Magistral y despiadado vistazo de aliento trágico a la cara amarga de la maternidad, «El hijo zurdo» es una portentosa serie andaluza de Rafael Cobos sostenida por dos actrices siempre en estado de gracia: Tamara Casellas y María León

Magistral y despiadado vistazo de aliento trágico a la cara amarga de la maternidad, «El hijo zurdo» es una portentosa serie andaluza de Rafael Cobos sostenida por dos actrices siempre en estado de gracia: Tamara Casellas y María León

Con una habilidad magistral para mostrar la cara amarga de la vida con una crudeza despiadada, “El hijo zurdo” es una portentosa serie andaluza firmada por el sevillano Rafael Cobos que se sostiene a través de una historia de empoderamiento y sororidad de dos madres a las que les han tocado unos hijos que nunca hubieran querido, magistralmente interpretadas por Tamara Casellas y María León. Ambas conforman el esqueleto sobre el que se sustentan sus 6 episodios que pasan como un suspiro y dejan ganas de mucho más. Porque sus personajes son adictivos e hipnóticos en esta adaptación de la novela homónima de Rosario Izquierdo que estoy deseando leer después de asomarme a su mundo interior, tan atrayente para el mío.

La serie está tocada de principio a fin de un aliento trágico profundamente amargo. Porque lo que nos cuenta lo es. Ser madre de un hijo neonazi, violento y adicto a las drogas no es algo a lo que una aspire en la vida. En esa tesitura coinciden dos mujeres procedentes de dos clases sociales diferentes: María León es la madre pija, una burguesa acomodada infelizmente casada con un político con proyección en Sevilla y con este hijo zurdo y díscolo; Tamara Casellas está salida de las entrañas del proletariado que habita los barrios menos conocidos de Sevilla y que se gana la vida limpiando e intentando sobrevivir a la vida que le está dando su hijo. La sororidad entre ambas debe y tiene que nacer, si pretenden sobrevivir a semejante maternidad.

Tamara Casellas está como María León, o sea, perfectas ambas, en un “tour de force” siempre en crescendo encarnando con una maestría superlativa a dos mujeres de mundos distintos que están atrapadas en el mismo tipo de maternidad asfixiante. Lo de ambas actrices no es de este mundo.

Electrizante resulta igualmente su ambientación musical, ecléctica y profundamente andaluza, que llega a pasar incluso por el famoso tema de Califato ¾ “Critto de lá Nabahá”, conocidamente impactante por su aproximación desde la música electrónica a las marchas de cornetas y tambores de la Semana Santa andaluza. Igualmente acompaña magistralmente la dirección de fotografía de Daniela Cajías.

Cierre de una trilogía conformada junto con «If….» y «Un hombre de suerte», Lindsay Anderson vuelve a caer en el caos lisérgico y el humor ácido con fuerte carga política en la peculiar «Britannia Hospital», añadiendo ciertos desbarres hijos de la Hammer

Cierre de una trilogía conformada junto con «If….» y «Un hombre de suerte», Lindsay Anderson vuelve a caer en el caos lisérgico y el humor ácido con fuerte carga política en la peculiar «Britannia Hospital», añadiendo ciertos desbarres hijos de la Hammer

Los aires revolucionarios, alternativos, de ruptura social, lisérgicos y psicotrópicos de cierto tipo de cine de los años 70 lograron llegar a los primeros años de la década de los 80 con ejemplos tan peculiares como “Britannia Hospital”, la última película que Lindsay Anderson rueda en Inglaterra, donde termina proscrito por su irreverencia iracunda contra el sistema y contra todos. El tiempo parece haberle pasado factura, pero no deja de ser una experiencia antropológica su visionado, el cual también conduce indefectiblemente a la desilusión.

En esta cinta de 1982 no deja títere con cabeza: desde los sindicatos hasta la Reina y la absurda parafernalia prehistórica de la Corona, pasando por la salvaje privatización de la sanidad perpetrada por el cruel liberalismo ochentero, las diferencias de clase y la ira de un proletariado desesperado por las condiciones de vida a las que tiene que enfrentarse, encuentran una interesante metáfora en el hospital en el que se desarrolla la trama.

