En la madurez de su proceso creativo sin ataduras, Joel y Ethan Coen conquistaron Cannes con «Barton Fink», su particular homenaje a la literatura de Franz Kafka

En la madurez de un proceso creativo libre y sin ningún tipo de cortapisas, los geniales Joel y Ethan Coen arrasaron en el Festival de Cannes de 1991 con “Barton Fink”, quizás un homenaje al universo de Franz Kafka y, desde luego, una historia enloquecida por sus ansias de creatividad y ruptura de todos los convencionalismos. Quizás menos brillantemente misántropa que algunas de sus grandes obras maestras y un poquito menos oscura, pocas veces se ha indagado mejor en el proceso creativo literario que en esta portentosa cinta.

Pero, como es obvio, lo más llamativo de la propuesta es la capacidad visual de los Coen, creadores de imágenes perturbadoras por su originalidad y ruptura de moldes establecidos, que se subliman en el universo de la habitación del hotel donde se desarrolla la mayor parte de la trama, a base de picados, contrapicados, travellings y todo tipo de encuadres imposibles. Desde el papel pintado que se despega de la pared por el efecto del calor (es una película calurosa y acalorada) hasta el cuadro que pende de la pared, la máquina de escribir con la que trabaja el protagonista y la chirriante colchoneta. Pero, sobre todo, el pasillo, ese pasillo de hotel infinito que nos evoca directamente al de “El resplandor” de Stanley Kubrick, con el que acabará teniendo algún punto de conexión.

El guión de los Coen nos sumerge en el Hollywood de 1941, en el sistema de estudios, que ficha a un dramaturgo neoyorquino (encarnado por el siempre excesivo John Turturro) con buenas críticas para que escriba un lamentable guión comercial sobre una película de lucha libre. Semejante bajada de nivel intelectual supone un bloqueo absoluto para el autor, que no encuentra más refugio en la soledad de Los Angeles que con su vecino de habitación, un comercial de una compañía de seguros que interpreta magistralmente John Goodman. Pero, claro, nada será lo que parece.

Como no podría ser de otra forma, el cuento de horror se mece con la música del compositor de cabecera de los Coen, Carter Burwell, así como con la “vintage” dirección de fotografía, de alma setentera, de Roger Deakins.

Deja un comentario