Una despedida tocando fondo

Cadena SER
Aquí os dejo mi última columna de opinión de esta temporada que, como cada Viernes, se emite en Cadena SER Radio Granada, a las 8:20 h:
Ha llegado el momento de la despedida, plantado en mitad de un cruce de caminos sin señales ni dirección definida. Nos ha atropellado el Verano, que primero derrite para luego frenar nuestro nivel intelectual al mínimo.
 
Y me voy peor de lo que vine el pasado Septiembre, lo cual es meritorio. La ciudad real, la que respira más allá de los guiris pijos, que nadie les engañe con los fastos de la llegada del tren con menos velocidad de la que acarrea su nombre, se sigue subiendo en los autobuses hacia Antequera Santa Ana como entonces, partiendo un barrio por la mitad como fue y será.
 
La contaminación continúa tan disparada como siempre, paradójicamente mientras que las opciones económicas siguen siendo tan nefastas como entonces. Granada dormita el sueño de los apáticos, que no de los justos.
 
Eso sí, entonces teníamos un Alcalde con un mandato claro y certero, unos tiempos preestablecidos y un programa de gobierno conocido. Ahora ni eso. Vivimos en el estupor continuo y en la vergüenza ajena constante. ¿Qué nos deparará Septiembre cuando regresemos? Lo bueno de tocar fondo es que no se puede caer más bajo.

Lars Von Trier conmociona con «La casa de Jack», una genialidad o una tomadura de pelo, pero visual y argumentalmente un nuevo puñetazo en el estómago del genio danés al espectador

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Es obvio que Lars Von Trier es uno de los grandes genios de nuestro tiempo. Para mí, es una afirmación indiscutible. También lo es que su desequilibrio mental va en aumento y que ello está impregnando directamente su obra artística. Es indiscutible que se le aborrece por encima de todas las cosas o se le adora (yo soy de los segundos). Y que tocó techo con una de las mejores películas de la historia del cine (“Melancolía”) y, desde entonces y como es lógico, vaga sin rumbo fijo ante una obra de una magnitud insuperable.
 
“La casa de Jack” sigue, en buena medida, la estructura argumental y hasta estilística de “Nymphomaniac”, derivando en su final en toda una orgía de ingesta de sustancias psicotrópicas que conducen la película en su epílogo hacia el más críptico David Lynch.
 
Dividida en episodios, como buena parte de la filmografía de Von Trier, la película va desarrollando una conversación en off entre dos personajes en el que, uno de ellos, Jack, va narrando su descenso a los infiernos del psicópata asesino en serie y va mostrando algunos de sus crímenes. No es hasta el epílogo cuando se descubre quién es su interlocutor, y ahí está la sorpresa de la cinta.
 
Violenta, desagradable en algunos momentos, maravillosamente provocadora como un puñetazo en el estómago en algunas escenas tan impactantes como perturbadoras (por eso adoro a Lars Von Trier), el personaje protagonista (que cada vez parece estar más cercano mentalmente al autor danés) va desarrollando una serie de apreciaciones psicológicas, culturales y filosóficas sobre la esencia del mal y del propio ser humano, así como del crimen como posible obra artística (la sombra de «La soga» de Alfred Hitchcock es alargada).
Para ello, Von Trier, siguiendo su propia estela ya marcada en “Nymphomaniac”, recurre a construcciones visuales pedagógicas a través de animación, imágenes reales de documentales y, en un momento concreto del metraje, incluso a autorreferencias, apareciendo imágenes de algunas de sus propias películas. Su capacidad innovadora del lenguaje cinematográfico está fuera de toda duda y no tiene fin.
 
Se funda también en las interpretaciones de sus actores, francamente soberbias todas ellas, destacando por supuesto un portentoso Matt Dillon como el hilo conductor de todas las aberraciones humanas que se van desplegando ante nuestros ojos interpretando a Jack.
 
Lars Von Trier no tiene piedad de sus personajes, ni de sus víctimas ni de los verdugos, ni del espectador, al que incomoda como pocos lo han hecho (a excepción del maestro Michael Haneke). Y todo ello contado con un cierto tono macabro de comedia negra indigesta por lo desagradable de sus imágenes.
 
Quizás ese estilo tan personal (de nuevo Lars Von Trier revirtiendo los cánones del cine hasta que se canse y cree otros, porque un genio de su tamaño es lo que hace y hará de por vida) ya estuviera agotado en “Nymphomaniac” y resulte ahora redundante. Y, si se trata de revolver estómagos en el espectador, “Anticristo” es ganadora con ventaja.