Y hasta ahí las señas de identidad de Anderson son perfectamente reconocibles. Cuando realmente me sorprende y me deja fuera de juego (en un sentido no precisamente positivo) es cuando decide homenajear al muy cuestionable cine de la Hammer y se adentra en un Frankenstein gore-cutre de borbotones de sangre disparados hacia todas partes que un cinéfilo no preparado como yo nunca se esperaría en mitad de una película de Lindsay Anderson.

La chillona fotografía propia de su cine comparece de la mano de Mike Fash, así como la necesaria música de Alan Price, que acompañan al elenco actoral habitual del cineasta, Malcolm McDowell incluido volviendo a encarnar a un personaje llamado Mick Travis de nuevo (como ya ocurrieran en las anteriores “If.…” y “Un hombre de suerte”, con las que “Britannia Hospital” conforma una trilogía más o menos confesa).

De nuevo el humor corrosivo y ácido, muchas veces estrambótico y excesivo, invade la pantalla conforme el caos anárquico y anarquista la va conquistando. El exceso es el mundo en el que el cineasta británico gusta de retozar y esta película le debió ser gozosamente atractiva para ello.

Más allá de su interesante lectura política, a mí me deja un tanto indiferente porque no conecto con su propuesta desordenada y caótica que recurre a un humor de tintes surrealistas y absurdos que me sobrepasa. Intensito que es uno.

Harrison Ford se despide del personaje en mitad de una orgía de nostalgia en «Indiana Jones y el dial del destino» de la mano de un James Mangold plagiando a Spielberg por los caminos trillados de resultado seguro

Harrison Ford se despide del personaje en mitad de una orgía de nostalgia en «Indiana Jones y el dial del destino» de la mano de un James Mangold plagiando a Spielberg por los caminos trillados de resultado seguro

Era apostar sobre seguro. Imposible perder. Sólo se necesita uno de los temas musicales más importantes de la historia del cine sonando, visualizar un látigo y un sombrero concretos y ver el rostro de Harrison Ford, más o menos arrugado según momentos del metraje. “Indiana Jones y el dial del destino” es un buen ejemplo de cine de palomitas y aventuras bien resuelto y digno, pero careciendo de la más mínima valentía, por cuanto sólo ofrece más de lo mismo en las mismas dosis, el mismo orden, el mismo esquema y los mismos resultados. Nada sorprende. Probablemente lo estoy señalando como defecto y puede que esa sea, paradójicamente para su legión de espectadores entusiasmados, su mayor virtud.

En cualquier caso, sí me han resultado terribles determinadas escenas en la que la suspensión de la incredulidad que se exige en el espectador ya resulta abusiva. Lo mismo son cosas de la edad, que lo convierte a uno en demasiado analítico y escéptico, dispuesto a romper ese pacto con el fenómeno narrativo en varios momentos de su excesivo y alargado en demasía metraje de casi tres horas totalmente innecesarias (un mal del cine actual). De todas formas, todas las vocaciones por la arqueología que haya despertado esta saga estaban ya más que cubiertas a estas alturas.

Recuperando el esquema fijo y repetido hasta el último detalle de la gran trilogía clásica (esta película obvia, como si no hubiera existido nunca “Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal” y mejor así), incluido un prólogo que funcionará en el desarrollo del argumento como un flashback (innovación ninguna), así como los personajes y la trama igualmente saltándose a su predecesora, en esta ocasión embarca a Indi a la búsqueda de un artefacto inventado por Arquímedes que pudiera permitir viajar en el tiempo.

Lógicamente, al héroe siempre tiene que acompañarlo la heroína correspondiente, en este caso su ahijada, debidamente empoderada como debe ser, interpretada de manera funcional por Phoebe Waller-Bridge, alrededor de la que mucho me temo que se esté concibiendo una sucesión orquestada por la poco imaginativa industria de Hollywood.

Lo mejor de la función, sin la menor duda, es el malo, un arqueólogo nazi fantásticamente interpretado por el gran Mads Mikkelsen, así como un pequeño papel reservado a Antonio Banderas (apenas aparece cinco minutos pero le da derecho a aparecer en el centro del cartel del film, ojo al dato).

James Mangold sabe imitar a la perfección a Steven Spielberg y consigue un empaque visual gemelo al de la gran trilogía. Su capacidad de mimetismo es absoluta y a ratos tiene uno que volver a mirar los créditos para asegurarse de que no dirige Spielberg. En copiar, Mangold es un genio. En todo lo demás, está por discutir.

