La paradoja del hombre complejo

Cadena SER

Aquí os dejo mi columna de opinión que, como cada viernes, se emite en Cadena SER Radio Granada, a las 8:20 h:

La paradoja del hombre complejo se expone a todo color ante nuestros asombrados ojos durante estos días de celebración andalucista (ma non troppo). Gentes que, desde siempre, han venido negando la propia existencia y esencia de Andalucía, ahora, desde la comodidad de los nuevos sillones a estrenar, corren tupidos y polvorientos telones sobre lo dicho y se aprestan a disfrutar de lo obtenido por designación digital como si hubieran sido desde la cuna el mismísimo Blas Infante.

Pero la paradoja del hombre complejo es aún más certera en el caso de los que han cobrado, cobran y cobrarán de Andalucía con una mano, mientras insisten tozudamente en dinamitarla y destruirla desde dentro, y que también escancian bebidas espirituosas en su honor en estos días para anestesiar su conciencia y su vergüenza.

No hay mayor ni más peligroso enemigo que el antropófago de sí mismo, el que devora las entrañas del ser desde dentro. Tengo miedo por Andalucía, porque como les ocurre a los padres preocupados por sus hijos, no me gustan las intenciones de sus nuevas amistades.

En «Ataque verbal», película episódica formada por 7 historias, Miguel Albaladejo vuelve a demostrar la grandeza de su cine humanista a partir de propuestas modestas y carentes de pretensiones, y con guión de Elvira Lindo

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Miguel Albaladejo es quizás el director más infravalorado de nuestro país. Si no existiese, debería haberse tenido que inventar, porque la comedia (o tragicomedia humana) de humor sutil e inteligente con un poso de amargura es el ambiente en el que se mueve de forma muy notable como pez en el agua.
 
La magnitud de su filmografía lo confirma: “La primera noche de mi vida”, “El cielo abierto”, “Cachorro”, “Manolito Gafotas”, “Volando voy” y, sobre todo y por encima de todas, “Rencor”, con esa Lolita Flores casi interpretándose a sí misma en horas bajas que es pura antología de nuestro cine.
 
Cuando la sutileza y bonhomía de Albaladejo se cruza con la chispa en el guión de Elvira Lindo, entonces te puedes disponer a divertirte mientras respetas tus neuronas, una combinación muy poco habitual en el cine. “Ataque verbal” es un ejemplo perfecto de ese maravilloso tándem para mayor gloria de nuestro cine.
 
Pelicula conformada por siete historias independientes (aunque no del todo), en cada una de ellas una pareja utiliza tan solo la palabra, derrochándola en cantidades ingentes, para crear situaciones imaginativas y esperpénticas: en la primera, Sergi López trata de embaucar y seducir a Antonia San Juan con espúreos motivos; en el segundo, Antonio Resines tiene una tormentosa experiencia con una agente telefónica de la compañía suministradora de agua interpretada por Fedra Lorente; en la tercera, cargada de humor negro y ácido y una de las mejores, Adriana Ozores se acerca a Roberto Álvarez como contenedor del hígado de su difunto esposo; en la cuarta, totalmente hilarante, dos adolescentes monitores de un campamento de verano de niños desparraman sus surrealistas reflexiones cargadas de hormonas e irracionalidad; en la sexta, dos chicas adolescentes, relacionadas con los anteriores, tienen que confesarse demasiadas cosas en poco tiempo en la habitación de una de ellas; en la séptima, quizás la mejor de todas ellas y trasunto de la posterior “Una palabra tuya” de Elvira Lindo que Ángeles González-Sinde llevó al cine magistralmente, dos barrenderas interpretadas por Geli Albaladejo y la propia Elvira Lindo, encontrarán una auténtica sorpresa en la basura; en la octava, la más floja, dos lesbianas interpretadas por Lucrecia y Marta Fernández-Muro se reencuentran dos años después en Cuba.
 
Irregular como toda película episódica, pero fantástica en su tono medio, como toda película firmada por Miguel Albaladejo, me resulta siempre sublime en su sencillez y falta de pretensiones, en una modestia impagable.

