Aportación cinematográfica imprescindible sobre el conflicto vasco, «Maixabel» es una lección magistral de cine de Icíar Bollaín y de interpretación de Blanca Portillo y Luis Tosar

Aportación cinematográfica imprescindible sobre el conflicto vasco, «Maixabel» es una lección magistral de cine de Icíar Bollaín y de interpretación de Blanca Portillo y Luis Tosar

“Maixabel” no es sólo una gran película, no es sólo la obra maestra de Icíar Bollaín, no es sólo una pieza clásica instantánea para acercarse al conflicto vasco. Es una cinta necesaria, seria, rigurosa, equidistante, honesta, certera, cabal, imprescindible de ver por una sociedad que ha abandonado la política de verdad y se ha dejado llevar por el politiqueo infame. También es el film mejor interpretado que he visto en los últimos tiempos: lo de Luis Tosar se da por hecho porque él es un dios; lo de Blanca Portillo me deja anonadado.


“Maixabel” es un trozo de la historia que hemos vivido toda nuestra generación. Es una pequeña pero simbólica porción de lo sucedido en Euskadi pero, sobre todo, es una película sobre dos seres valientes y decididos que deciden romper las propias normas de sus respectivos entornos para encontrarse en su lucidez y honradez.


Porque Blanca Portillo borda para la historia del cine el personaje de Maixabel Lasa, la viuda de Juan Mari Jáuregui, político socialista asesinado por ETA y que, desde su posición capital entre las víctimas del terrorismo, hizo lo más inteligente, lo más honesto y lo más difícil que se podía hacer: por un lado, incluir a todas las víctimas del conflicto vasco en la definición de víctima; por otro lado, sentarse a hablar y a comunicarse con uno de los asesinos de su marido. Personaje sublime que requería de una interpretación portentosa, justo la que nos regala Blanca Portillo. Inaudita en su perfección más absoluta.


Mientras que Luis Tosar se deja una parte de sí mismo y demuestra que es un actor ineludible para entender nuestro cine encarnando a uno de los miembros de ETA que asesinó a Jáuregui y su largo camino hacia un arrepentimiento sincero, hacia un entender que había pertenecido a una organización criminal que lo había utilizado y le había malogrado la vida para no llegar a nada y con ansias de reestablecer puentes con esa otra parte de la sociedad vasca.


Entre medias, dos mundos que se odian que ambos protagonistas tratan de encauzar para que todos logremos lo que ya está logrando la propia sociedad vasca dentro de Euskadi: cerrar heridas y buscar como algo vital la reconciliación para una paz social definitiva.


En su caligrafía visual nos deja lo mejor de esta directora imprescindible, pero todo es poco para su hondura moral, para sus deseos de cerrar heridas, para sus ansias de paz y concordia. Debería ser obligatorio ver esta cinta para recuperar una sociedad realmente vivible.

Ópera prima de Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga, «Esa pareja feliz» es la primera aproximación de nuestro cine al neorrealismo italiano

Ópera prima de Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga, «Esa pareja feliz» es la primera aproximación de nuestro cine al neorrealismo italiano

Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga firmaban conjuntamente en 1951 “Esa pareja feliz”, una obra maestra en su momento que, no obstante, no ha envejecido bien, todo hay que decirlo. En su argumento, mucho más de Berlanga que de Bardem (yo soy más de Bardem), se mezcla la comedia pura y dura con algunos tintes más dramáticos que completan el conjunto sin estorbarlo.

Estamos ante la ópera prima de Bardem y Berlanga, los cuales, expresa y directamente influenciados por el neorrealismo italiano, alejan por primera vez nuestro cine de las tentaciones folklóricas y pintorescas para sumergirlo en la cruda realidad social del momento.

