No acaba de despegar como una gran película que trascienda, pero “La isla de las mentiras” es un gozoso thriller de época de Paula Cons que compensa con algunas virtudes innatas sus carencias, ofreciendo un resultado final satisfactorio para una ópera prima de una realizadora mucho más que prometedora.
El planteamiento de partida es apasionante: aunque casi todos lo desconocemos e incluso en la propia Galicia no es una historia especialmente difundida, hubo un “Titanic gallego» que naufragó el 2 de Enero de 1921 en las costas de la peculiarmente bellísima isla gallega de Sálvora. Más de doscientas personas perdieron la vida en aquella catástrofe y unas cuarenta fueron salvadas por algunas mujeres de la isla que se echaron a la mar para rescatar supervivientes.
Paula Cons elige, en lugar del camino esperado del drama histórico, el del thriller como vehículo para contar la historia. Porque a tanta muerte escupida por el mar se suma la desaparición del capataz del señor cacique propietario de la isla, a la que sus siervos (prácticamente esclavos) que habitan en ella tienen que rendir pleitesía personal y económicamente. Esa pincelada social es de lo más acertado del planteamiento de Paula Cons y la que deja sus mejores escenas.
A tan cerrada isla y aún más cerrados habitantes llega un periodista con ganas de conocer la verdad (siempre solvente Darío Grandinetti), que se topará con el habitual muro de silencio de los moradores de tan recóndita isla gallega, especialmente en el personaje de María, interpretado por una magníficamente críptica Nerea Barros, sin duda lo mejor de la película.
Estilísticamente, Paula Cons logra sobresalir con una bellísima a la par que perturbadora fotografía que, vaya a usted a saber por qué, mi extraña mente ha asociado en todo momento de su visualización con la de “Beast” de Michael Pearce, quizás porque entre islas misteriosas anda el juego.
No trasciende, pero es un excelente entretenimiento de sobremesa con calidad.