Al igual ocurre con John Williams, que sabe plagiarse a sí mismo de manera monumental, tirando durante el larguísimo metraje del film de todos los temas utilizados durante las películas anteriores de la saga para pergeñar una salida digna ante un talento ya en horas bajas.

Como no podría ser de otra forma ante una superproducción de esta magnitud, resulta apabullante la parte técnica, tanto los efectos especiales como la descomunal dirección de fotografía de Phedon Papamichael.

Al final, recuerdas que Disney está detrás de toda la operación y lo entiendes todo.

Toda la locura lisérgica y catártica de los años 70 encuentra acomodo en un disparate titulado «Un hombre de suerte», donde Lindsay Anderson mezcla todo tipo de texturas en lo visual y en lo argumental

Toda la locura lisérgica y catártica de los años 70 encuentra acomodo en un disparate titulado «Un hombre de suerte», donde Lindsay Anderson mezcla todo tipo de texturas en lo visual y en lo argumental

“Un hombre de suerte” es un absoluto disparate firmado por un desprejuiciado y atrevido Lindsay Anderson. Un producto cultural así sólo podría haberse llevado a cabo en la década de los 70, donde el cine fue libre porque la sociedad estuvo a punto de alcanzarlo. Por desgracia, tanto en un ámbito como en el otro, apenas resultó ser un suspiro, pero nos dejó los mejores años para el Séptimo Arte, aunque no sea ésta precisamente una de sus obras más conseguidas.

Es difícil relatar el argumento porque no lo tiene: estamos ante un conjunto de momentos episódicos deslavazados que le ocurren a su protagonista que, en una “road movie” permanente y acelerada, va pasando por todos los lugares, tiempos, estadios y clases sociales posibles, con una conclusión tan lúcida como misántropa: la sociedad no tiene remedio porque el ser humano tampoco lo tiene. El mismo elenco actoral va interpretando a todos los personajes que van apareciendo en los numerosos cuadros que se suceden durante unos muy excesivos 183 minutos de metraje que, sinceramente, se acaban haciendo largos hasta que alcanza su final liberador y lisérgico, que a mí me ha recordado al que creara ese dios llamado Bob Fosse para culminar su obra maestra inmortal “All that jazz”.

No es la única referencia cinéfila que retumba en mi cabeza durante su visionado, dado que resulta más que evidente, y yo diría que incluso autoralmente expreso, la larguísima sombra sobre este film que proyecta “La naranja mecánica” de Stanley Kubrick, con la que comparte intenciones visuales, compromisos políticos argumentales y una parte de su elenco actoral. Lindsay Anderson no estaba por disimular su admiración por la obra de Kubrick.

Pero la anarquía no se exhibe sin pudor tan sólo en el guión (firmado por por David Sherwin a partir de una idea original del propio actor protagonista Malcolm McDowell, con ciertos pretendidos tintes autobiográficos pasados por el tamiz de las drogas visto el resultado) , sino que alcanza a su aspecto formal, donde cabe todo tipo de texturas: desde el cine mudo con sus rótulos hasta montajes psicodélicos, pasando por todas las gamas posibles de caligrafías visuales sin prejuicio alguno, en un ejercicio libérrimo de autoría total. Todo ello, además, aderezado por las canciones de Alan Price porque, aunque no lo parezca, estamos ante un musical.

Una de las películas de mi vida, «El sur» es la gran obra maestra de Víctor Erice, un relato iniciático a través de la fascinación de una hija por la figura magnética de su padre, que deja una huella imborrable en el alma del cinéfilo

Una de las películas de mi vida, «El sur» es la gran obra maestra de Víctor Erice, un relato iniciático a través de la fascinación de una hija por la figura magnética de su padre, que deja una huella imborrable en el alma del cinéfilo

Víctor Erice es un cineasta único e irrepetible, piedra angular de nuestro cine. Cuenta tan sólo con cuatro películas en su haber: “El espíritu de la colmena” (1973), “El sur” (1983), “El sol del membrillo” (un documental sobre el proceso creativo del pintor Antonio López de 1992) y “Cerrar los ojos” (2023). Se toma su tiempo para desarrollar sus proyectos lo mismo que su cine también se toma el suyo para desarrollar sus historias, con un aliento poético insuperable. Erice es el gran poeta de nuestro cine como “El sur”, su obra maestra definitiva, lo corrobora. Después de haber puesto la cinematografía patas arriba con su ópera prima “El espíritu de la colmena” una década antes, Erice sabe que puede y debe llegar aún más arriba y se impulsa hasta legarnos una de las mejores películas del cine europeo.

