Para mí, Jacques Audiard es el gran cineasta del cine francés contemporáneo. Es el director más atrevido, intenso y alejado de la comercialidad de la industria gala. Me ha deslumbrado como cinéfilo con magistrales piezas como “De latir mi corazón se ha parado” o “Un profeta”, pero, por encima de todas ellas, la favorita en mi corazón es “De óxido y hueso”. La propuesta radical es la misma, pero ésta además emociona, es lo más cercano a un film de amor que puede rodar Audiard y lo logra por la puerta grande. “De óxido y hueso” es una joya ineludible del cine actual.
Como siempre, la belleza de las imágenes que rueda Audiard es hipnótica. En este caso, me enamoran hasta el tuétano esos planos quemados por la luz del sol, sea en casa de la protagonista o en la playa. Es que, seamos sinceros, la escena de la playa pasa por ser una de las mejores que se hayan rodado en el cine europeo contemporáneo, puro mito instantáneo del cine.
Pero más allá del virtuosismo en lo formal, la cinta se eleva sobre el resto por dos elementos que la sostienen como magistral:
1 Su historia: el guión, del propio Jacques Audiard y Thomas Bidegain, adaptando una novela de Craig Davidson, es absolutamente magistral. La historia de dos perdedores, de dos seres marginales, de dos personas que se salen de todas las normas se conocen y comienzan algún tipo de relación, tan anormal como ellos mismos, árida pero afectiva a la vez. Él se llama Alí y no tienen nada en la vida más que un hijo de cinco años que tiene que cuidar y mantener como sea; ella, Stéphanie, trabaja como domadora de orcas en el acuario Marineland haciendo un espectáculo diario para turistas y se encuentra vitalmente desnortada hasta que un accidente cambia su vida para siempre. Cuando se encuentran, todo se va a complicar mucho más allá de lo imaginable. Están fraguando una tragedia al cuadrado y conformando un rumbo vital imprevisible que siempre sorprende al espectador. Todo ello en un relato seco, donde los sentimientos cuesta que afloren, donde se radiografía el dolor en pantalla como pocas veces se ha visto.
2 Su pareja protagonista: la rudeza violenta pero sensible que transmite en su interpretación Matthias Schoenaerts resulta inconmensurable. Pero todo cede y languidece ante el festival interpretativo de cierta divinidad cósmica que responde al nombre humano de Marion Cotillard, quién sabe si en su mejor interpretación. La complejidad física y emocional que levanta en su personaje no tiene precedentes en la historia del cine y el milagro interpretativo que obtiene de todo ello es “cum laude”. Porque la cinta es ELLA, Marion Cotillard.
Si unimos a todo ello la hipnótica partitura musical del gran Alexandre Desplat y una portentosa dirección de fotografía de Stéphane Fontaine, estamos con absoluta seguridad ante una obra cinematográfica cumbre.