Lúcidamente pesimista y misántropa, «La última lección» es una sabia mezcla de géneros con la que Sébastien Marnier nos golpea con una última escena antológica

Lúcidamente pesimista y misántropa, «La última lección» es una sabia mezcla de géneros con la que Sébastien Marnier nos golpea con una última escena antológica

El cine francés centrado en su sistema educativo se ha convertido en un género cinematográfico en sí mismo con notables aportaciones en su haber. Muchas (algunas realmente geniales y otras quizás un tanto sobrevaloradas como suele ocurrir con el cine galo) películas sobre el tema nos han llegado desde el país vecino.


Sin duda, de las más originales, por no decir la más, es esta “La última lección” de Sébastien Marnier, una cinta a la que quizás le cuesta arrancar, que no engancha demasiado por ser una mezcla de géneros excesiva para su metraje girando en torno al drama, el thriller, el cine de denuncia ambiental y hasta con toques de terror pero que… cuando piensas que no te ha entusiasmado de forma absoluta y que no era para tanto, llega su escena final, se encaja la última pieza del puzzle y entonces comprendes que has visto una gran película que va a permanecer en tu mente durante el resto de tu vida, justo cuando se despliega ante tus atónitos ojos “La última lección”.

La nueva película de Marnier es una cinta con aroma a fábula moral que se inicia con el suicidio de un profesor en mitad de clase ante sus alumnos con alta capacidad intelectual. Se trata de un grupo de estudiantes un tanto especial, un experimento de la administración educativa francesa consistente en unir a todos los alumnos superdotados en una sola clase. Tras el suicidio, un joven profesor interino sin demasiada experiencia tiene que hacerse cargo del grupo de raritos sabiondos que no le van a poner nada fácil la supervivencia anímica y la salud mental.

Es en ese momento donde el film torna de tesis educativa a thriller psicológico, porque el profesor se obsesiona con sus maquiavélicos alumnos y se siente vigilado y observado por los mismos hasta perturbarse mentalmente. Algunas pinceladas incluso directamente sacadas del género de terror enriquecen la cinta más que estorban, aportándole texturas diferentes en esa caída a los infiernos del desequilibrio mental del profesor (o no).

Y conforme se desarrolla el thriller, quizás la cinta pierde algo de fuelle por falta de originalidad (a pesar de algunas escenas oníricas muy logradas), pero… el final, ese final, uno de los mejores que he visto en los últimos tiempos, esa última escena que hace encajar cada pieza en su lugar y que cierra definitivamente la historia, haciéndonos ver (como ocurre en todo producto cultural inteligente que trata al espectador como adulto) que los malos no eran tan malos ni los buenos tan buenos (o sí). La última escena es el culmen de una cinta que va calando poco a poco en el espectador por decantación. Como si de las «Heridas abiertas» de Jean-Marc Vallée se tratase, el giro final en el último suspiro es brutal y es lo que hará mantener la película viva en la mente.

Algo que parecía derivar en una versión francesa de “¿Quién puede matar a un niño?” de Chicho Ibáñez Serrador, con cierta tendencia al cine de hordas de niños asesinos, pero… nada más lejos de la realidad, la película tiene una última intención ambientalista parapetada en todos los poros de su metraje que espera agazapada su momento oportuno.

Y entonces es cuando entiendes que los jóvenes se saben sin futuro, ni personal ni mucho menos ambiental, porque el planeta ya no resiste más y la naturaleza está en peligro de extinción por una acción depravada del ser humano que está asesinando vilmente a la Tierra. Un film de atmósfera enrarecida, de pesimismo lúcido, que deja al final un sabio poso que nos marca un camino sin futuro, el que estamos recorriendo ya sin querernos dar cuenta.

Enrique Urbizu nos entrega en «Gigantes» una correcta muestra de serie noir que va de más a menos, pletórica de aciertos iniciales que se desinflan por exceso en su tramo final

Enrique Urbizu nos entrega en «Gigantes» una correcta muestra de serie noir que va de más a menos, pletórica de aciertos iniciales que se desinflan por exceso en su tramo final

“Gigantes”, la serie de Enrique Urbizu para Movistar +, es una correcta muestra del cine negro de este país. Una serie de dos temporadas y doce episodios que va descaradamente de más a menos, que demuestra un pulso narrativo épico en su arranque pero que poco a poco se va dejando llevar por el más difícil todavía y la enésima vuelta de tuerca argumental hasta terminar siendo un tanto excesiva.