En esta segunda ocasión, con un guión que firma conjuntamente con Adelaida García Morales, ambos adaptan al cine un relato de la citada escritora cuya lectura os recomiendo encarecidamente, volviendo a dar en la diana del punto de vista narrativo con todavía mayor acierto, colocando la narración a la altura de los ojos de Estrella, la niña protagonista que, a través de muy literario artefacto de la voz en off, nos relata lo ocurrido con su padre desde la adolescencia.

Esta obra maestra deja para la historia del cine dos momentos épicos: el baile de Estrella y su padre durante su Primera Comunión a los sones del pasodoble “En er mundo”; y una de las elipsis más bellas que haya conocido nunca, cuando la Estrella niña pedalea por el camino que conecta su casa con el pueblo mientras que regresa convertida en la Estrella adolescente. Pura magia cinematográfica.

La voz de Estrella nos va guiando por la fascinación absoluta que siente por su padre durante su infancia en la década de los 50 en una pequeña ciudad de provincias norteña, desde la que anhela el exotismo que le llega del sur, de donde procede su padre y a donde no ha vuelto jamás. Y también cómo esa imagen paterna va decayendo conforme crece y entiende las miserias de la vida de los adultos, las cuales se reproducen en su padre como en cualquier otro ser humano, descubriendo que no era el dios que ella creía.

Magistrales resultan las dos actrices que encarnan a Estrella a lo largo del film: tanto la espléndida niña Sonsoles Aranguren como la inmensa Icíar Bollaín que la interpreta en su adolescencia de una manera magistral. El padre, desde la contención más absoluta, lo interpreta el mítico Omero Antonutti, interpretando a ese magnético padre mitad médico mitad zahorí.

De nuevo Víctor Erice homenajea al cine, la mejor de las artes para él y para mí. Si en “El espíritu de la colmena” lo hace a través de “Frankenstein” de James Whale, en esta ocasión lo hace con de una película imaginaria titulada “Flor en la sombra” y con “La sombra de una duda” de Alfred Hitchcock.

La ambientación musical, a través de diferentes partituras de Enrique Granados y el pasodoble “En er mundo”, que acaba ganando la inmortalidad por la incorporación a esta cinta, es magistral, como lo es la dirección de fotografía del gran José Luis Alcaine, en tonos gélidos y distantes, con unos contrastes y claroscuros insuperables y eternos.

Pero lo realmente impresionante es saber que tan sólo se llegó a rodar la mitad del guión porque Elías Querejeta puso punto y final al rodaje a la mitad del mismo, con todas las escenas del Norte finalizadas pero con el periplo de los personajes por el Sur sin haberse ni tan siquiera comenzado a rodar. Sin embargo, tal y como está, resulta absolutamente perfecta y eterna.

Profunda y cruda tragedia coral desordenada temporalmente, «Cuando el polvo se asienta» es otra magistral serie danesa de DR en la que una decena de personajes interconectan sus vidas a partir de un atentado terrorista

Profunda y cruda tragedia coral desordenada temporalmente, «Cuando el polvo se asienta» es otra magistral serie danesa de DR en la que una decena de personajes interconectan sus vidas a partir de un atentado terrorista

Cuando la DR danesa decide hacer una serie de calidad, el resultado final suele ser espectacular. Es el caso de “Cuando el polvo se asienta”, un fenómeno sociológico en Dinamarca (con un 42 % de share durante su exhibición televisiva) que Filmin nos ha permitido conocer al sur del sur de Europa. Estamos ante un  drama, una tragedia profunda y durísima, coral por definición ya que fija su atención en una decena de personajes con el mismo peso protagonista y cuyo punto de conexión es haber sido víctimas de un atentado terrorista en Copenhague.