No me gusta cómo me mira

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No me gusta cómo me mira. Y cada vez me gusta menos, porque te destrona de tus certezas programadas para desviarte hacia abismos insondables a los que no se les acierta a distinguir el principio del fin.

El teléfono móvil (celular le llaman en Latinoamérica, como si tuviera consistencia vital) no debería cobrar vida nunca. Portavoz solo algunas veces de buenas nuevas y amenazante luz parpadeante, las más de las veces, avisando sin piedad ni consideración de que pende sobre tu futuro más próximo una aberrante incógnita.

El ojo del huracán mirándote amenazadoramente desde el abismo de su pantalla, normalmente negra como el futuro, a ratos cobrando vida deseando cambiarte el rumbo en apenas un suspiro dolorido y sin tiempo de ser suspirado.

Si no existiera, a lo mejor no existiría el mal. Ni el bien. Y viviríamos en un limbo anestesiado por los siglos de los siglos. Felizmente borrachos sin presente, ni futuro, ni ganas de tenerlo.

«Nuestra vida en la Borgoña» de Cédric Klapisch es un mero culebrón edulcorado que solo los franceses (patriotas que sí cuidan su cine y no como los nuestros) son capaces de vendernos como buena

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El cine francés está sobrevalorado. Eso lo sé hace mucho tiempo. Y sus apuestas son siempre mucho más comerciales y menos arriesgadas de lo que parecen a simple vista. Eso lo tengo claro. Pero son listos, muy listos, y hacen con su cine exactamente lo contrario que sus estúpidos vecinos del Sur con el propio: lo miman, lo cuidan sabiendo que se trata de una poderosa industria, de un símbolo nacional que es para los franceses intocable y culturamente piedra angular del país, y lo subvencionan, le otorgan cuotas obligatorias de pantalla para su exhibición… en fin, lo contrario de lo que los patriotas españolistas hacen con el suyo. Así les va, así nos va.
 
“Nuestra vida en la Borgoña” de Cédric Klapisch, un cineasta bastante menor respecto a lo que nos han vendido siempre, es mala de solemnidad. Un vulgar publirreportaje promocional de la Borgoña y de sus vinos. Familia bien avenida y vinos. La cosa pinta mal y acaba siendo aún peor. Más vale emborracharse para poder tragarse este culebrón edulcorado sencillamente insoportable a lo largo de todo su longitud, demasiado extensa para personas sin nervios de acero.
 
No hay drama en todo su metraje, no hay conflicto que tengan que resolver los personajes, no hay sustancia… solo bellas imágenes idílicas y mucha mercadotecnia alrededor del vino francés.
 
Súmesele a todo ello una espantosa voz en off que siempre molesta y nunca aporta nada, unas interpretaciones francamente (nunca mejor dicho) mediocres y unos flashbacks no aptos para diabéticos y el resultado final roza lo deleznable.
 
Y, sin embargo, ellos nos la venden hasta que logran hacer que la compremos. Ojalá lo que pudiéramos comprarnos fuera a los patriotas franceses.

Aunque lejos de obras maestras como «Juego de lágrimas» o «Desayuno en Plutón», Neil Jordan demuestra tener pulso para un académico thriller psicológico gracias a Isabelle Huppert en «La viuda»

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Siempre que una película, sea obra mayor o menor, traiga la firma de Neil Jordan, hay que tratarla con mucho respeto y prestarle un mínimo de atención. Él ha firmado al menos dos películas de esas que cambian la vida de quien tiene la suerte de encontrárselas por el camino: “Juego de lágrimas” y “Desayuno en Plutón”, vitales para cualquier ser humano.
 
Es obvio que “La viuda” (titulada originalmente “Greta” e inexplicablemente torcido en castellano tan acertado y concreto título en ese juego estúpido que lleva jodiéndonos la vida desde que “Rosemary´s Baby” pasó a ser “La semilla del diablo” convirtiéndose en el spoiler más insoportable de la historia del cine) no está entre sus grandes obras maestras, pero no deja de ser un thriller psicológico con psicópata de por medio nacido a la sombra de “Misery” de Rob Reiner o «El cabo del miedo» de Martin Scorsese mucho más que recomendable y que funciona de principio a fin.
 
