«Julieta» de Almodóvar o el triunfo por éxtasis de la caligrafía visual más virtuosa del planeta

julieta“Julieta” es la consagración definitiva de Almodóvar. Su última palabra. Su punto y final maestro. Lo más difícil y meritorio en cualquier tipo de artista es tener un estilo propio, único y reconocible. Él es un genio, un puñetero maestro de lo visual, y por eso se permite derrochar su poderío creativo a manos llenas, atiborrarnos de planos propios firmados por él y reconocibles a leguas que se marcan de forma indeleble en nuestra pupila.

Nadie tiene una caligrafía visual tan prodigiosa como Almodóvar en todo el planeta Tierra. Nadie te hace paladear lo que ves con tal intensidad. Nadie tiene su propia letra, reconocible plano a plano.

La historia, esa maravillosa vuelta de tuerca al melodrama (amo profundamente al Almodóvar dramático, no encajo tan bien al cómico) a través de la historia de una madre sin hija y una hija sin madre, es de las que impactan y te calan hasta los huesos, y te dejan suspirando con los créditos finales, porque el alma te pide más y más, hasta la catarsis total.

Sin giros dramáticos de guión, esta vez el drama es seco y directo, desgarrado, fatalista, sin concesión alguna a la galería.

Pero la historia, esa inolvidable y maravillosa historia cargada de simbolismos trágicos, es lo de menos, aunque duela decirlo. Lo de más es saborear el caviar del cine de Almodóvar. Observar y analizar la belleza sublime de cada plano, de cada gesto, de cada lento y retenido movimiento de cámara marca de la casa, de esa casa de ensueño para el bueno cinéfilo.

Nadie en nuestro tiempo cuida la perfección formal como él. Por eso es un maestro absoluto. Por eso es un puñetero genio.

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