Con «Aspasia, amante de Atenas», Julio Medem mantiene en la literatura su pulso cinematográfico derrochando dominio de la historia clásica y la filosofía griega para conformar el mito de Aspasia, la mujer perfecta

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El voluminoso acercamiento del gran cineasta Julio Medem a la novela (más de 800 páginas) con “Aspasia, amante de Atenas”, en su considerable extensión, tiene momentos épicos que se convierten en inolvidables junto a otros quizás un tanto alargados y que pueden resultar tediosos (las prolijas y demasiado explícitas descripciones de las distintas batallas entre persas y griegos y entre los propios pueblos de Grecia).
 
No obstante, sin duda es recomendable porque perfila de forma notable la figura de una mujer cuyo nombre (más allá de discernir entre lo que sea auténticamente real de la mera leyenda), Aspasia de Mileto, ha marcado muchas referencias de la Grecia clásica.
 
Conocida por ser la bellísima, inteligente, culta, filósofa y fogosa amante del gran Pericles, líder de la democracia ateniense, Julio Medem juega a crearle un pasado que justifique que, en aquel tiempo, una humilde milesia terminara dominando los designios de Atenas a golpe de belleza y, sobre todo, de inteligencia y preparación intelectual.
 
Por eso, dejando aparte las descripciones de batallas que dejan exhausto al lector, juega a fascinarnos con una prodigiosa infancia a la orilla del mar de la heroína de Mileto, que luego termina siendo concubina en el imperio de Persia, para ser liberada por un espartano y conocer la maternidad y la esclavitud en la embrutecida Esparta y terminar escapando a Atenas, donde enamora a Pericles y, junto a él, toma parte en los grandes momentos de la democracia ateniense por su inteligencia, sabiduría y belleza.
 
A la par, regenta un establecimiento donde se educa a las jóvenes para ser mujeres de compañía con sustancia intelectual para solaz de los pudientes de Atenas y dando un hijo a Pericles.
 
Con un lenguaje sensible, muy en consonancia con la filmografía de Medem, este inmenso director de cine demuestra que también está dotado para la literatura, legándonos una obra que derrocha un conocimiento profundo de la historia clásica y de la filosofía griega, especialmente de Sócrates, un personaje apasionante de la novela de Julio Medem.

Mi votación para los #Oscars2019

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Respetando las nominaciones propuestas por la Academia de Hollywood, que a priori impugno con vehemencia, ésta sería mi votación para los #Oscars2019 . Por supuesto, prometo por mi conciencia y honor que, cualquier parecido con el resultado final, será mera coincidencia:

MEJOR PELÍCULA: «Roma» de Alfonso Cuarón.
MEJOR DIRECTOR: Pawel Pawlikowski por «Cold War».
MEJOR ACTOR: Viggo Mortensen por «Green Book»
MEJOR ACTRIZ: Olivia Colman por «La favorita»
MEJOR ACTOR DE REPARTO: Mahershala Ali por «Green Book»
MEJOR ACTRIZ DE REPARTO: Emma Stone por «La favorita»
MEJOR GUIÓN ORIGINAL: Paul Schrader por «El reverendo»
MEJOR GUIÓN ADAPTADO: Joel y Ethan Cohen por «La balada de Buster Scruggs»
MEJOR PELÍCULA EXTRANJERA: «Cold War» de Pawel Pawlikowski
MEJOR FOTOGRAFÍA: Lukasz Zal por «Cold War»
MEJOR DISEÑO DE VESTUARIO: «La favorita»
MEJOR EDICIÓN: «La favorita»
MEJOR DISEÑO DE PRODUCCIÓN: «La Favorita»
MEJOR EDICIÓN DE SONIDO: «Roma»
MEJOR MEZCLA DE SONIDO: «Roma»

Y, por supuesto, MEJOR CORTO DE FICCIÓN para esa obra maestra de nuestro Rodrigo Sorogoyen titulada «Madre».