La segunda gran característica de la propuesta en diez episodios de Milad Alami, Iram Haq y Jeanette Nordahl es que su esquema narrativo se presenta desordenado cronológicamente, mezclando momentos anteriores al atentado con otros posteriores y con el luctuoso acontecimiento desarrollándose. Sin duda, ese alarde de guión es lo que hace inmensa esta serie, lo que le otorga profundidad y calidad, interés e impacto. Su episodio 5, con vocación de bisagra y dedicado al atentado terrorista en sí, me resulta antológico por la crudeza y verosimilitud que derrocha.

En esta propuesta, la violencia acaba interconectando a personas muy diferentes que van a comenzar a interactuar entre ellos y que arrastran pasados complejos y futuros que se presienten duros. También están representados todos los estratos sociales, desde la Ministra de Justicia hasta un adolescente migrante con serios problemas fuera y dentro de casa. Me importa y me emociona especialmente el personaje de una niña preadolescente especialmente tímida que tiene pavor a quedarse sola en casa sin su madre y que tendrá que hacer quizás el viaje vital más complicado de todos los personajes de la serie. En algunos momentos, me ha cautivado el corazón su difícil periplo, como también el que tiene que atravesar una mujer adicta a las drogas que ha dejado perder a un hijo a consecuencia de su opción vital. Aunque no existe un solo personaje que carezca de interés o resulte menor en esta serie.

Resultan excelsas tanto la música de Martin Dirkov como su impresionantemente bella dirección de fotografía. Esteticismo nórdico absoluto para una historia cortante, hiriente, intensa, profunda, cargada de matices y personajes, de momentos e historias, de diálogos frondosos y situaciones provocadoras. Sin duda, un ejemplo a seguir de cómo desarrollar una tragedia del siglo XXI.

Todos quedamos marcados por «El espíritu de la colmena», una oda insuperable al cine poético y a la inocencia de la infancia del genial Víctor Erice

Todos quedamos marcados por «El espíritu de la colmena», una oda insuperable al cine poético y a la inocencia de la infancia del genial Víctor Erice

Víctor Erice es un cineasta único e irrepetible, al igual que lo es su ópera prima “El espíritu de la colmena”. Erice cuenta tan sólo con cuatro películas en su haber: “El espíritu de la colmena” (1973), “El sur” (1983), “El sol del membrillo” (un documental sobre el proceso creativo del pintor Antonio López de 1992) y “Cerrar los ojos” (2023). Se toma su tiempo para desarrollar sus proyectos lo mismo que su cine también se toma el suyo para desarrollar sus historias, con un aliento poético insuperable. Erice es el poeta de nuestro cine como “El espíritu de la colmena” demuestra y “El sur”, para mí su gran obra maestra con la que se supera a sí mismo una década después, lo corrobora.

El inmenso acierto narrativo de “El espíritu de la colmena” (un guión firmado por el propio Erice junto con Ángel Fernández Santos) está en colocar la narración a la altura de los ojos de sus dos niñas protagonistas, que el espectador se tenga que ver forzado a vivir sus vidas desde los ojos de Isabel y Ana. Un hito de perspectiva narrativa que hiciera evolucionar aún más el maestro Carlos Saura en “Cría cuervos”, una de las películas de mi vida, en la que Saura también entregaba el papel protagonista a la misma niña, Ana Torrent, para que la influencia quedara aún más clara.

Especialmente interesantes me resultan los créditos del film, a base de dibujos infantiles realizados por sus propias protagonistas Ana Torrent e Isabel Tellería, así como el homenaje expreso que Erice se permite en un momento del ajustado metraje de la cinta a “La noche del cazador” de Charles Laughton (1955), una de las mejores películas de la historia del cine, con la que esta película tienen varios puntos en común.

Todo el peso de esta obra maestra que apertura el cine de los 70 en este Estado (la mejor década de la historia del cine para mí) se sustenta en dos actrices infantiles inconmensurables, Isabel Tellería (inexplicablemente desaparecida con posterioridad del mundo del cine) y la portentosa Ana Torrent, la mirada más pura y melancólica de nuestro cine. Ambas interpretan a unas hermanas de 8 y 6 años, respectivamente, que viven en un pueblo castellano en lo peor de la posguerra, en los años 40. Su mundo inocente y cándido contrasta con el asfixiante y decadente, melancólico y triste, en el que habitan sus padres, entre los que cualquier tipo de pasión ya ha expirado desde hace tiempo y que hacen vidas paralelas sin saber el uno del otro. Todos viven en una colmena (el paralelismo entre la afición apicultora del protagonista, interpretado por Fernando Fernán Gómez, y las ventanas de la casa es pura metáfora cinematográfica), de cuyo rigor sólo se escapa a través de la inocencia de la infancia.