Y todo para contar la historia normal y corriente de una pareja que comenzó su andadura matrimonial llena de ilusiones y proyectos, como todas, y que la realidad los acabó rebajando sensiblemente, como todas. Frustrados por la realidad laboral y quizás también la sentimental, él intenta crear negocios que funcionen y que terminan en fracaso de forma sempiterna y ella trata de huir de su realidad a través de una ludopatía no excesivamente controlada.

Mientras tanto, las miserias, dobleces y morales cuadruplicadas de la época se van colando en este fresco popular de la Madrid de los años 50, un lugar puritano y asfixiante donde la libertad brillaba por su ausencia. Y la película, como solía ocurrir siempre que Bardem o Berlanga andaban de por medio, se la colaron a la censura por todas partes, porque subyace bajo su sencillo argumento una corriente subterránea de ácida crítica social despiadada.

La cinta se sostiene en las interpretaciones de Elvira Quintilla y, sobre todo y por encima de todo, del dios Fernando Fernán Gómez, que sabe equilibrar de forma sabia (como no podría ser de otra forma) los deseos de empatizar con su personaje y los de apiadarse de él a ratos por su torpeza y estupidez.

Un alarde de estilo literasrio para una trama un tanto confusa, «Cielos de barro» es la aportación a la novela negra de Dulce Chacón

Un alarde de estilo literasrio para una trama un tanto confusa, «Cielos de barro» es la aportación a la novela negra de Dulce Chacón

“Cielos de barro” está lejos de la altura literaria de “La voz dormida”. Dulce Chacón, en este caso, juega a mezclar la cruda realidad de postguerra con una trama noir y ahí es donde pierde enteros la propuesta. En eso y en que hay un exceso de personajes que puede llegar a desnortar al lector y a no ubicar algunas situaciones.

Eso en el debe. Porque en el haber se encuentra, sin la menor duda, una portentosa técnica literaria. Dulce Chacón mezcla constantemente y de forma alternativa dos mundos distintos: una voz en tercera persona que va relatando los hechos y un diálogo de un alfarero con el inspector de policía que investiga los asesinatos múltiples, sin que al policía se le escuche nunca, tan sólo con las respuestas del anciano. Y ahí Chacón logra un hito importante y complejo para desgranar la narración fáctica. Al final, ambos relatos cruzados se encuentran para desvelar el misterio del asesino en sus últimas páginas.

Premio Azorín 2000, la matanza en un cortijo de una familia de bien crea el caldo de cultivo necesario para hablar de la Extremadura rural profunda, de las diferencias de clase, de la opresión del campesinado, de las pasiones desenfrenadas, de los odios familiares enquistados y de las guerras entre familias en un pequeño pueblo remoto. Y la sombra de la reciente Guerra Civil, siempre acechando detrás de cada esquina y de cada página de esta novela, desgarrando nuestra sociedad quizás para siempre.

Técnicamente impecable, «Sordo de Alfonso Cortés-Cavanillas es un western de postguerra deslabazado, caricaturizado e intragable en su guión

Técnicamente impecable, «Sordo de Alfonso Cortés-Cavanillas es un western de postguerra deslabazado, caricaturizado e intragable en su guión

“Sordo” es una apuesta que parecía a priori interesante de Alfonso Cortés-Cavanillas. La idea primigenia sonaba apasionante: un western ambientado en plena postguerra, en 1944, enfrentando violentamente a los maquis con el ejército franquista; dos amigos; una mujer a la que ambos aman; una estética muy cuidada y preciosista… Todo parece conducirnos a una gran cinta y, desgraciadamente, dista mucho de serlo. Lo que en “Intemperie” de Benito Zambrano es genialidad, en “Sordo” es cliché tras cliché sin alma.

Y es que, barajando todas las causas a su favor, su endeble guión en tan insustancial y tan lleno de tópicos y personajes sin matices, salidos pareciere de un cómic, que resultan increíbles y expulsan al espectador de toda sombra de credibilidad. Malos malísimos, buenos buenísimos, una improbable Marian Álvarez como mujer fatal, un Asier Etxeandía que debe ser un gran actor de teatro pero que en cine nunca acaba de dar el do de pecho, y toneladas de situaciones previsibles vistas una y mil veces.

