Es muy difícil hablar de “Roma” de Alfonso Cuarón sin perder la objetividad, y no quiero perderla. Quizás más complicado que nunca. Para explicar la película, me quedo con un pequeño detalle final que para mí lo dice todo: si uno es paciente y observa con atención los extensos créditos finales de la película sobre un plano fijo del patio de la casa de los protagonistas, hay un momento que lo dilucida todo: Cuarón, entre los agradecimientos, cita a Pawel Pawlikowski. Y ahí se cierra el círculo cinéfilo.
Hay películas que llegan para revolucionar la historia del cine, para cambiar el lenguaje cinematográfico para siempre, para marcar un antes y un después en la concepción del Séptimo Arte. Curiosamente, dos de ellas coinciden en un mismo año, y aún más curiosamente, utilizando el mismo camino: no solo una bellísima fotografía en blanco y negro, sino un uso de la cámara totalmente innovador, y ambas al servicio de pequeñas grandes historias minimalistas.
Porque quién es capaz de negarme que la escena envolvente y circular en torno a Joanna Kulig de la canción de “Cold War” no habla el mismo idioma que los constantes movimientos de cámara semicirculares lentísimos (unos paneos calculados al milímetro) que son la firma personal de Cuarón en “Roma”. El cine ha cambiado de lenguaje, y lo ha hecho a partir de Cuarón que cita en sus agradecimientos a Pawlikowski. Porque ambos son redundantes en la propuesta innovadora.
Ambas son barrocas hasta decir basta, ambas son de ritmo de cocción muy lento, ambas juegan con los movimientos de cámara sutiles para subrayar el deseo de autoría de sus creadores, ambas usan un movimiento semicircular constante de cámara como sello que impregna lo mejor de su metraje, ambas hablan, insisto, el mismo idioma.
Pawlikowski utiliza para ello la fuerza de sus actores. Cuarón no. Sus actores son siempre prescindibles e intercambiables, da igual quién haya ante la cámara, porque es su autoría la que se lo come todo. En eso Cuarón demuestra ser mucho más egocéntrico que Pawlikowski.
Pawlikowski desarrolla su arte en torno a un guión apasionante de principio a fin. Cuarón no, se permite sestear durante buena parte del metraje porque se aferra a sus tres grandes momentos dramáticos inolvidables hasta para el espectador más impertérrito que sabe que, por sí solos, van a salvar la película: la escena de romper aguas mientras que las calles se bañan de sangre revolucionaria, el parto y la postrera subida a los cielos de su protagonista salvando niños en la playa.
Ambas películas comparten una sutil épica contra los avatares de sus respectivas sociedades, aún más sutil si cabe en Cuarón, pero ambas tienen dobles lecturas políticas intensas y más oportunas que nunca en estos repugnantes tiempos que vivimos para las libertades y la democracia.
“Roma” es una película que se desarrolla íntegramente entre travellings, largos planos secuencia y constantes movimientos semicirculares de la cámara, en una coreografía complejísima y sin fin. No puedo ni imaginarme el esfuerzo titánico que ello debe haber supuesto para rodarla. Una ingeniería calculada al milímetro que se derrocha desde su espectacular plano secuencia inicial, para la historia del cine. Es un portento visual sin precedentes, como lo es su homóloga “Cold War”, o aún más si cabe.
Y, cuando quiere machacarte, Cuarón juega con las cartas marcadas: en la escena cumbre de la película, de pronto y sin previo aviso, la cámara para su baile continuo sin principio ni fin, siempre de ida y vuelta, y te deja durante 5 minutos con un plano fijo abrasador que refleja el dolor de una mujer como pocos antes lo han logrado.
Entiendo cuando sus detractores (desde hoy mis enemigos) hablan de lo cargante de su metraje, y ahí tengo que darles toda la razón: a “Roma” le sobra más de media hora de duración para ser perfecta. Reconozco el fallo, pero no veo ningún otro. Quizás lo que sugerí antes: unos actores que se disuelven ante la personalidad que logra plasmar el director en cada plano, y que son intercambiables y prescindibles. De ahí que no pueda entender en absoluto la nominación a Mejor Actriz de su protagonista, Yalitza Aparicio, porque podría ser ella o cualquier otra, qué más da. En eso Pawlikowski es mucho más serio.
Pero “Roma” ha venido a cambiar el cine. Bienvenida sea. Eso sí, tiene otro gravísimo inconveniente: el cine se hace para ser proyectado en el cine. «Roma» se le ha escatimado a las salas. En eso también gana «Cold War». No me gusta lo que ha hecho Netflix.