Y lo cierto es que cuenta con todo lo que se pudiera soñar para un oscuro drama familiar, los elementos necesarios para crear una marca del thriller y el único inconveniente que a veces me depara el género (la complejidad argumental alambicada hasta extenuar definitivamente al espectador y desorientarlo) está exenta de esta propuesta televisiva, brutalmente lineal, pura y sencilla, unidireccional y limpia por más que sus personajes se embarren y que sólo nos falla en sus increíbles escenas de acción, más propias del cine de superhéroes que de mafiosos, así como en un más difícil todavía argumental continuo que acaba desinflando la calidad del producto en su tramo final.

Es la historia en tres épocas de la familia Guerrero, criminales narcotraficantes payos en un ambiente gitano con participación colombiana de por medio. Ellos lo controlan todo y nada ni nadie se mueve sin el beneplácito, primero de Abraham Guerrero, el asfixiante patriarca (lo mejor de la serie de lejos), y luego principalmente de dos hijos mayores Daniel (puro nervio violento de barrio marginal) y Tomás (elitista, culto y preparado para todo), porque el pequeño, Clemente, no quiere aunque paradójicamente no pueda respirar fuera de la burbuja de violencia aferrada a cada rincón de su mundo y de su musculoso cuerpo.

Es la mafia pura y dura, pero la nuestra, la autóctona, la creíble, la que vemos en los informativos o leemos en los periódicos. La que se ensucia de sangre las manos y la otra mucho más peligrosa, la de guante blanco, capitales blanqueados y políticos, jueces, fiscales y policías comprados, el pan nuestro de cada día.

Y todo ello, y ahí está para mí el gran acierto de la propuesta de Urbizu, tamizado a través de un culebrón familiar (en el mejor sentido del término) donde la sangre llama a la sangre, la herencia es una actitud delictiva ante la vida y las cosas nunca se perdonan ni mucho menos se olvidan.

Una herencia que fragua en el personaje de la adolescente Carmen (interpretado por la joven actriz Sofía Oria) que, junto con su odioso abuelo Abraham Guerrero (épico lo de José Coronado, como siempre), eleva el resultado de la serie por encima del resto de su simplemente correcta propuesta. Ese tal José Coronado es un padre déspota, violento y tiránico que siembra una semilla indeleble en sus vástagos. La suerte está echada. O con él o contra él. No cabe otra que ser criminal de nacimiento y estar dispuesto a delinquir sin límites en su nombre.


Plena de aciertos de guión al inicio aunque desbarre con posterioridad, de alguna frase inolvidable, de momentos épicos, de tensión soterrada, de escenas atroces, de oscuridad y miserabilidad, o sea, una interesante muestra del cine contemporáneo de género en formato serie, quizás con una premisa argumental corta para extenderla durante dos temporadas y doce episodios.

Pudo funcionar como homenaje a Woody Allen, pero «La vida inesperada» de Jorge Torregrossa fracasa resultando una comedia romántica fallida e increíble

Pudo funcionar como homenaje a Woody Allen, pero «La vida inesperada» de Jorge Torregrossa fracasa resultando una comedia romántica fallida e increíble

Era difícil que saliera mal, pero salió. Jorge Torregrossa dirige con afán artesano un guión de Elvira Lindo interpretado por Javier Cámara y Raúl Arévalo. Se trata de una comedia romántica en Nueva York con sombra de Woody Allen muy alargada. ¿Por qué no funciona “La vida inesperada”? Los motivos son múltiples pero la conclusión diáfana: en efecto, no funciona.


Para los que creemos que el cine, como la novela, es el arte de contar una buena historia alrededor de la fogata de un campamento de verano, es obvio que el guión es la pieza capital para que una cinta luego pueda crecer o no en lo visual. Estoy convencido de que con un buen guión se puede hacer una mala película pero nunca se puede hacer una buena película con un mal guión, jamás.