Todo ello porque se soporta en una dirección resultona y a ratos brillante de Jordan (la escena del ascensor es ciertamente antológica) y en un pulso interpretativo entre (ni más ni menos) Isabelle Huppert y una gozosa Chloë Grace Moretz (cuya trayectoria como actriz está cogiendo velocidad de crucero a ritmo vertiginoso a pesar de su juventud).
 
Ella, la Huppert, una de las más grandes actrices en activo del planeta, es una solitaria viuda a la que se le ha muerto una hija y que está necesitada de cariño sola y perdida en una Nueva York agreste y despiadada para el ser humano; la joven interpretada por Moretz ha perdido a su madre. Ambas, por la casualidad de un bolso encontrado, van a coincidir. Solitarias en una ciudad solitaria. Necesitadas en una ciudad ciega, sorda y muda a las necesidades humanas. Pero pronto descubriremos que la viuda no está muy bien de la cabeza y que se ha obsesionado con la joven huérfana.
 
Película de psicópata al uso pero con calidad a ratos, ensayo sobre la soledad asfixiante que conduce a la locura cuando se pone más interesante, funciona en todos los casos con la solvencia y experiencia de Neil Jordan.
 
No es “La pianista” de Michael Haneke (está a años luz de una de las más grandes obras maestras del cine europeo), pero Isabelle Huppert nos vuelve (a ratos) a helar la sangre en “La viuda”.

«El escándalo de Larry Flynt» es una poderosa denuncia de Milos Forman contra la hipocresía moral puritana a través de un biopic nada hagiográfico de un personaje complejo

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Milos Forman siempre me pareció un director infravalorado. Su filmografía siempre es interesante, siempre aporta un giro de tuerca al género que afronta y deja mucho más de lo que se espera de ella. A la hora de afrontar el biopic de un personaje tan controvertido, “El escándalo de Larry Flynt” es honrada, honesta, sincera y, muy lejos de la hagiografía, sabe mostrar los lados más oscuros y controvertidos de un personaje tan torturado como desequilibrado mentalmente, provocador y valiente en exceso. Si no fuera por el exceso de metraje judicial, estaríamos hablando de una película inmensa.
Larry Flynt no era un cualquiera. Fue quien abrió el debate en los USA sobre las publicaciones pornográficas. Reivindicó, extra y judicialmente, la libertad de los ciudadanos para elegir consumir o no porno, sin tapujos, sin lastres religiosos, exigiendo el derecho fundamental de todo ser humano a divertirse como le vienese en gana.
El problema es que Larry Flynt no era un tipo equilibrado mentalmente, y sus excesos acabaron condenando a su causa. Magníficamente interpretado por Woody Harrelson en uno de sus mejores papeles, está perfectamente secundado por la gran Courtney Love como la drogadicta e inestable mujer de su vida. Ambos están descomunales en la cinta y elevan la propuesta de Milos Forman muchísimos enteros.
Y, sobre todo, la película acaba siendo una poderosa denuncia de la hipocresía moral de una sociedad puritana (no puede estar más de actualidad semejante temática) que anatemiza el sexo pero muestra de forma impúdica la violencia.
Un relato de caída a los infiernos perfectamente narrado y sin pudor. Sin duda, muy recomendable.

Carta de un aborigen del Sur a la metrópoli

Cadena SER

Aquí os dejo mi columna de opinión que, como cada Viernes, se emite en Cadena SER Radio Granada, a las 8:20 h:

Estimados Bwanas de la Metrópoli del Glorioso Imperio:
Soy un humilde aborigen de una Colonia del Sur llamada Granada. Aunque mi capacidad craneal es limitada, el hueso atravesado en la nariz no me deja pensar con claridad y mi analfabetismo es supino porque ustedes han querido que lo sea para manejarme mejor, me gustaría transmitirles un cierto malestar que se ha producido en cuanto al nombramiento por su parte de la nueva autoridad delegada.

No pretendo enmedar a mis Bwanas, pero quizás podrían habernos elegido por nuestro bien a otra autoridad que hubiere sido al menos un poquito más votada por los aborígenes y que, por tanto, hubiera fomentado una vaga imagen de que nuestro voto pudiera servir para algo.

Posiblemente todo hubiera debido ser más transparente y haberse conocido por parte de los aborígenes el fundamento, contenido y condiciones de tan magna decisión, aunque no sepamos leer ni escribir.

