Me declaro culpable de adorar a Woody Allen y confieso que «Wonder Wheel» es una obra maestra. Que me detengan pero no me quiten su genio, la fotografía de Storaro y a Kate Winslet

Wonder Wheel
Lo siento. Me confieso. Me declaro culpable y que me lleven detenido: amo el cine de Woody Allen. Y pienso que la suya no es una filmografía misógina, pederasta, machista o no sé cuántas simplezas estúpidas más he tenido que soportar en los últimos tiempos.
 
Es un genio, un puñetero genio. Uno de los más grandes de la historia del cine. Incluso su peor película (y mira que las hay malas) es mejor que la mayoría de las que se estrenan y reciben elogios patrocinados de la crítica. Su cine siempre está cargado de contenido y reflexiones morales, de profundidad y fundado asco por la naturaleza humana. Me importa bien poco qué hace o deja de hacer en su vida privada, porque se trata de juzgar al artista por su obra, no por su vida. Y Woody Allen es uno de los cineastas más importantes de mi vida, y uno de los que más me han hecho amar el cine y más me han educado.
 
Y, encima, no sé quién dijo la tontería de que Woody Allen es mucho mejor haciendo comedia que drama. Otra falsedad. Sus dramas son templos del cine, y si tengo que escoger sus mejores 10 películas, estoy seguro que al menos 6 de ellas son dramas.
 
Normalmente trabaja el drama con ecos de su adorado Ingmar Bergman (yo lo conocí y lo admiré gracias a Woody Allen), pero en “Wonder Wheel”, la maravilla que nos ha dejado este año, tiene mucho más de Tennessee Williams (mi dramaturgo favorito), de intensidad de sentimientos sudorosos por el calor y la atmósfera viciada.
 
Se trata del drama de la pobreza, la soledad, el hastío y la prisión de una relación no deseada. Se trata del triángulo amoroso que arrasa a todos sus lados. Se trata del deseo insatisfecho y el muro de la edad. Se trata de no poder alcanzar lo que quieres cuando llegas a los 40. Se trata de la crueldad de la juventud. Se trata de la piromanía y los hijos carentes de cariño y atención. Se trata del alcohol como única salida posible.
 
Y se trata de la obra cumbre de dos nombres propios del cine:
 
1.- Vittorio Storaro, posiblemente el mejor director de fotografía vivo, que firma aquí su definitiva obra maestra. Pocas películas en la historia del cine con una fotografía más bella, con una paleta de color cálida y aterciopelada que hace magia con la luz y la convierte en puro arte.
 
2.- Kate Winslet, la mejor actriz de su generación con diferencia, haciendo su obra maestra. A la altura de “Revolutionary Road” , “Mildred Pierce” O “Little Children”. Sencillamente magistral en el probablemente mejor papel de su carrera.
 
Lo demás, los diálogos cargados de amargura y pesimismo, de personajes angustiados en un callejón sin salida, marca de la casa. La ambientación de los años 50, perfecta y preciosista. Y la música, tan importante siempre en el cine del director neoyorquino. Una obra maestra.

Deja un comentario