Al pueblo llega una película que se proyecta en el cine, “Frankenstein” de James Whale (1931), cuyas imágenes impresionan a las niñas que creen habitada por un espíritu una casa en ruinas cercana a su hogar. Detrás de todo ello hay una terrible historia de adultos, pero todo será mirado con la visión limpia de todo prejuicio de las niñas.

¿Se podía impulsar la visión artística del cine un poco más allá incluso? La respuesta es sí, cuando Víctor Erice se supera a sí mismo una década después con “El sur”, su gran obra maestra.

«If….» de Lindsay Anderson, ganadora en Cannes tras el Mayo Francés, es una lisérgica visita a las profundidades de un internado para estudiantes que ha envejecido mal

«If….» de Lindsay Anderson, ganadora en Cannes tras el Mayo Francés, es una lisérgica visita a las profundidades de un internado para estudiantes que ha envejecido mal

“If….” es la película por la que se hizo universalmente conocido Lindsay Anderson y un momento de ruptura total con las convenciones del cine conocido hasta el momento cuando se alzó con la Palma de Oro del Festival de Cannes en 1969. La edición en la que lo logró no fue algo casual: el mundo estaba entendiendo la dimensión del Mayo Francés y de todos los movimientos contraculturales que estaban teniendo lugar tanto en los USA como en Europa. “If….” (así, con sus cuatro puntos suspensivos para que suponga una ruptura absoluta también en lo gramatical) entronca con todo ello de manera directa. Estamos ante la obra más representativa del Free Cinema británico y la década de los 70 (la mejor de la historia del cine) asoma ya por todas sus esquinas.

También es cierto que la obra magna de Lindsay Anderson ha envejecido mal. Y, aunque sigue teniendo momentos provocadores que continúan perturbando al espectador actual (lo cual tiene un mérito tremendo), estamos ante una cinta que va de más a menos y que acaba chirriando en algunas de sus escenas, ya insostenibles en nuestro contexto socio-cultural, al igual que ocurre en su aspecto formal. No obstante, la escena sexual del film sigue perturbando y desorientando al cinéfilo contemporáneo por su planteamiento innovador y rupturista, absolutamente maravilloso, siendo lo mejor de la cinta con diferencia.

Si bien su máximo error es esa mezcla aleatoria y caprichosa, ininteligible para quien contempla la cinta, entre la fotografía de Miroslav Ondricek a color y en blanco y negro. No hay excusa argumental que lo justifique y aleja terriblemente al espectador del pacto de credibilidad necesario para poder comprender un film tan radical y excesivo como éste.

Lo que igualmente resulta inevitable es comprobar como “If….” se ha convertido en un film referencial cuyos ecos se pueden rastrear en la filmografía posterior, desde “La naranja mecánica” de Stanley Kubrick hasta “El club de los poetas muertos” de Peter Weir, pasando por la “Nouvelle Vague” o “Elephant” de Gus Van Sant, por cuanto lleva la vida en un militarizado internado británico hasta un extremo irrespirable para sus estudiantes, lo cual acaba suponiendo una reacción en cadena que ya se atisba desde su primera escena.

«Vozdevieja» es una novela tan original como fresca en la que Elisa Victoria mira hacia ese momento en el que se es demasiado joven para ser adolescente pero demasiado mayor para ser niña, con una voz desprejuiciada y emocionante

«Vozdevieja» es una novela tan original como fresca en la que Elisa Victoria mira hacia ese momento en el que se es demasiado joven para ser adolescente pero demasiado mayor para ser niña, con una voz desprejuiciada y emocionante

“Vozdevieja” derrocha dos cualidades que yo, como escritor, idolatro y envidio a partes iguales: conseguir crear literatura original y lograr una novela fresca y sencilla. La originalidad en la literatura resulta cada vez más compleja porque consiste en destrozar los enfoques ya demasiado manidos; la sencillez y espontaneidad en el lenguaje, para los que no podemos evitar alambicarlo y cargarlo de melancolía innata, es una cualidad que envidiamos mucho, y esta obra  literaria está cargada de un desparpajo desprejuiciado envidiable.

