Simplemente yo no sería yo si Woody Allen no hubiera existido, posiblemente el cineasta más influyente en mi forma de ver el mundo y la vida. “Delitos y faltas” es una de sus más inmensas obras maestras, quizás la mayor tan sólo detrás de «Match Point», de la que pudiera ser inconfesable precuela.
¿Cuál es la característica más fácilmente reconocible de una obra maestra? Que da igual el año o el momento de tu vida en el que la veas, siempre funciona como el primer día. Y estamos ante el paradigma perfecto de ello. “Delitos y faltas” son, en realidad, dos películas en una: un drama existencialista y ético de dolor y culpa que pareciere salido del insondable pozo de Ingmar Bergman (cineasta imprescindible para entender a Woody Allen) y una comedia divertidísima donde Allen hace de sí mismo con diálogos brillantes y chispeantes.
Su mensaje misántropo y nihilista es más preciso que nunca. La oscuridad de su visión de la vida más evidente. Es la historia del triunfador al que todo le sale bien y del perdedor que siempre fracasa en cualquier apuesta vital que asuma. La vida misma.
Drama y comedia no se rozan durante el metraje de la película hasta un cierto momento concreto. Son absolutamente independientes. Y ambas son maravillosamente deliciosas. Acongoja el alma y la encierra en un puño en su parte dramática (preludio bastante expreso de su posterior obra maestra definitiva “Match Point”) con una historia de un médico rico que vive amenazado con la posibilidad de que su amante se presente en su casa y le cuente todo a su mujer; plena de carcajadas, ironía y humor negro marca de la casa en su vertiente cómica, con un Woody Allen en estado de gracia haciendo de sí mismo y con una relación de confianza y confesión con su sobrina absolutamente hilarante.
Todos los elementos fijos en la filmografía alleniana están presentes en esta obra maestra: el azar como única explicación del éxito y el fracaso, la muerte, las infidelidades, el sexo, la culpa, los fuera de campo, los diálogos profundos a la par que brillantes, los personajes perfectamente radiografiados, la miseria del ser humano, unos créditos y una BSO jazzística como todo fan alleniano espera… Cada uno de los elementos propios de su cine en estado puro se encuentra en “Delitos y faltas”, rodada en el momento de madurez creativa más extraordinario de Allen y una de sus más grandes obras maestras.