Y éste lo firma ni más ni menos que Elvira Lindo, escritora de referencia para mí, pero… todo buen maestro a veces emborrona unos folios, y es el caso. El guión es una acumulación de tópicos de inspiración alleninana que nunca funciona, ni es creíble, ni emociona, ni, lo que es aún más grave, llega a ser gracioso en ningún momento.


Tampoco Javier Cámara ni Raúl Arévalo están especialmente inspirados en esta cinta y la asumen con el piloto automático puesto, quizás como un producto meramente alimenticio. La dirección de Torregrossa no llama la atención (ni para bien ni para mal) y de nuevo en ella pesa la sombra inmensa de Woody Allen, y todo se va al traste y nunca levanta el vuelo definitivamente.


Y ello a pesar de una dirección de fotografía de Kiko De la Rica mucho más que notable, pero que no basta para salvar esta anodina cinta de un primo del pueblo que visita a un habitante de Nueva York para escapar de su insulso destino que pasa por casarse con una buena chica del mismo pueblo y que decide expandir fronteras y mentes en la Gran Manzana durante un mes.


Buenas intenciones que nunca llegan a buen puerto. Un quiero y no puedo alleniano.

Una historia verdadera

Una historia verdadera

Ayer tuve en la Audiencia Provincial de Granada (con sede en la histórica y vetusta Real Chancillería de Granada) un juicio importante. Yo diría que incluso muy importante, por cuanto estábamos abriendo una vía nueva aún no andada en nuestra Justicia (me consta que fuimos ayer pioneros en el tema en este país).

El juicio estaba señalada a las 9:30 h. Desde las 9:00 h, y fiel a mi costumbre de abogado precavido de más, estaba yo ya en los fríos y plenos de corrientes de aire pasillos de tan magno edificio al borde de la congelación.

Esperan hasta las mismísimas 9:30 h los funcionarios de Justicia para comenzar a probar el sistema de grabación en vídeo. Descubren que la imagen funciona pero el sonido no. A esas horas es cuando deciden llamar al personal informático para que lo revise. A las 10:00 h no han encontrado aún solución. Amenazan con suspender el juicio y señalarlo por tercera vez (ya estuvo señalado para el 19 de Marzo, pero se tuvo que suspender por el confinamiento domiciliario dado que los funcionarios de Justicia son los únicos que no están preparados para teletrabajar).

Ante nuestras protestas, deciden celebrarlo a la antigua usanza: con la Secretaria Judicial tomando nota con bolígrafo en un acta. Eso sí, se nos advierte que, por muy importante que sea el juicio, debe terminar antes de las 12:00 h, porque a esa hora van a cortar la electricidad para seguir con los trabajos de remodelación y, sin electricidad, en la sala no se ve nada.

Como los micrófonos no funcionan, se nos pide a todos los intervinientes en el juicio que gritemos durante todo el tiempo. Es difícil escucharnos unos a otros en una sala tan enorme y todos encerrados entre mamparas de metacrilato.

Por seguridad, tienen las ventanas abiertas de par en par. El frío en la sala es insufrible durante la vista. Ganaremos o perderemos el juicio, pero una pulmonía nos va a ser patrocinada por la Audiencia Provincial de Granada con total seguridad. Terminamos justo antes de las 12:00 h, momento señalado para el apagón (real y metafórico).

En la puerta, una vez finalizado el juicio, la parte contraria amenaza de muerte a mis clientes. Nadie hace nada ni a nadie le importa, sean magistrados, guardias civiles o personal de Justicia. Nos sentimos solos ante el peligro.

Ésta es la situación de la Justicia. El Ministro que sí tuvo vacaciones mientras que prohibió las mías canta las excelencias del sistema con Àngels Barceló esta mañana en la SER. El estado en coma de la Justicia no le interesa a nadie. A ti tampoco. Pero es el que es.