Dani De la Torre brilla en su imitación de Scorsese en «La sombra de la ley», pero la cinta adolece de un guión a la altura de su derroche de producción y de unos personajes que no fueran de cartón piedra

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Dani De la Torre brilla en la dirección de “La sombra de la ley”. Todos los apartados técnicos son superlativos y nos muestran una historia de gangsters en cuya estética nada desmerecen de grandes obras, porque copia sin pudor (y hace bien) del mejor Scorsese, Coppola o Sam Mendes (hay alguna escena homenaje muy expreso a “Camino a la perdición”). El plano secuencia de casi cinco minutos con la cámara bailando por todo el club del arranque de la película es digno de alguien que se ha educado viendo el cine de Martin Scorsese. Pero…
 
Y ahí está el pero, el asunto, que tan llamativo resulta en lo formal, es un edificio que no acaba de fraguarse con soltura por culpa de un guión que no está a la altura de los elementos técnicos que componen esta obra. Dani De la Torre es grande, es importante, es notable, pero la historia que nos cuenta en “La sombra de la ley” es un cócktel de lugares comunes del cine negro ambientado en los años 20 visto una y mil veces, sin originalidad alguna y careciendo de profundidad y, lo que es peor, mostrándonos unos personajes de cartón piedra con los que resulta imposible empatizar.
 
Estamos en los violentos años 20 de Barcelona, donde los gangsters y los anarquistas conviven con un Estado que no quiere quedarse atrás a la hora de ejercer la violencia en las calles. Una bomba de relojería total siempre a punto de estallar. Violencia, brutalidad policial, corrupción, coristas bailando charlestón, una heroína anarquista demasiado feminista para la época y casi ningún elemento original que no hayamos visto antes en todas esas películas de cine negro que amamos y con la que hemos aprendido a adorar al cine por encima de todas las artes.
 
Una pena, porque el derroche de producción, de dirección artística y de saber hacer de Dani De la Torre hubiera merecido una historia a la altura de las circunstancias y unos personajes que nos hubieran calado el alma, pero no ocurre, en ningún momento,ni cuando el guión es demasiado diáfano ni cuando da demasiadas vueltas sobre sí mismo restándole credibilidad.
 
Si tanto dinero y tanta genialidad técnica hubieran estado al servicio de una historia de Dennis Lehane, seguramente hubiera levitado más que bostezado, como ha acabado ocurriendo, pidiendo la hora al final de un metraje excesivo igualmente.
 
Ni los inmensos Luis Tosar y Michelle Jenner levantan la función. Una pena, porque desde luego pudo ser, pero al final no es.

Algo me aleja de ti

Cadena SER
Aquí os dejo mi columna de opinión que, como cada viernes, se emite en Cadena SER Radio Granada, a las 8:20 h:
 
“La orquesta tocaba Moon River y el viento dejó de mentir”, canta el maestro Lapido. Y esa misma melancolía nihilista de aterrizaje en realidades más áridas que los sueños es la que me trae el 28F.
 
La propia fecha en lugar del mucho más lógico 4 de Diciembre es un desollar ilusiones sin anestesia. “Te vi salir cuando yo entraba al jardín de los imposibles”, pregona Lapido.
 
Poco de aquella marea verde y blanca queda ya, enterrada entre impuestas anestesias rojigualdas, españolismos más de vuelta que de ida, recentralizaciones a la moda y pérdida de valores y símbolos. Por no tener, no tenemos ni el cuerpo de Blas Infante, pero sí el de Queipo.
 
“Te vi lanzar monedas al aire sin saber la dirección que tomar”, dice Lapido. Justo en la encrucijada andaluza, con la dinamita destructiva ubicada en los cimientos del Parlamento Andaluz.
 
“Pusiste en el crucigrama la p de poema y puñal”, sentencia Lapido, cuando estamos escribiendo en reglones torcidos nuestro futuro, porque nos han querido identificar los errores de gestión con la identidad nacional. Y hemos picado. La canción que vengo citando se titula “Algo me aleja de ti”.

Roman Polanski analiza la condición humana y no salimos bien parados, porque nuestra naturaleza despreciable es hija de «Un dios salvaje»

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Una propuesta sencilla en su minimalismo que acaba siendo una mirada compleja a la naturaleza humana o, para ser más precisos, a la nauseabunda naturaleza humana es “Un dios salvaje”. En esta película (la mejor de una última etapa un tanto floja del gran Roman Polanski), su propuesta con los elementos imprescindibles para ser sostenida transmite la náusea que provoca el ser humano.
 
Un solo escenario, cuatro personajes y una narración en tiempo real. No hace falta más para vernos por dentro y comprobar que damos bastante asco. Se trata de dos matrimonios que se reúnen en casa de uno de ellos para ponerse de acuerdo respecto a las lesiones que el hijo de uno de ellos le ha causado al otro en una pelea en el parque.
 