Un auténtico desperdicio para un film que técnicamente es impecable en ambientación, vestuario, rodaje de escenas de acción y belleza plástica. Porque el continente resulta finalmente notable, a pesar de la ínfima dimensión de su contenido, de lo que realmente importa, de la historia que hay que contar para encandilar al espectador. Y en eso es notablemente mediocre en su fallida intentona de mezclar géneros a través de unos personajes estereotipados (la mercenaria rusa es ya el no va más en la paciencia del cinéfilo).

Ni la música de Carlos Martín, excelente para conformar ese aroma permanente a western, ni un metraje excesivamente alargado sin necesidad, ni esas ansias de abarcar tanto ayudan a la conformación final de una película que tuvo la oportunidad de ser grande y no lo fue, en claro contraste, insisto una vez más, con “Intemperie” de Benito Zambrano. Porque ésta última citada, sí que sí.

Obra mayor de un cineasta superdotado, «Madres paralelas» es un regalo al mundo que nos ofrece Pedro Almodóvar presentando dos películas en una, a cual más lograda

Obra mayor de un cineasta superdotado, «Madres paralelas» es un regalo al mundo que nos ofrece Pedro Almodóvar presentando dos películas en una, a cual más lograda

“Madres paralelas” es la obra de madurez de un absoluto genio, de un director imprescindible para la historia del cine, del más internacional y eterno de nuestros cineastas. “Madres paralelas” es algo más que una obra maestra atemporal, que un clásico instantáneo. “Madres paralelas” es mucho más que una película, porque en realidad son dos películas.

Si toda la almendra central del film es un melodrama almodovariano clásico con ecos a Douglas Sirk que tanto idolatro, el prólogo y el epílogo, sobre todo el epílogo, de la cinta son absolutamente sobrecogedores y una lección de cine y de memoria histórica sin precedentes. Su final, su portentoso final, te prometo por mi conciencia y honor que te dejará sin respiración y completamente noqueado. Es la magia de un genio inconmensurable. Es el cine de Almodóvar elevado a su máxima expresión.

Una película que es valiente, mucho. Que se moja de imagen y de palabra. Con diálogos comprometidos social y políticamente y lúcidos como he escuchado pocos. Una discusión en la cocina de Penélope Cruz y Milena Smit resume cien sesudos tratados sobre la memoria histórica y las heridas por cerrar. Escena sublime culmen de la película dentro de un film apabullante por dentro y por fuera.

Todo lo que esperas de Almodóvar, desde la escenografía hasta los elegantes y ampulosos movimientos de cámara están presentes sublimados. Pero este Almodóvar es cada día más inteligente y ha decido de forma expresa en esta obra maestra abusar de los primeros y medios planos, para dejar a sus actrices que den todo de sí, sostengan ellas solas la película y se expresen para la historia del cine. Y digo actrices porque actor sólo aparece uno durante el metraje, y es prescindible. Es cine de mujeres de principio a fin. Y qué cine.

Y claro, cuando Almodóvar decide abandonarse a ese derroche de primeros planos, es porque puede descansar y respirar sabiendo que sus actrices lo van a dar TODO para encarnar sus personajes. Lo de Penélope Cruz en esta película no es de este mundo. Una de las mejores interpretaciones que haya visto en muchos años. Y que todavía alguien discuta que estamos ante una actriz superdotada… Quien todavía ose afirmarlo, que vea “Madres paralelas” y nos explique cómo se puede superar lo que derrocha a manos llenas una actriz en estado de gracia llamada Penélope Cruz.

Pero ojo a Milena Smit, porque mantiene el pulso a la misma altura y conforma un personaje muy difícil de una forma impecable. Matrícula de honor para una actriz que, tras este espectáculo y el que nos regaló en “No matarás” apunta a ser el futuro de nuestro cine.