Woody Allen ajusta cuentas contra el Hollywood que lo ningunea en la hilarante «Un final made in Hollywood», brillante comedia con firme moraleja final

Woody Allen ajusta cuentas contra el Hollywood que lo ningunea en la hilarante «Un final made in Hollywood», brillante comedia con firme moraleja final

Woody Allen ajusta cuentas contra la maquinaria del cine de Hollywood y toda su capacidad de devorar y descuartizar a un genio inclasificable e ingobernable como él en “Un final made in Hollywood”. Y lo hace de la forma en la que más cantidad de sosa cáustica puede verter en la herida: mediante una hilarante comedia con la que desnudar todas las miserias de un sistema mucho más industrial que artístico de hacer cine, donde la cantidad de palomitas vendidas importa más que la dignidad del producto cultural facturado.


La metáfora que utiliza el gran genio neoyorquino para desarmar toda la nauseabunda maquinaria palomitera no puede ser más genial: él mismo interpreta a un director con prestigio intelectual y dos Oscars en su haber (y un nivel de hipocondría y consumo de fármacos estratosféricos) que es contratado por un gran estudio para hacer una película que tan sólo pretende ser un bombazo en taquilla y, debido a los nervios habidos ante semejante tesitura, sufre una ceguera psicosomática justo el primer día de rodaje.


A partir de ahí, el terrible secreto debe ser oculto para no poner fin a su carrera profesional y comienza a rodarse una película dirigida por un ciego. Obviamente, el surrealismo desternillante está asegurado escena tras escena hasta el golpe final en su último y postrero suspiro, donde Allen llega a la moraleja que pretendía contarnos a todos y que yo suscribo al cien por cien contraponiendo el cine europeo al de Hollywood, brillante broche de oro a una tesis doctoral habida entre carcajadas.


El director más influyente en mi vida tira para montar esta sátira ácidamente adictiva de un plantel de actores y actrices de ensueño (desde una Téa Leoni deslumbrante a un George Hamilton resucitado, pasando por Mark Rydell, o Treat Williams) y de una dirección de fotografía de Wedigo Von Schultzendorff cuajada de tonos cálidos y preciosismo visual espléndido que te deja boquiabierto.


Todo está diseñado para la carcajada desde su primer plano hasta el último, humor inteligente de primera magnitud, que culmina en una conclusión final evidente: la sutileza como el mejor escalpelo para practicar una fría venganza de Allen contra Hollywood bien merecida y aún más justificada y sofisticada.

Si no le pides demasiado, Oriol Paulo está dispuesto a entretenerte con un refrito hitchcockniano en «Contratiempo»

Si no le pides demasiado, Oriol Paulo está dispuesto a entretenerte con un refrito hitchcockniano en «Contratiempo»

Lo bueno del cine sin pretensiones que sólo aspira a entretener es que, si a pesar de su ausencia de trascendencia y su expresa falta de calidad para ello, es capaz de rellenar una sobremesa de domingo con una mínima dignidad, ha cumplido su misión con creces. Es el caso de “Contratiempo” de Oriol Paulo, film homenaje expreso, confeso y refrito al cine de Hitchcock, thriller alambicado, retorcido, de mil vueltas de tuerca, americanizado al máximo y con una sorpresa final inaudita que cumple con sencillez y sin pretensiones su misión de ayudarte a pasar la tarde.


Basándose en un guión imposible e increíble presidido por el más difícil todavía como consigna y grito de guerra (y del que, cuanto menos sepas antes de visionar la cinta, tanto mejor para ti), la película, rutinaria pero correctamente dirigida y fotografiada con solvencia, se sostiene en su elenco actoral, íntegramente pletórico y que se permite tener secundarios de lujo del nivel de Bárbara Lennie o José Coronado. Ahí es nada. A ver quién da más.


Protagonizada por Mario Casas, actor que paulatinamente se está perfilando y ganándose el respeto de crítica y público, su personaje ambiguo funciona a la perfección en este drama psicológico con ribetes de misterio y aliento hitchcockniano que no hay quien se trague en su suspensión absoluta de la credibilidad y el realismo pero que navega por los cauces del mero entretenimiento sorpresivo de forma correcta.