Todo es un bálsamo de elegancia, educación, comprensión, autocrítica cuando arranca la reunión, pero… todo es falso, mera fachada, porque iremos descubriendo paulatinamente que una pareja no soporta a la otra, es más, ni tan siquiera se soportan entre sí mismos, porque las balas dialécticas comienzan a silbar de todos hacia todos, y nadie va a salir indemne de la cruel batalla de las miserias ocultas (y no tanto).
 
Desde el idealismo más materialista de lo que pareciere a simple vista del personaje de Jodie Foster al liberalismo salvaje del abogado insoportablemente adicto al móvil que encarna Christoph Waltz, pasando por la superficialidad hipócrita y pija de Kate Winslet o el el pensamiento unineuronal machista y rancio de John C. Reilly. Nadie va a salir sano y salvo de una discusión que va apuntando hacia todas las partes posibles durante el breve y magnífico metraje de la cinta.
 
Basada en una obra teatral de la gran Yasmina Reza, a la que Roman Polanski sabe dar dinamismo con una cámara inquieta y un ritmo endiablado en la sucesión de situaciones que se encadenan sin solución de continuidad ante la cámara, es obvio que una obra de claro aliento teatral solo puede sustentarse en grandes interpretaciones para que funcione. Y los cuatro actores eran valores seguros para lograrlo.
 
Entre todos, y porque es una de mis grandes debilidades, destaco a Kate Winslet, soberbia tanto sobria como borracha, posiblemente el personaje que más y mejor oculte la violencia que subsiste bajo la superficie, la que nos viene directamente de “Un dios salvaje”.

En los agradecimientos de los créditos finales de «Roma», Alfonso Cuarón nombra a Pawlikowski, y ahí está la clave: «Cold War» y «Roma» han venido a cambiar el lenguaje del cine con propuestas equivalentes

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Es muy difícil hablar de “Roma” de Alfonso Cuarón sin perder la objetividad, y no quiero perderla. Quizás más complicado que nunca. Para explicar la película, me quedo con un pequeño detalle final que para mí lo dice todo: si uno es paciente y observa con atención los extensos créditos finales de la película sobre un plano fijo del patio de la casa de los protagonistas, hay un momento que lo dilucida todo: Cuarón, entre los agradecimientos, cita a Pawel Pawlikowski. Y ahí se cierra el círculo cinéfilo.

Hay películas que llegan para revolucionar la historia del cine, para cambiar el lenguaje cinematográfico para siempre, para marcar un antes y un después en la concepción del Séptimo Arte. Curiosamente, dos de ellas coinciden en un mismo año, y aún más curiosamente, utilizando el mismo camino: no solo una bellísima fotografía en blanco y negro, sino un uso de la cámara totalmente innovador, y ambas al servicio de pequeñas grandes historias minimalistas.

Porque quién es capaz de negarme que la escena envolvente y circular en torno a Joanna Kulig de la canción de “Cold War” no habla el mismo idioma que los constantes movimientos de cámara semicirculares lentísimos (unos paneos calculados al milímetro) que son la firma personal de Cuarón en “Roma”. El cine ha cambiado de lenguaje, y lo ha hecho a partir de Cuarón que cita en sus agradecimientos a Pawlikowski. Porque ambos son redundantes en la propuesta innovadora.

Ambas son barrocas hasta decir basta, ambas son de ritmo de cocción muy lento, ambas juegan con los movimientos de cámara sutiles para subrayar el deseo de autoría de sus creadores, ambas usan un movimiento semicircular constante de cámara como sello que impregna lo mejor de su metraje, ambas hablan, insisto, el mismo idioma.

Pawlikowski utiliza para ello la fuerza de sus actores. Cuarón no. Sus actores son siempre prescindibles e intercambiables, da igual quién haya ante la cámara, porque es su autoría la que se lo come todo. En eso Cuarón demuestra ser mucho más egocéntrico que Pawlikowski.

Pawlikowski desarrolla su arte en torno a un guión apasionante de principio a fin. Cuarón no, se permite sestear durante buena parte del metraje porque se aferra a sus tres grandes momentos dramáticos inolvidables hasta para el espectador más impertérrito que sabe que, por sí solos, van a salvar la película: la escena de romper aguas mientras que las calles se bañan de sangre revolucionaria, el parto y la postrera subida a los cielos de su protagonista salvando niños en la playa.