Aitana Sánchez-Gijón recitando el monólogo de “Doña Rosita la soltera”, aunque no esté yo para mucho teatro ahora mismo, mirando a cámara es otro momento insuperable. Dicho sea de paso, con una presencia de Granada durante los diálogos de los personajes bastante notable. De Lorca a Granada pasando por Almodóvar es un camino gozoso para recorrer una y mil veces.

Si entramos a la sustancia del melodrama que soporta el peso del metraje, gravitando alrededor de la maternidad y la mujer como fuente de vida, entonces descubres que estamos ante un cineasta superdotado e insuperable, cosa que ya sabíamos.

Y ojo al temazo de Janis Joplin que suena. Apoteósico.

Alarde autoral adelantado a su tiempo, Jaime Chávarri nos legó con «El desencanto» uno de los documentales más extravagantes jamás filmado y un retrato de la locura de un régimen

Alarde autoral adelantado a su tiempo, Jaime Chávarri nos legó con «El desencanto» uno de los documentales más extravagantes jamás filmado y un retrato de la locura de un régimen

Pocas obras cinematográficas más extrañas y exóticas que “El desencanto” de Jaime Chávarri. Se trató, en un alarde de autoría adelantado a su tiempo, de crear un documental exclusivamente dedicado a poner la cámara delante de las conversaciones de la viuda e hijos del poeta de Astorga Leopoldo Panero, falangista y alcohólico, padre con mano de hierro e iluminado, de una personalidad apabullante que lo dominaba todo a su alrededor y que falleció en 1962. El documental se rueda ya habían transcurrido doce años desde su entierro y el resultado es perturbador.

El producto de tamaño experimento, rodado en un contrastado blanco y negro firmado por Teodoro Escamilla, no puede dejar indiferente a nadie. Se odia o se ama, yo todavía no tengo claramente decidido en cuál de los dos lados me encuentro, pero en cualquier caso apasiona obligatoriamente por la innovación de su propuesta en plenos años 70 (la década dorada del cine) y porque la salud mental no es un atributo propio de la familia Panero. Todos sus hijos sufrían algun tipo de enfermedad mental grave y su esposa, Felicidad Blanc, no demostró durante el rodaje ser mucho más ecuánime que sus vástagos.

No se llega a saber si porque la sombra del genio era demasiado alargada o porque era un marido complejo y un padre déspota. En cualquier caso, la familia Panero no tiene empacho alguno en demostrar ante la cámara en largas conversaciones que su universo mental dista mucho del real, como nos ocurre a la mayoría de los seres humanos, dicho sea de paso, pero en este caso de una forma mucho más expresa y directa y bajo el constante fondo ambiental de la música de Schubert, que además también es acompañado por algunas imágenes de archivo, sobre todo del panegírico pronunciado en su magno funeral de estado franquista en Astorga por parte de su amigo íntimo e inseparable, el poeta granadino Luis Rosales.

La esquizofrenia paranoide, el alcoholismo, la drogadicción, el nihilismo más absoluto, una tendencia innata a ser superdotados intelectual y culturalmente en todos ellos, el desencanto tan generalizado entre aquellos muros de una casa decadente como sus vidas, que conoció mejores tiempos como sus habitantes, que no podría lograr más que dar título al documental estrenado en 1976 y hoy referencia cinéfila de culto.

La institución familiar, quizás una de las más nocivas entre las inventadas por el ser humano, es destripada sin piedad y mirando a cámara por los miembros de este disfuncional clan, que no sienten el más mínimo pudor a la hora de confesar las miserias propias y las del resto de su familia ante el atónito espectador.

Quizás es que la descomposición de esta familia acabe representando finalmente la más feliz metáfora encontrada por Jaime Chávarri para plasmar la podredumbre de un régimen y una sociedad que creíamos superada y ahora nos damos cuenta que quizás haya seguido nuestros pasos hasta la actualidad, oculta pero sin descanso.