Si no le pides peras al olmo y sí un rato de evasión sobre un crimen en una habitación totalmente cerrada y aislada del exterior, este thriller te va a dar lo que buscas sin deslumbrarte, pero con la humildad de quien se sabe creación para divertir sin trascender ni permanecer en tu memoria.

«En la ciudad sin límites» de Antonio Hernández es una de las más grandes obras maestras de nuestro cine y el paradigma de película que va de menos a más hasta el paroxismo final

«En la ciudad sin límites» de Antonio Hernández es una de las más grandes obras maestras de nuestro cine y el paradigma de película que va de menos a más hasta el paroxismo final

Antonio Hernández, propietario de una filmografía muy irregular, que mezcla obras menores con alguna correcta muestra de noir, impulsó el techo de nuestro cine con esta obra maestra atemporal que seguramente para mí está y estará entre las diez mejores que se hayan hecho en este país y la que más ha calado mi corazón (Rancel ya te acompañará para siempre una vez conocido).

¿Por qué es perfecta? Vengo cargado de razones:

1.- Cuando uno quiere pasar a la historia del cine, lo primero que necesita es un buen guión bien estructurado, y muy pocos como éste. Una obra de ingeniería literaria perfecta de principio a fin: una historia apasionante, un misterio dentro de un drama que va desvelando sus intrigas muy pausadamente y para gente sin prisas, las miserias de los ricos al descubierto, la parte oscura de las familias ante nuestros ojos, los pasados que torturan y los presentes que no salvan. La familia como problema más que como solución. La muerte como reencuentro final.

2.-Y todo ello dosificando la información poco a poco, porque, y aquí creo que radica la genialidad de la propuesta, nunca antes vi una película que fuera más descaradamente de menos a más. Si comienzas a verla y piensas que no es para tanto y que como ésta hay docenas y algunas mejores, ten paciencia, deja que la historia vaya fluyendo y que el misterio se desparrame ante ti. Cuando llegues al final, verás hasta dónde has llegado y si terminas o no con lágrimas en los ojos. Yo no puedo remediarlo por más veces que la vea.

3.- Una dirección notable. Antonio Hernández se nota que la rodó con el convencimiento de que ésta y no otra iba a ser la película con la que pasara a la posteridad y que jamás tendría otra oportunidad para ello. Y donde en otras cintas suyas es simple y modesta artesanía, aquí es genialidad. Todos esos planos holandeses, el reloj constante, los reflejos, y…

4.- … claro, sus actores. Porque no tiene nombre lo de su elenco interpretativo. Todos están como nunca, a la altura de una película que creo que se sabía eterna durante su rodaje. E, incluso por encima de Fernando Fernán Gómez o de Geraldine Chaplin, que ya es decir, Leonardo Sbaraglia, haciendo sin duda el papel de su vida y una de las mejores interpretaciones de toda la historia de nuestro cine. Lo de Sbaraglia en esta cinta no es de este mundo, sino de un ser superdotado y extraterrestre. Puro cine en cada mirada, en cada gesto, en cada lágrima vertida. Sbaraglia será eterno gracias a “En la ciudad sin límites”.

5.- Y ahora hablaremos de Víctor Reyes, porque de su partitura surge un tema que, para mí, es el mejor tema musical compuesto en el cine de este país. Un obstinato que tarda en aparecer en la cinta (hasta el mínuto 48 no suena por primera vez) pero que, a partir de ese momento, ya no se desprenderá de ti jamás durante el resto de tu vida por su belleza sobrecogedora.

6.- Lo que cuenta entre líneas: habla de amores imposibles, de exilios, de lucha clandestina, de ricos con pies de barro, de fortunas de dudoso origen, de amores filiales, de celos, de infidelidades, de vidas no vividas, de… la realidad pura y dura.

Porque “En la ciudad sin límites” es una cinta que amé desde que la vi estrenada en el Granada 10 durante aquel tiempo en que la sala era cine de día y discoteca de noche, que amo y que amaré de por vida porque Rancel te cala los huesos hasta el tuétano y ya nada nunca volverá a ser igual.

