«En la sombra» de Fatih Akin es una de las grandes películas de esta década por lo incómodo y profundo de su propuesta, y por una Diane Kruger cual Juliette Binoche en «Azul»

En la sombra
Alguien lo ha hecho ante una pantalla de cine: igualar el dolor inenarrable y arrasador de una mujer que pierde a su marido y a su hijo en el mismo acto que plasmara para siempre Juliette Binoche en “Azul” de Kieslowski. Diane Kruger lo ha igualado en “En la sombra” del director turco Fatih Akin.
 
Un cineasta soberbio, propietario de una filmografía coherente y sólida, entre la que brilla con luz propia “Contra la pared” y, ahora, “En la sombra”, una obra maestra absoluta e inmortal del cine europeo. Una cinta desgarradora, compleja, nada condescendiente, a ratos rozando lo inmoral en su tramo final, dramáticamente insoportable por momentos, gozosamente magistral, sin contemplaciones, directa a la yugular del espectador.
 
A diferencia de la viuda que además pierde a su hijo (la situación es tan terrible que no hay palabra en castellano ni en inglés para definir a unos padres que pierden a su hijo) que interpretara Binoche en la película de Kieslowski, la que encarna Diane Kruger no se encierra en su dolor, todo lo contrario, es de armas tomar, está al borde de todo, incluido de la ley, y tiene claro que, dado que su vida ya no tiene sentido, vivir de esa manera es una opción como otra cualquiera.
 
La cinta, dividida en tres partes (La familia, La Justicia y Al mar), brilla como nunca antes sobre todo en su primera. La primera media hora del metraje de esta obra maestra está a una altura e intensidad pocas veces vista en una pantalla, arrasando el espíritu del espectador de forma inmisericorde. Es el momento de la pérdida, y Fatih Akin no ahorra desgarro al espectador, lo sumerge de cabeza en un pozo sin fondo sostenido por una interpretación de Diane Kruger totalmente inmersa ya en los anales del cine. De esa primera media hora, no hay espíritu que salga indemne.
 
Luego en su segunda parte, cambiando incluso de forma virtuosa el estilo fílmico para subrayar la diferencia, Akin nos traslada a un drama judicial al uso, para reservarnos en la tercera parte un final desasosegante y discutible, muy discutible, pero profundamente humano.
 
El turco lo ha vuelto a hacer, nos ha vuelto a golpear en el estómago con otra obra maestra insuperable que permite debatir tras su visionado profundamente sobre todos las encrucijadas morales que plantea en una sociedad donde los extremismos reinan entre nosotros cada día más.

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