor y más nauseabundo del gore, sin razón de ser ni objetivo alguno.

Esta película (por llamarla algo) de género jamás debió rodarse. Su argumento (al que no vale la pena entrar por minimalista y vomitivo) no hay por dónde cogerlo, pateando la más mínima credibilidad escena tras escena hasta su ridículo paroxismo final. Nada tiene sentido. Los personajes no están trazados más que a brochazos groseros. Sus situaciones son paródicas y ridículas. Sus diálogos, puro esperpento que hace sangrar a los oídos inteligentes. Sus formas, intragables. Su resultado, lamentable.

Pero si grave es la puesta en escena, mucho más ridículas e insufribles son las interpretaciones de su equipo artístico. Un film protagonizado por la otrora interesante Ester Expósito, que parecía ser una buena actriz en la fase primigenia de su carrera, pero que su seriedad y credibilidad ha ido siendo enterrada por el mismo cirujano que ha transformado su cuerpo a golpe de bisturí para apartarla de un físico natural y de cualquier interpretación creíble. Su forma de afrontar el personaje protagonista, Lucía, llevándola al terreno de la super heroína (eso debe ser lo que han consumido sus autores para perpetrar todo esto) de videojuego, resulta ciertamente vomitivo.

Saber que produce Álex De la Iglesia quizás explique el derroche gore intragable de la cinta en estos 100 minutos de metraje que se hacen eternos. La música de Vanessa Garde es estridente y francamente insoportable, al igual que la barroca y excesiva dirección de fotografía de Pablo Rosso. Y es que nada funciona en este esperpento intragable.

Obra maestra definitiva de uno de los más grandes cineastas contemporáneos, Joachim Trier, «La peor persona del mundo» trae calidad y nobleza a la tragicomedia romántica a través de la épica interpretación de Renate Reinsve

Obra maestra definitiva de uno de los más grandes cineastas contemporáneos, Joachim Trier, «La peor persona del mundo» trae calidad y nobleza a la tragicomedia romántica a través de la épica interpretación de Renate Reinsve

Joachim Trier es una de las voces propias más importantes del panorama cinematográfico contemporáneo. Desde Noruega, nos ha ido regalando una obra maestra tras otra, todas ellas capaces de retorcer las convenciones de diferentes géneros para reinterpretarlos de forma cautivadora y adictiva. Suya es una de mis películas de terror psicológico favoritas de todos los tiempos (“Thelma”) o un drama de la dimensión de “Oslo, 31 de Agosto”. Sin duda, su virtuosismo como cineasta toca techo con “La peor persona del mundo”, llevando hasta el paroxismo de la calidad insuperable un género tan denostado como la tragicomedia romántica. Porque la suya es una de las más grandes de los últimos años.

Film perfecto de principio a fin, sabe evolucionar de la comedia al drama y viceversa a lo largo de su metraje como la vida misma, fluyendo con facilidad y aparente sencillez para contarnos cosas muy inteligentes y muy profundas, sin dejarse ninguna disyuntiva actual detrás. Pero todo ese edificio fílmico inapelable se sostiene en una de las mejores interpretaciones que hayan existido en lo que va de siglo, la que nos regala (premiada justamente en Cannes) Renate Reinsve que ríe, llora, se desconcierta, se encuentra, se ratifica y se pierde ante la cámara como pocas veces se haya visto antes. Sólo por ella y por el excelso guión del propio cineasta noruego ya valdría la pena ver la cinta de rodillas. Pero… es más, mucho más esta inolvidable historia de una treintañera a la búsqueda permanente y sin descanso de su futuro personal, sentimental y laboral según sus propias creencias, gustos y convicciones contra todos los estereotipos del heteropatriarcado.

Y a la perfección absoluta del conjunto ayuda la preciosa partitura musical de Ola Flottum, así como la bellísima fotografía de Kasper Tuxen, tan perfectamente convincente cuando la narración es realista y literal como cuando (maravillosamente) decide navegar por mares imaginarios imposibles, psicotrópicos o no, a través de un relato episódico donde los capítulos se van sucediendo mientras la historia y, sobre todo su protagonista, nos enamoran para siempre.

En suma, un clásico instantáneo imprescindible del cine contemporáneo. Otra vez lo logró Joachim Trier.

El andaluz Manuel H. Martín combina testimonios reales con animación en «30 años de oscuridad», documental sobre la durísima realidad de «los topos» durante el franquismo, precedente de la posterior «La trinchera infinita»

El andaluz Manuel H. Martín combina testimonios reales con animación en «30 años de oscuridad», documental sobre la durísima realidad de «los topos» durante el franquismo, precedente de la posterior «La trinchera infinita»

Es nuestro deber moral como sociedad conocer y divulgar todo lo que concierne a la Memoria Histórica. Porque nos resulta imprescindible para nuestro propio crecimiento personal, porque la sociedad lo reclama para poder evolucionar definitivamente y cerrar las heridas definitivamente y, sobre todo, porque se lo debemos a las víctimas de una corta guerra pero una cruel y extensísima posguerra cargada de represión y asesinatos fascistas. Pero no sólo los fusilados en tapias de cementerios fueron las víctimas más directas de la criminal dictadura franquista, sino también “los topos”, esas personas que vivieron ocultas dentro de sus propias casas durante más de tres décadas para poder salvar la vida a costa de limitarla de forma infame a lo que se podía hacer tras una pared falsa o un agujero tapado.

Antes de que llegara a nuestras vidas una de las más grandes películas de la historia de nuestra cinematografía, “La trinchera infinita”, en 2011 se estrenó un documental andaluz firmado por el sevillano Manuel H. Martín sobre el mismo tema: “30 años de oscuridad”. Es más, “La trinchera infinita” debe muchísimo de su argumento a este documental precedente, que nos asoma sin tapujos y de forma cruda a la realidad de los topos en general y de uno en particular, Manuel Cortés, que, durante el legítimo gobierno democrático de la II República, fue Alcalde socialista de Mijas (Málaga) y que vivió escondido durante 30 años hasta que la amnistía franquista proclamada el 31 de Marzo de 1069 le permitió volver a recuperar una vida normal.

Para narrar tan cruento periplo vital, Manuel H. Martín se nutre de los testimonios de varios autores de manuales sobre el tema de “los topos”, así como de familiares de los escondidos. Pero destacan por encima de todo, en dicho camino narrativo, los fragmentos creados por animación de la vida de dichos personajes que cuentan con las voces de la maravillosa actriz andaluza Ana Fernández y, sobre todo, de la del también andaluz Juan Diego, el mejor actor que haya existido nunca en la historia del cine de este Estado (no lo digo sólo yo, lo afirma Javier Bardem), que eleva el resultado final del film a altas cotas.

El guión de Jorge Laplace nos embarca durante 85 minutos por una vida que no era vida para unas personas que no la merecieron, pero que se vieron en la tesitura de vivir escondidos o morir asesinados por la cruenta represión franquista. La música de Pablo Cervantes subraya y ayuda a seguir el relato en todo momento, así como la artesanal y preciosa animación de Daniel Mauri para conformar uno de los grandes documentales del cine andaluz.