Belén Funes triunfa «cum laude» con «La hija de un ladrón» gracias al alarde actoral de Greta Fernández, presente en todos los planos de la cinta

Belén Funes triunfa «cum laude» con «La hija de un ladrón» gracias al alarde actoral de Greta Fernández, presente en todos los planos de la cinta

Belén Funes es la directora más inteligente de este país. Si yo quisiera hacer una película con carga social capaz de trascender y ocupar una posición prioritaria en nuestro cine al primer intento, haría exactamente lo mismo que ha hecho ella en “La hija de un ladrón”: pegar la cámara de principio a fin al rostro de Greta Fernández. Lo demás ya viene solo y se desprende de quien ha nacido para ser un nombre importante dentro de la historia de nuestro cine como actriz.

Sin duda la intérprete con más proyección de futuro de este país, Greta Fernández (y a las pruebas de “Elisa y Marcela” de Isabel Coixet me remito), sostiene íntegramente este peliculón. Un film imprescindible que gravita en torno a la actriz que aparece en absolutamente todos los planos de la película. En ningún momento la cámara se aleja de ella, perpetuando el magnetismo y la capacidad interpretativa de una superdotada de la interpretación que se come la pantalla de principio a fin y nos lega una obra maestra indeleble y eterna.

Pero Belén Funes no la utiliza para cualquier objetivo, sino para contarnos una película que, en apariencia, pudiera ser sutil, pero que en la práctica es una crítica social con una carga de profundidad tan insoportable como imprescindible. Siguiendo la estela técnica de los hermanos Dardenne o del mismísimo Ken Loach, la película respira realismo social por todos los poros de su celuloide. Es una cinta comprometida, valiente, honesta, íntegra, políticamente atrevida, tan brillante como necesaria, una bomba de relojería sobre la cuestionable bondad de esta institución a la que se llama familia.

Nos cuenta Belén Funes (prolongando la historia del corto con el que se diera a conocer) la historia de Sara, una proletaria sufridora nata, hija de un sinvergüenza que no ha sabido hacer otra cosa en la vida que defraudarla y estafarla (impresionante Eduard Fernández, como no podría ser de otra forma); madre de un bebé en permanente llanto; hermanastra de un niño recluido en un centro de menores y carne de cañón; una mujer que ama al padre de su hijo pero no es correspondida y se le escupe desprecio en cada ocasión que es posible; trabajadora explotada y en precario; arrendataria de un piso de alquiler social; con poca vida social y menos amistades; con una discapacidad auditiva… Sara es una todoterreno a la que la vida le ha puesto en el peldaño más alto y de más difícil acceso para lograr sobrevivir. Pero ella se deja la piel para hacerlo. Nadie va a poder con Sara, porque Sara es una heroína del proletariado.

Tremenda la escena de la Primera Comunión de Martín, el hermanastro de Sara, un compendio de todo lo que puede lograr el cine con lo mínimo. Para enseñar en todas las escuelas de cine. En suma, un peliculón con todas las de la ley, donde la forma siempre está al servicio del fondo a través de una modesta pero muy efectiva cámara al hombro, basándose además en un alarde de guión sutil y perfecto, y sostenida en la maravillosa química entre padre e hija (lo son además en la vida real Eduard y Greta Fernández) en una relación imposible y condenada al fracaso “ab initio”.
Una película certera e imprescindible.