Brillante como todo lo nacido en la preclara mente de David Trueba, «Saber perder» es una novela de perdedores que cala por abrasión

Brillante como todo lo nacido en la preclara mente de David Trueba, «Saber perder» es una novela de perdedores que cala por abrasión

Todo lo que toca David Trueba está dotado de un aura especial. Sea cine, series o literatura, su especial forma de calar sin apenas darte cuenta de ello siempre funciona con la perfección de un reloj suizo. El, para mí, Woody Allen europeo puede hacer comedia con un poso amargo que acaba trascendiendo en tu memoria o bien drama con algún bordado cómico, pero siempre a un nivel de sensibilidad y lucidez inhabituales por su dimensión.


Fan irredento de su cine y de una de las mejores series de la historia de este país que le debemos (“¿Qué fue de Jorge Sanz?”), sus novelas siempre me atrapan, tanto cuando son profundamente cómicas como cuando decide tocar los resortes del drama en una dicotomía autoral muy alleniana, como es el caso de “Saber perder”, que he terminado de leer, drama sin paliativos que todavía a veces permite esbozar una sonrisa.


Porque se trata de una novela de perdedores (siempre me resultarán mucho más cercanos y amables los perdedores que los ganadores) de tres generaciones diferentes de una sola familia.


Sylvia es una niña de 16 años con problemas que es atropellada por el impresionante coche deportivo de un futbolista argentino recién llegado a Madrid que podría cambiar su vida definitivamente. Sylvia es hija de Lorenzo, arruinado por la estafa de su socio y abandonado por su cónyuge por otro hombre, que trata de sobrevivir a todo ello y a un terrible secreto que oculta. Sylvia es nieta de Leandro, que se siente atrapado por la enfermedad de su mujer y busca una salida estúpida, ruinosa y peligrosa en un burdel.


Son tres seres condenados al fracaso, a los que la vida no da las mismas oportunidades que al resto, porque ese es el mayor falso mito del capitalismo, esa mentira repugnante que tantas vidas ha costado de que todos podemos llegar as donde queramos si nos esforzamos. Una falsedad criminal y genocida que David Trueba refuta a través de la triste historia de unos seres humanos que siempre nadan para acabar muriendo ahogados en la orilla.


La vida misma hecha novela sin cortapisas, con un lenguaje literario simple y sencillo pero maduro, nihilista y lúcido, como lo es David Trueba, maestro de enseñarnos la existencia sin ambages, tal cual es, de forma cruda y descarnada.

«Todo lo que usted quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar» es paradigma de la primera etapa de Woody Allen, comedia episódica de humor surrealista

«Todo lo que usted quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar» es paradigma de la primera etapa de Woody Allen, comedia episódica de humor surrealista

Las primeras obras fílmicas de Woody Allen, pura comedia disparatada, suponen un género en sí mismas plenas de humor surrealista y ácido, para mí siempre menores respecto a su obra posterior, que va creciendo en profundidad y oscuridad. “Todo lo que usted quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar” es un absoluto dislate de principio a fin, un ejercicio de humor funambulista sin complejos y desprejuiciado, básico y menor, pero divertidísimo.


Como toda película episódica, hay irregularidad en la comparativa entre los siete relatos independientes que la componen, dado que unos funcionan mejor que otros, y sus caminos hacia el humor son bien distintos y variopintos en las diferentes propuestas que tratan de responder de forma jocosa a diferentes planteamientos sobre el sexo de una forma totalmente hilarante.


Entre todos ellos, destaca sobremanera para mí el dedicado a ejemplificar la sodomía, mediante un desternillante relato interpretado por Gene Wilder sobre un doctor que, tratando de curar la relación romántica de un paciente por una oveja, acaba preso en las redes del amor por parte del mismo animal. Una tontería con la que resulta imposible no terminar secándote lágrimas de tanta carcajada experimentada durante su breve metraje.


Igualmente destaca el último de sus episodios, dedicado a zambullirnos en el interior de esa máquina casi perfecta que es el cuerpo humano para mostrarnos la dificultad técnica precisa para lograr una erección y una eyaculación con un Woody Allen interpretando a un espermatozoide cobarde totalmente impagable.


