Archivos Mensuales: agosto 2018
«La fábrica de nada», reflexión de Pedro Pinho sobre el capitalismo como único sistema y sobre una sociedad anestesiada para consumir más que pensar, lastrada por su excesiva duración y cierta tendencia discursiva
«El viaje de sus vidas», incursión yankee de Paolo Virzi que no alcanza con su road movie de la tercera edad el nivel sublime de «A propósito de Schmidt», «Una historia verdadera» o «Amor»
«La última bandera», obra muy menor en la filmografía de Richard Linklater y una estafa: promete una lectura crítica del sistema y embarranca en el patriotismo de bandera
Es totalmente indiscutible que Richard Linklater es uno de los grandes cineastas de nuestro tiempo, cronista esencial del mismo con una caligrafía fílmica reconocible y magistral, creando siempre películas con una dimensión temporal muy marcada que acaban convirtiéndose en el mejor testimonio de su época. En el caso de «La última bandera», el año 2003.
Es obvio que si reúnes para protagonizar una película a Steve Carell (el más flojito de los tres con diferencia), Brian Cranston (el eterno Walter White) y Laurence Fishburne (un monstruo de la interpretación), la cosa promete. Y, sin embargo, el invento nunca acaba de funcionar, su trasiego constante de la comedia al drama no está bien resuelto, sus viajes del antibelicismo al patriotismo están demasiado forzados y el metraje excesivamente alargado.
Todo ello supone como resultado final una obra menor, muy menor, dentro de la filmografía de este templo del cine actual llamado Richard Linklater, un revolucionario del Séptimo Arte que idolatro por obras maestras como “Boyhood”, la trilogía de “Antes del…” o “Bernie”. A veces, su genio no está a la altura de semejantes peliculones, y “La última bandera” es un ejemplo de libro de ello, película frustrante y frustrada.
Y eso que el guión comenzaba de forma prometedora: un triste y tímido veterano busca varias décadas después a sus dos compañeros de Vietnam para que le acompañen en el más doloroso viaje que pueda imaginarse para un padre: recoger el cadáver de su hijo, caído en combate en Irak, para darle sepultura.
Linklater comienza a desplegar un catálogo de miserias del sistema americano, de mentiras gubernamentales, de apropiación estatal hasta de los cadáveres de los soldados, de hipocresía política… La cosa pintaba bien, tirando a muy bien a pesar de algunas gracietas intrducidas a martillazos, pero el tono cómico y la falta de credibilidad de los personajes hace zozobrar una nave que prometía un crucero histórico.
Porque ese es el gran fallo del invento: un guión que no acaba siendo tan rupturista como anunciaba, sino todo lo contrario, acaba invirtiendo la tendencia inicial para acabar siendo una loa al patriotismo de bandera y uniforme, tantas veces visto y manoseado en el cine norteamericano..
Y su peor elemento es contar con unos personajes nada creíbles, y especialmente el “graciosillo”, el que le toca interpretar a un profesional de la altura de Brian Cranston, que es pura comedieta del todo a cien y que termina hundiendo la nave. Una pena, porque el tema tratado y Linklater hubieran merecido mucho más.