Ambas películas comparten una sutil épica contra los avatares de sus respectivas sociedades, aún más sutil si cabe en Cuarón, pero ambas tienen dobles lecturas políticas intensas y más oportunas que nunca en estos repugnantes tiempos que vivimos para las libertades y la democracia.

“Roma” es una película que se desarrolla íntegramente entre travellings, largos planos secuencia y constantes movimientos semicirculares de la cámara, en una coreografía complejísima y sin fin. No puedo ni imaginarme el esfuerzo titánico que ello debe haber supuesto para rodarla. Una ingeniería calculada al milímetro que se derrocha desde su espectacular plano secuencia inicial, para la historia del cine. Es un portento visual sin precedentes, como lo es su homóloga “Cold War”, o aún más si cabe.

Y, cuando quiere machacarte, Cuarón juega con las cartas marcadas: en la escena cumbre de la película, de pronto y sin previo aviso, la cámara para su baile continuo sin principio ni fin, siempre de ida y vuelta, y te deja durante 5 minutos con un plano fijo abrasador que refleja el dolor de una mujer como pocos antes lo han logrado.

Entiendo cuando sus detractores (desde hoy mis enemigos) hablan de lo cargante de su metraje, y ahí tengo que darles toda la razón: a “Roma” le sobra más de media hora de duración para ser perfecta. Reconozco el fallo, pero no veo ningún otro. Quizás lo que sugerí antes: unos actores que se disuelven ante la personalidad que logra plasmar el director en cada plano, y que son intercambiables y prescindibles. De ahí que no pueda entender en absoluto la nominación a Mejor Actriz de su protagonista, Yalitza Aparicio, porque podría ser ella o cualquier otra, qué más da. En eso Pawlikowski es mucho más serio.

Pero “Roma” ha venido a cambiar el cine. Bienvenida sea. Eso sí, tiene otro gravísimo inconveniente: el cine se hace para ser proyectado en el cine. «Roma» se le ha escatimado a las salas. En eso también gana «Cold War». No me gusta lo que ha hecho Netflix.

A veces los milagros existen y un director otrora deleznable como Peter Farrelly nos lega en «Green Book» uno de los grandes clásicos de nuestro tiempo gracias a un Viggo Mortensen colosal

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A veces los milagros existen. Nada de lo que rodeaba a esta película prometía, sino más bien todo lo contrario, repelía. A pesar de que la road movie siempre será mi género cinematográfico favorito, se trataba de obligar a convivir en los años 60 dentro de un coche a un rudo italoamericano racista con un negro triste y solitario en el pedestal de su fama, y que de ahí surgiera la amistad. Lo sé, suena a priori previsible. Pero si te dicen que, además, dirige Peter Farrelly, un cineasta que abomino, cuya filmografía me produce arcadas, la cosa pinta aún peor.
 
Me trago todos y cada uno de los prejuicios anteriormente mencionados por injustos, como la película te hace tragarte el racismo que late innato a toda incultura atávica, porque estamos en presencia de un PELICULÓN, llamado a hacer historia en los mediocres Oscars de este año.
 
Todo es lo que esperas, todo se ve venir, todo está ya usado anteriormente, pero… funciona, vaya si funciona, a lo grande y de principio a fin. Dos horas y cuarto de cine clásico del bueno, del mejor, del exquisito, que va andando con la perfección de la maquinaria de un reloj suizo hasta su conmovedora hasta las lágrimas resolución final.
 
Seguramente por la interpretación antológica de sus dos protagonistas, por la BSO de la película cargada de grandes clásicos del rock&roll norteamericano de los años 60 que adoro y, sobre todo, y ahí es donde más alucino con mi propia opinión, por el clasicismo y preciosismo visual de la dirección de Peter Farrelly. Yo hablando bien de Farrelly… pero es que es así y no puede ser de otra manera.
 
Narra magistralmente la historia de un violento italoamericano que es contratado por un famoso pianista afroamericano para que sea su chófer y guardaespaldas durante una compleja gira musical con su trío por el profundo sur muy racista de 1962. Un espacio donde el tiempo parece haberse detenido respecto a los negros, que no pueden comer o dormir más que en locales concretos recogidos en una publicación, el “Green book” que da título a la película.
 