Entre medias, otro relato sobre los afrodisíacos en la Edad Media con el que principia la película un tanto totorrón. E icónico resulta el de esa teta gigante que amenaza a la humanidad en otro de ellos, o el concurso televisivo donde los participantes compiten para ver quién sufre la perversión sexual más grave.


Mero entretenimiento propio de esta primera etapa del genio neoyorquino a la espera de que una madurez posterior lo convirtiera definitivamente en mi cineasta de cabecera y el más influyente de todos ellos en mi percepción de la realidad.

«Los hermanos Sisters», una lección magistral de western crepuscular y relaciones familiares a cargo del genial Jacques Audiard

«Los hermanos Sisters», una lección magistral de western crepuscular y relaciones familiares a cargo del genial Jacques Audiard

Jacques Audiard es para mí uno de los grandes nombres de la cinematografía actual. Su filmografía es totalmente básica para quien suscribe estas líneas. A él debemos obras maestras como “De latir mi corazón se ha parado”, “Un profeta” o la hipnóticamente maravillosa “De óxido y hueso”, película que idolatro desde que me enamoré de ella y de Marion Cotillard el día que la descubrí en una sala de cine. Por supuesto que “Los hermanos Sisters” no está a esa altura inmortal, pero ello no obsta para que sea un peliculón con todas las de la ley, un western antológico difícilmente superable lleno de coherencia, honestidad, sentido hipnótico del relato y verdad.

Queriendo hacer suyo ese aire melancólico de “Sin perdón” de Clint Eastwood, con ciertos destellos humorísticos de nivel herederos de la mismísima “Dos hombres y un destino” de George Roy Hill, estética de “Valor de ley” de los Coen, tono épico de narración de pioneros en tierras americanas heredado directamente de “Pozos de ambición” de mi Paul Thomas Anderson (ha reverberado una de mis películas de referencia varias veces durante su visionado) y un homenaje expreso en su última escena a “Centauros del desierto” de John Ford, Audiard ha amalgamado todas esas influencias para legarnos un neowestern crepuscular espectacular en su primera incursión en terrenos norteamericanos.

La historia de dos cazarrecompensas contratados por el rico Comodoro de Oregón para dar caza a un hombre que le ha robado, que a su vez está siendo buscado por otro delegado del Comodoro para tratar de localizarlo y entregarlo a los dos hermanos ejecutores supone de facto una singladura de nivel y una película de corte épico y de profundidad superior a la que pudiere parecer a simple vista.

Para ello, Jacques Audiard no se anda con chiquitas y elige para encarnar al hermano sensato a John C. Reilly (solvente en grado máximo como siempre) y para el desquiciado, cómo no, a Joaquin Phoenix, dueño y señor de las enfermedades mentales ante la cámara, legándonos otra interpretación antológica (una más).

Más allá del simple western crepuscular, la película incide en la relación entre los hermanos, en la dura herencia que una infancia imposible deja en la personalidad humana, en sus deseos y aspiraciones bien distintas para cada uno de ellos… una road movie sobre caballos a lo largo de buena parte de la geografía propia del western.

Un hermano aporta la razón, el otro la carga violenta, ambas visiones se confrontan ante el espectador que tiene que tomar partido necesariamente. Y todo ello bañado por una capacidad en la creación de imágenes (especialmente en las nocturnas, y ojo a la primera escena, una lección magistral de cine de lo mejorcito que he visto en los últimos tiempos) antológica por parte del director francés, un alarde de estilo solo apto para superdotados, un baño de gran cine sin paliativos, donde lo visual importa lo mismo o más que lo que se cuenta.

Se nos ofrece con un cierto baño nihilista-pesimista totalmente lúcido esta obra maestra, porque uno de sus protagonistas perseguidos por los hermanos Sisters pretende fundar una sociedad perfecta en aquellas demarcaciones sin ley ni concierto, y la película desmonta con saña dicha posibilidad para hacernos ver que, allá donde la codicia aparece, la civilización se extingue. En definitiva, otro peliculón del genio francés.