Para finalizar, tan solo transmitirles la letra de una bonita canción de “Mártires del Destino”, que dice: “Si España fuera un Donut, Madrid no existiría, Albacete tendría una playa, y tú estarías a la verita mía.” Sin más, reciban un cordial saludo de un humilde aborigen del Sur.

Cinco lecturas distintas de «Zujaira» de Marcos Collura y una sola verdadera: nada como un buen relato iniciático, y eso es «Zujaira», lo quiera su autor o no

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Leer “Zujaria” es elegir el tipo de obra literaria a la que te quieras acercas. Porque es tan polisémica y tan poliédrica, que puedes encontrar en ella diferentes caras de una moneda imposible de encontrar en la realidad. Desde mi prisma, tan personal porque esta novela acepta miles, el autor pretende embaucarte en una trama de investigación periodística sobre el pasado de unos personajes que se entrecruzaron a lo largo de tres generaciones de un país que asfixiaba todo lo que tocaba por definición.
También la puedes tomar por una novela política, con más profundidad y capas de las que parecieren a simple vista y la precisión insondable de un literato que querría ser nihilista pero que está condenado al fracaso en esa intención. Su alma está demasiado llena de compromiso para hacerlo posible.
 
E igualmente puede ser un mucho más que recomendable tratado analítico sobre el diario El País y el papel que ha jugado (casi todas las veces para bien y algunas para muy mal) en nuestra democracia siendo lo que es, la cabecera con más peso e importancia entre las publicaciones periódicas en castellano.
 
E incluso se puede acercar uno a ella como un texto musical, porque las referencias son continuas y la historia, cual Tarantino en papel, se explica también, más allá de sus palabras, por sus referencias musicales (la sombra de David Trueba es alargada en la literatura actual).
 
Toda esa oferta a mí me parece magnífica, y de todas ellas he sacado conclusiones positivas, pero yo soy de Carmen. A mí, lo que ciertamente me ha entusiasmado de esta novela es la parte de relato iniciático de un adolescente abandonando la inocencia para descubrir el fatalismo que siempre trae ser adulto y, sobre todo, el relato del joven que encuentra a Carmen.
 
De todos los personajes fascinantes que tiene la novela (y tiene muchos, algunos seguro que inolvidables como Matías), Carmen es el que a mí me interesa. Seguramente porque todo hombre que se cree muy listo, muy formado y con las ideas muy claras, más pronto que tarde, choca (para su suerte) con una Carmen, una chica que es mil veces más lista que él, tiene más cultura y formación y, sobre todo, como es mujer, viene de vuelta mil veces mientras que él se cree alguien yendo de ida. Reconozcámoslo, ellas son una etapa de la evolución humana mucho más desarrollada y, ante su superioridad, solo cabe claudicar y admirarse, porque eso siento yo por las mujeres (y mucho más por las Cármenes del mundo), admiración absoluta desde la inferioridad reconocida y manifiesta.
 
Y en esa quinta lectura es en la que yo claudico ante una obra tan interesante como “Zujaira”, porque las otras cuatro son interesantes, pero en ésta me reconozco, me encuentro, me entrego y me entusiasmo. No hay nada mejor que un buen relato iniciático, y “Zujaira” lo es por encima de todo, lo quiera su autor o no.

«El funeral», no solo es un alarde apabullante de Abel Ferrara, sino una orgía de interpretaciones en torno a una perfecta historia de mafiosos italoamericanos con más violencia psicológica que física

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Nada como una buena historia de mafiosos italoamericanos para desplegar una tragedia griega con todas las de la ley ante nuestros atónitos ojos y, de paso, un tratado histórico sobre enfermedades mentales aderezado de drama familiar. Suena a tenerlo todo, y es que de ello presume y rezuma con generosidad “El funeral”, una puñetera obra maestra del noir de Abel Ferrara. Cine negro, mafiosos italoamericanos, apellido terminado en vocal… casi nunca falla, se trate de Coppola, Scorsese, Leone o, como en este caso, Ferrara.
 
La película arranca donde terminan otras, con la organización del funeral de un joven miembro de una familia mafiosa que ha muerto tiroteado en plena calle. Sus dos hermanos claman venganza contra el gángster de la facción contraria que se presume autor del crimen. Las mujeres lloran, callan y obedecen como corresponde a una familia mafiosa en los años 30. Los niños son obligados a enfrentarse con la muerte. Uno de los hermanos sufre una evidente inestabilidad mental que le supone constantes explosiones de ira sin control. El hermano menor, el fallecido, quizás fue buscando su muerte a voces. Todo es una bomba a punto de estallar con una tensión ante la cámara irrespirable.
 