Antonio Muñoz Molina vuelve a tocar el cielo de la literatura en castellano con «Volver a dónde», un texto que, lejos de ser novela, se trata de dos diarios del presente y del pasado que acaban confluyendo

Antonio Muñoz Molina vuelve a tocar el cielo de la literatura en castellano con «Volver a dónde», un texto que, lejos de ser novela, se trata de dos diarios del presente y del pasado que acaban confluyendo

Alguien tenía que hacerlo y nadie mejor que Antonio Muñoz Molina para ello. La pluma exquisita y precisa del genio andaluz, unida a esa capacidad superdotada de exploración y de observación de lo mínimo para convertirlo en lo general, se desarrolla en el último libro (que no novela) de Muñoz Molina a la altura que en él es habitual y por la que se ha convertido en escritor imprescindible y de cabecera para mí.
Rompe el esquema tradicional de la novela para traernos un formato más parecido al diario, donde reflexiona. Para ser exactos, va entremezclando dos diarios distintos, el de la descripción de los días de confinamiento domiciliario y la discutible vuelta a una normalidad menos nueva de lo que se nos decía para nuestra desgracia y a la que, desde luego, nunca debimos volver; pero también un diario de recuerdos de niño viviendo en condiciones humildes en un pequeño pueblo como era aquella Úbeda franquista.


Nos cuenta el Madrid confinado y disparatadamente desconfinado antes de tiempo y sin que los ciudadanos supiesen realmente a lo que estaban jugando, empujados irracionalmente por los poderes económicos; y también la miseria rural de la Andalucía profunda de postguerra, donde todo eran valores trasnochados, costumbres ancestrales, atraso y hambre enquistada y opresión ambiental continua.


A lo largo de 228 reflexiones, Muñoz Molina mezcla ante nuestros atónitos ojos leyendo lo que hemos vivido pero con una precisión en los detalles en la que nunca habríamos reparado y que una mente lúcida y brillante como la del narrador andaluz siempre encuentra. Del pasado al presente y del presente al pasado para comparar la superficial, comercial y anodina sociedad actual con la miserabilidad como única forma de supervivencia en aquellos tiempos en blanco y negro cuyos últimos supervivientes se está llevando paradójicamente la propia pandemia moderna. Sólo la voz del literato queda como testigo de todo lo que fue y ya no es.


Y ambos caminos son tan apasionantes, que al final no sabes cuál te ha enganchado más y si han terminado entrelazándose necesariamente. Y, cuando terminas, entiendes en profundidad el título de tan magna obra: realmente, ¿volver a dónde?

Benito Zambrano logra adaptar al cine la obra maestra literaria de Dulce Chacón con «La voz dormida», una sucesión de escenas trágicas que retratan la asfixia de una época imposible de olvidar

Benito Zambrano logra adaptar al cine la obra maestra literaria de Dulce Chacón con «La voz dormida», una sucesión de escenas trágicas que retratan la asfixia de una época imposible de olvidar

“La voz dormida” fue la gran obra maestra literaria de Dulce Chacón que se convirtió por derecho propio y de forma instantánea en una novela imprescindible para acercarse a la postguerra y todo lo que significó vivirla para la gente humilde que se vio atrapada por las necesidades económicas y el hambre por un lado y por las infamias políticas por el otro. Para los que estamos precisamente en estos momentos enfrascados en la creación de una novela de postguerra después de la experiencia de mi colección de relatos (sí, una más, lo siento, pero creo que siempre resulta imprescindible y prometo que desde una visión novedosa),es importante comprobar la sabia y cuidada adaptación cinematográfica del texto literario por parte del cineasta andaluz Benito Zambrano, autor de momentos épicos de nuestro cine como “Solas” o “Intemperie”. Y todo ello cargado de sencillez, humildad y falta de pretensiones, porque precisamente con esas mimbres es con las que consigue armar un cesto inolvidable.

Con un estilo simple y sin alharacas, Zambrano tiene que hacer un esfuerzo de síntesis de la novela original que necesariamente corta algunos perfiles de los personajes y, sobre todo, no profundiza en el colectivo de presas políticas y sus redes de solidaridad, quizás lo más apasionante del original literario, pero en cambio sabe escarbar en nuestras emociones y ponerlas en carne viva en determinados fragmentos muy gráficos respecto a las torturas policiales de la época y de la dureza de un régimen que no tuvo ni la menor piedad con los vencidos. No consistía en redimirlos o convertirlos, sino en aniquilarlos sin que temblara el pulso, hacerlos desaparecer de la faz de la Tierra para siempre.