Como toda road movie, será un viaje iniciático y de maduración personal de los protagonistas, y donde la amistad acabará derribando los muros del cateto racismo. Sé que te lo esperas, pero dale una oportunidad a este clasicazo, porque lo hace funcionar a lo grande.
 
Seguramente por la interpretación de Viggo Mortensen, al que hay que darle un Oscar al Mejor Actor con urgencia. Ya se lo negaron con “Captain Fantastic” y ahora se lo merece más que nunca por esa creación del patán mafioso italoamericano colosal. Verlo en VOS es un orgasmo, porque su acento italoamericano es perfecto, una creación sublime que tiene que alzarse con el Oscar sí o sí, más allá de su notable transformación física para encarnar (nunca mejor dicho) a un glotón sin limites con la comida.
 
Y también colosal Mahershala Ali como el virtuoso pianista negro que quiso dedicarse a la música clásica pero que lo empujaron a la fuerza hacia el jazz por el color de su piel. Dos personajes reales interpretados por dos actores en estado de gracia.
 
Y Peter Farrelly. De verdad que no doy crédito a estar alabando a este nombre, propietario de una filmografía deleznable de pseudo-cine, pero que ha creado una obra maestra que se ha convertido en un clásico instantáneo. Ha sido capaz de formar visualmente la estética que toda película de los 60 merece, y lo ha hecho sin la más mínima estridencia, respirando clasicismo de principio a fin, con un uso del color soberbio y con encuadres relajados y amplios. Una maravilla absoluta que se apoya en una música maravillosa para una de las grandes películas del año a la que le deseo lo mejor en los Oscars de este mismo domingo.
 
Y más necesaria que nunca, en unos tiempos donde ser racista está de moda, por más asco que de.

Todos tenemos un pasado, y el de Alberto Rodríguez no es noir en su ópera prima (firmada con Santi Amodeo) «El factor Pilgrim», enloquecida comedia indie sobre un Londres casposo y una leyenda negra de The Beatles

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Todos tenemos un pasado. E incluso el mejor director andaluz (con permiso del almeriense Manuel Martín Cuenca), el sevillano Alberto Rodríguez, también tiene el suyo y responde al nombre de “El factor Pilgrim”.
 
El rey del cine negro de este país, debutó (firmando a medias con Santi Amodeo) en el largometraje con esta extraña película, mucho más comedia que noir, más friki que profunda, más divertida que electrizante, y que sin embargo mantiene las pautas de encanto, aunque naif y desgarbado, de un encanto complejo pero que subyace entre las líneas de un divertido y atrevido guión y de una dirección entre underground, indie y gamberra en la que Alberto Rodríguez resulta imposible de identificar.
 
Es obvio que lo mejor de la película son sus personajes, la ciudad de Londres, y la excusa del McGuffin que subyace a su argumento. Como si de un chiste malo se tratase, un español, un inglés, un italiano y un sueco se ven envueltos en una rocambolesca historia en Londres, la ciudad donde se compra y se vende toda basura con pinta de antigüedad en sus mercadillos de segunda mano.
 
Entre inutilidades varias con las que estos personajes trapichean para poder sobrevivir en “La ciudad pollo”, como denominan a Londres, donde el capitalismo se ha tragado a la humanidad y no eres más que la cantidad de libras que puedes producir para intentar sobrevivir, si es que puedes, aparece una caja que tiene una documentación sobre un tal David Pilgrim.
 
Unos señores con pinta de importantes, ofrecen mucho dinero por esos papeles, porque contienen uno de los secretos mejor guardados de la historia de la música planetaria, que gira en torno a la autoría real de las canciones de The Beatles.
 
Londres y sus suburbios, un personaje más de la película, no sale muy bien parada de los planos con vocación indie de Rodríguez y Amodeo. Tampoco sus cuatro protagonistas, vividores natos ávidos de dinero para poder sobrevivir obtenido como sea y de donde sea. Y claro, el sueco, por absolutamente desquiciado y demente, acaba siendo el más llamativo y el que se erige en protagonista de la función, por perturbado y por impredecible.
 
Resulta evidente que no estamos ante una gran película, pero también que funciona y entretiene, sirviendo de digno homenaje a una de las leyendas más rocambolescas en torno al grupo musical más importante e influyente de toda la historia de la música, The Beatles.