Elisa Victoria sabe lo que hace en su primera novela, seguramente porque debe tener muchísimo de sí misma, por el evidente germen autobiográfico que demuestra y deja entrever. Su protagonista se llama Marina, aunque en el colegio la llaman Vozdevieja, y está en esa edad fronteriza en la que se es demasiado mayor para seguir jugando con muñecas y llevar vestidos hechos por su abuela, pero a la vez demasiado joven para pasar el caudaloso y proceloso río de la adolescencia. La edad más difícil entre las posibles.

Y todo se complica si hay que vivirla en un tórrido verano sevillano de 1993, cuando los fastos de la Expo ya han expirado y tan sólo queda el desierto ambiental y socio-político en la capital de Andalucía. Tampoco ayuda que su madre esté gravemente enferma y que tenga que pasar buena parte del verano con su abuela, que la mima, eso sí, como sólo las abuelas saben hacerlo, y le hace carne empanada y croquetas mientras que le cuenta que está enamorada de Felipe González.

Comienza a pensar que le gustan las mujeres casi tanto como las muñecas Chabel o mirar a escondidas las revistas para adultos que trae a casa el último novio de su madre, Domingo, que tartamudea pero que siempre la trata como a una adulta, cosa que a ella le encanta.

Todo ello es narrado con una sencillez aplastante por Elisa Victoria, con un lenguaje sencillo, claro y directo, diáfano como la niña de 9 años que lo va narrando. Y aunque peca de un exceso de escatología que a veces me aleja, a golpe de sinceridad y corazón acaba calando en el corazón del lector.

Una de las películas iniciáticas más bellas de los últimos años, «Sica» es una joya de Carla Subirana que mezcla drama familiar con realismo mágico en una tragedia ambiental en la Costa da Morte

Una de las películas iniciáticas más bellas de los últimos años, «Sica» es una joya de Carla Subirana que mezcla drama familiar con realismo mágico en una tragedia ambiental en la Costa da Morte

El debut en el largometraje de ficción de Carla Subirana me parece uno de los grandes acontecimientos cinematográficos del año. “Sica” es una de las más bellas películas iniciáticas de los últimos tiempos, un drama familiar soterrado cargado de la atmósfera opresiva de la Costa da Morte y con un encantador tono de realismo mágico sobrevolándola constantemente. Una auténtica gozada para cualquier cinéfilo con sensibilidad. Dicho sea de paso, también supone el épico descubrimiento de la actriz Thais García, ue nos regala una encarnación su joven protagonista imposible de olvidar.

Carla Subirana nos presenta a Sica, una chica de 14 años que vive con su madre en la Costa da Morte. A su padre se le ha dado por desaparecido tras el naufragio de la nave de su propiedad y ella vive empeñada en encontrar la voz de su padre entre los acantilados. Inmersa en esa tarea se va separando de su mejor amiga, que ansía llegar a la vida adulta y a los hombres mucho más que ella, y conoce a Suso, un extraño niño del pueblo que pretende ser un “cazatormentas”. La vida de Sica va a girar bruscamente y con ella la de su madre.

Siguiendo la misma estela de “Secaderos” de Rocío Mesa, utiliza de manera inteligente el realismo mágico para descargar toda su fuerza social con enorme sutileza, lo rural y el apego a la tierra desde la que se cuenta y la maravillosa forma de amar a sus personajes tanto como los respeta.

En su perfecto metraje de 90 minutos, Carla Subirana destila una belleza formal apabullante que recoge toda la fuerza atmosférica de la Costa da Morte con una sutileza y elegancia impresionantes. Se respira y paladea el padre Atlántico en todo momento. Pero, sobre todo, donde más admiro a Subirana es en su guión, una exquisitez a la que no le sobra ni le falta nada, una lección magistral de cómo contar una historia iniciática. La dirección de fotografía de Mauro Herce es soberbia, así como la magníficamente ambiental música de Xavier Font. Realmente imprescindible.