Es una cinta sobre los que no tienen nada para entregar un cine honesto y pegado a la tierra, señas de identidad propias de este cineasta, a la causa del silencio de las mujeres durante la dictadura franquista y, muy especialmente, de las mujeres encarceladas por rojas en condiciones infrahumanas. Mujeres recluidas por sus ideas políticas, tan torturadas o más que los hombres sin haber recibido los mismos honores por ello hasta el momento, ejecutadas sin poder despedirse de los suyos y sin piedad alguna, estirando una guerra que parecía no acabar nunca, o quizás es que no vaya a finalizar jamás.

Mujeres humilladas constantemente y teniendo que aprender a gestionar el dolor mucho mejor de lo que lo lograban los hombres, tan combatientes como ellos y en muchas más trincheras a golpe de coraje sacado de dentro y solidaridad femenina como única forma de subsistencia cuando todo lo demás había fallado.

La desmemoria es infinita en este país, y no es casual ni inocente, es profundamente premeditada. Por eso somos los que nos sentamos a escribir o los genios que ruedan buen cine como en el caso de Benito Zambrano los que estamos llamados a poner nuestra garganta a disposición de esa voz dormida que necesita ser rescatada para saber que la guerra es la máquina más diabólica jamás inventada por el ser humano con la única finalidad de que los pobres se maten entre sí para preservar los privilegios y las riquezas de los que lo tienen y lo controlan todo, como siempre fue y será.

Pero lo peor de nuestra experiencia histórica reciente no fue la Guerra Civil. Lo más dantesco y apocalíptico vino después del 1 de Abril de 1939, cuando el régimen triunfante decidió aniquilar a conciencia cualquier tipo de oposición o contestación interna de la manera más salvaje posible para que sirviera de escarmiento a la sociedad. “La voz dormida” nos cuenta que lo sufrió toda la población en general pero con un mayor ensañamiento con las mujeres en particular. Una guerra sórdida y silente que fue erradicando uno por uno a todo elemento subversivo o que pudiera parecerlo.

Los métodos fueron fundamentalmente físicos, pero Dulce Chacón en su novela y Benito Zambrano en su fidedigna traslación al cine dirigen sabiamente su mirada hacia los procedimientos psicológicos, inoculando en la población la dosis de terror suficiente para engendrar una capa de miedo tan densa que nadie pudiera escapar de ella ni plantearse el movimiento bajo ningún concepto. Y fue con este segundo método con el que Franco se impuso socialmente.

“La voz dormida” es una película basada en una novela coral y, lógicamente, tiene que prescindir de elementos colaterales y centrarse en las dos hermanas protagonistas del film, interpretadas soberbia y magistralmente por Inma Cuesta y María León. Su metraje nos permite bucear en un conjunto de mujeres republicanas encarceladas y de todo lo que les pasa a ellas y a sus allegados, de cómo todo evoluciona a peor, de cómo se sienten desamparadas por las potencias democráticas europeas cuando las dejan tiradas, de cómo sus historias de amor son cercenadas por la fuerza, de cómo pierden el contacto con sus hijos o directamente a sus propios hijos asesinados. Mujeres que eran personas de carne y hueso, que se llamaban Hortensia, Reme, Tomasa…

Pero también quieren mirar a mujeres como Pepita (el personaje de María León), apolítica por definición y vocación y que acaba enredada en la “causa” por cuestiones meramente familiares que la llevan a entender que es imposible mantenerse al margen del temporal cuando arrecia contra los tuyos.

Mujeres que lo han perdido todo, que sólo les resta la dignidad, que no están dispuestas a perder bajo ningún concepto. Y, por encima de todo, flota una preciosa e inolvidable nana andaluza sobre el metraje de la película que mereció, como no podría ser de otra forma, el Goya  a la Mejor Canción en su edición de 2011.