«Hard Candy» de David Slade contaba a priori con todos los elementos para ser un perfecto homenaje a Haneke y con una Ellen Page soberbia, pero su alambicado guión acaba mermando el resultado final

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“Hard Candy”, la ópera prima de David Slade, es provocadora a medias, valiente estéticamente a medias, perturbadora a medias, apasionante a medias, desasosegante a medias. La veo y me gusta, pero me produce un cierto halo de melancolía porque pienso que el debutante David Slade ha desperdiciado el momento y el lugar de haber rematado una obra maestra, de haber intentando ponerse a la altura de Michael Haneke (su “Funny Games” como referencia constante en esta cinta), pero… no acaba de lograrlo.
 
Y ello a pesar de contar con un actor (Patrick Wilson) y, sobre todo y muy especialmente por encima de todo, con una actriz (Ellen Page) en estado de gracia creando el mejor personaje de su carrera, incluso por encima de la intocable “Juno” de Jason Reitman. Ellos dos lo dan todo para que la función sea excelsa y… si el guión hubiera tenido un par de vueltas de tuerca menos y se hubiera ahorrado algunas situaciones increíbles e intragables, posiblemente lo hubiera logrado. Demasiadas oportunidades para conservar la vida de su protagonista masculino, suspendiendo las leyes de la lógica, pequeño talón de Aquiles de la cinta.
 
La propuesta arranca de forma insuperable: solo dos personajes, solo un escenario y el juego del gato y el ratón entre un pederasta y una niña de 14 años que se ha convertido en su siguiente víctima, una cinta a medio camino entre la citada «Funny Games» de Michael Haneke y «Misery» de Rob Reiner.
 
Porque la niña no resulta ser tan inocente como parecía, y la seducción a través de las redes sociales no es más que una estrategia de una adolescente desequilibrada mentalmente para hacer pagar caras sus culpas al depredador sexual. Suena bien el planteamiento, ¿verdad? Sin duda.
 
Se trata del cuento de Caperucita Roja al revés, porque la niña tiene mucha mala leche y muchas ansias de venganza y está dispuesta a llevarse al lobo por delante, mediante dolor, torturas y todo el gore que fuere menester.
 
La dirección, a base de primerísimos planos durante todo el metraje, para conceder el protagonismo absoluto a sus actores; el uso constante del fuera de campo para la violencia (la sombra de Haneke es alargada a lo largo de todo su metraje); algún desliz “modernito” mediante cámaras al hombro que se mueven demasiado y derrochan montajes excesivamente acelerados en los momentos donde la violencia irrumpe…
 
Y Ellen Page, que, junto con Saoirse Ronan y Zoe Kazan, son las reinas del futuro del cine. Una pena que todo no culmine en una película histórica por culpa de un guión empeñado en rizar el rizo una y otra vez y alejarse de la credibilidad y la coherencia, porque estaba llamada a ser muy grande, pero sin duda al menos es recomendable.

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