Una historia absolutamente sobrecogedora filmada con un clasicismo apabullante por Ferrara, sabiendo lo que hace y por qué lo hace. La violencia se sirve cruda y sin aderezos, desagradable y naturalista, quizás secundaria respecto a otras cintas del género, porque aquí lo psicológico prima. La venganza, curiosamente, no es el leit motiv de la historia, sino el estuido de la inestabilidad mental de los personajes y su origen familiar.
 
Y, sin duda, la película, además de ser un alarde de dirección de Ferrara apabullante, es una orgía de interpretaciones para la historia del cine: Christopher Walken como el aterrador hermano mayor de la familia, frío y despiadado; Chris Penn en el papel de su vida como desequilibrado y violento mafioso impredecible; el siempre perturbador Vincent Gallo como el hermano menor tarambana que presagia la tragedia; Benicio del Toro como un violento gángster contrario a los protagonistas; Isabella Rossellini y Anabella Sciorra como las sufridas cónyuges de los mafiosos; una buena parte del elenco de Los Soprano como secundarios….
 
Y, damas y caballeros, niñas y niños, la mágica Gretchen Mol (la inolvidable madre de Jimmy Darmody de Boardwalk Empire, el mejor personaje femenino de la televisión para mí) como la viuda, compungida pero gélida cuando es menester.
 
El espectáculo está servido. Y es de primer nivel. Pasen y vean. Háganlo.

La cinematografía danesa vuelve a regalarnos otra obra maestra con «La herencia» de Per Fly, disección gélida y desasosegante de lo que el capitalismo perpetra en el ser humano a través de la avaricia

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Si la cinematografía francesa es la más prolífica y fuerte en lo industrial en Europa, nadie puede con la calidad media general del cine danés durante las últimas décadas. Casi todas las revoluciones cinematográficas europeas de nuestro tiempo han tenido epicentro en ese impresionante país, también en lo cinéfilo.
 
Si hablamos de trasladar a imagénes densos dramas familiares desgarradores y asfixiantes, nada como los daneses. Y a las pruebas me remito: “Celebración” de Thomas Vinterberg, “Melancolía” de Lars Von Trier (una de las cintas de mi vida) o algunas películas de la sublime Susanne Bier, son ejemplos perfectos de ello.
 
“La herencia” de Per Fly intenta no quedarse atrás para desgarrar en canal ante nuestros ojos las miserias repulsivas que la institución familiar esconde y, ya de paso, para perpetrar un ataque con despiadada carga de profundidad contra el capitalismo, de los más salvajes que yo haya degustado en mi vida. O sea, una puñetera maravilla de película, desasosegante y gélida y distantemente aterradora.
 
Christoffer (impresionantemente interpretado por el gran Ulrich Thomsen, imprescindible en toda producción danesa) es hijo de una acaudalada familia industrial danesa. Pero él prefirió volar a Estocolmo, regentar un restaurante y casarse con una actriz (bellísima e inconmensurable Lisa Werlinder, una de las diosas del cine europeo). El problema es cuando el patriarca de la familia y director de todo el entramado industrial se suicida sin justificación alguna (cuando vas conociendo a la familiar empiezas a entender por qué) y Christoffer es llamado a Dinamarca al seno familiar por una despótica y férrea madre para que se haga cargo de los negocios de la familia, incluso en contra de su propia voluntad y la de su pareja.
 
A partir de ahí, el intenso y demoledor drama familiar está servido, en torno a una cruda y fría disección de lo que la avaricia y el capitalismo son capaces de perpetrar en el interior del ser humano, dispuesto a renunciar a todo y a traicionar a todos en pos de lograr un ascenso social y económico ilimitado, sin techo ni satisfacción última.
 
La destrucción capitalista del ser humano que habitaba dentro de Christoffer, descrita minuciosamente y paso a paso, es una disección despiadada y certera del cáncer que supone el capitalismo para los seres humanos.
 
Y todo ello contado cuasi-documentalmente por una cámara al hombro fría y distante de Per Fly, con ciertos ecos al Dogma 95 danés y con una lucidez desapasionada totalmente desasosegante. Una película imprescindible para los tiempos que corren, tan desconocida como fundamental.