Siempre que se reúnen Jason Reitman en la dirección y Diablo Cody en el guión es fiesta mayor para el cinéfilo. «Young adult» es una magistral, misántropa y ácida comedia en torno a la falta de evolución a la madurez tan propia de nuestro tiempo

Siempre que se reúnen Jason Reitman en la dirección y Diablo Cody en el guión es fiesta mayor para el cinéfilo. «Young adult» es una magistral, misántropa y ácida comedia en torno a la falta de evolución a la madurez tan propia de nuestro tiempo

Cada vez que Jason Reitman dirige un guión de Diablo Cody es fiesta mayor para el cinéfilo. Semejante dupla de creadores artísticos han parido comedias capitales del cine contemporáneo del nivel de “Juno”, “Tully” y esta portentosa “Young adult”. Donde en otras combinaciones cómicas reina la estulticia, aquí nos apabulla su profundidad, la solidez de sus personajes, la lucidez de sus diálogos y la amargura que se muestra en pantalla entre risa y risa de manera cruda y sin piedad para el espectador. En esta ocasión, incluso con cierto aire lánguido de historia de perdedores que la conecta directamente con el mejor Alexander Payne.

Aunque no llegue a la maestría histórica de “Tully”, la sabiduría visual de Reitman encaja como un guante en los cínicos guiones de la gran Diablo Cody y encuentran en Charlize Theron la mujer perfecta para encarnarlos. “Young adult” funciona con absoluta perfección de principio a fin, derrocha carcajadas y amargura a partes iguales, incomoda cuando se necesita y emociona en el momento justo. Suena a perfecto porque sin duda esta cinta alcanza dicha perfección en algunos momentos de su ajustado metraje.

Hay seres humanos que no evolucionan, que se quedan atascados en una adolescencia perpetua, que no son capaces de encontrar el hilo del que tirar para alcanzar su madurez, que piensan que el mundo se ha congelado y detenido en el momento en el que ellos lo hicieron. Pero no es así, por lo que el golpe contra la cruda realidad es épico y las consecuencias nefastas.

Es justo lo que le ocurre a la protagonista de esta historia, magistralmente interpretada por una diosa llamada Charlize Theron. Mavis Gary es casi cuarentona, iba a alcanzar las mieles del éxito como escritora pero acabó embarrancando por el camino, está divorciada, sola, deprimida, alcoholizada y perdida. Y es justo en ese momento cuando tiene noticia de que su novio de toda la vida en el pueblo donde nació ha sido padre y se le ocurre la peregrina idea de volver a tan remoto y cateto lugar para reconquistarlo, en la vacua creencia de que con él llegarán aquellos tiempos que pasaron.

La lucidez de la historia y la perfección en la forma en la que se presentan conforman un film maravilloso de visión imprescindible que luce una fantástica fotografía de Eric Steelberg y una adecuada música de Rolfe Kent.

Junto con «Tenemos que hablar de Kevin» de Lynne Ramsay, debería ser obligatorio para toda mujer antes de decidirse por la maternidad pasar por «Tully» de Jason Reitman

Junto con «Tenemos que hablar de Kevin» de Lynne Ramsay, debería ser obligatorio para toda mujer antes de decidirse por la maternidad pasar por «Tully» de Jason Reitman

Para el buen cinéfilo, siempre es fiesta mayor cada vez que coinciden Jason Reitman en la dirección y Diablo Cody en el guión. “Tully” es, quizás, su obra maestra definitiva, por su profundidad, lucidez, conocimiento del medio en el que se mueve y la siempre imprescindible acidez de sus propuestas narrativas. Vuelve por la puerta grande uno de los grandes directores de nuestra época, Jason Reitman, trayendo antes en su haber “Gracias por fumar”, “Juno”, “Up in the air” o “Young adult”, ni más ni menos. Junto con Woody Allen y Alexander Payne, los reyes de la comedia inteligente cargada de neuronas en lugar de palomitas. Ya lo dijo Billy Wilder (que de esto sabía un rato): las cosas serias hay que contarlas en tono de comedia.


Con semejante currículum, resulta imposible no estar apasionado de antemano por una nueva película del hijo de otro Reitman mucho menos jugoso que del que hablamos hoy. Y lo ha vuelto a hacer, y máxime cuando la historia procede de una mente femenina privilegiada, comprometida, cáustica, sarcástica, documentada y feminista como la de Diablo Cody, que ha parido en “Tully” uno de los mejores retratos realistas de la maternidad que haya dado el cine en toda su historia. A la altura de otra radiografía (mucho más tenebrosa, eso sí) del terror materno llevada a cabo por otra mujer, «Tenemos que hablar de Kevin» de Lynne Ramsay, con la que debería formar un pack de visionado ineludible antes de decidirse por la maternidad.


En tono tragicómico y sobrada de inteligencia y verosimilitud, “Tully” es el reverso tenebroso de lo que nos venden que es la maternidad. Su protagonista, orgásmicamente interpretada por una Charlize Theron estratosférica y siempre reina y señora de la cámara, es madre de un hijo con necesidades especiales y una niña de 8 años y está a punto de dar a luz a su tercer vástago. Literalmente, física y psicológicamente, está al límite y ese parto la va a poner en el otro lado de la frontera de lo soportable humanamente.


A su lado tiene algo que pudiera parecer de inicio un buen hombre, inútil, poco colaborador, de buen corazón pero de mundo propio. Está sola ante el mayor de los peligros: la maternidad. Y nada pinta fácil. Y su cónyuge ni está en ello ni se le espera. Ha recaído sobre ella el más pesado de los sacos.


Pero, a la media hora de guión, cuando no puedes estar más estresado y boquiabierto ante el drama de una madre que ya no puede más y se agota trágicamente ante tus ojos, aparece la estrella de esta inolvidable función, la que da sentido y título a la película, Tully, una niñera que es más hada madrina y maga que ser humano real, que viene al rescate de una madre que ha tocado fondo y decide sacarla adelante y descargarla de tan terrible peso sobre sus hombros porque, como dice la propia Tully, «tengo energía sobrante, como Arabia Saudí».


Tully es luz, es magia blanca, es un ángel caído del cielo, y su sonrisa luminosa lo cura todo, a la protagonista y al espectador. Parece irreal, pero la hace real una portentosa actriz que le mantiene al tipo a la diosa Theron, Mackenzie Davis, una joven actriz que ya jamás vas a olvidar tras ver esta película, porque se va a meter en tu epidermis y en tus sueños por los siglos de los siglos. Es puro cine, es un sueño hecho realidad.

Tras el personaje de Tully, la madre intenta salvarse a sí misma como ser humano que también es aparte de madre, aunque a veces nadie quiera darse cuenta, y todos nos redimimos gracias a Tully, una diosa del siglo XXI con estupenda sorpresa final en una cinta que subraya sin ningún género de dudas que Jason Reitman es un nombre propio del cine de nuestro tiempo.

«Tully», otra coincidencia mayor cinéfila de Jason Reitman en la dirección y Diablo Cody al guión, tragicomedia imprescindible de ver antes de la maternidad (en pack con «Tenemos que hablar de Kevin»)

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Para el buen cinéfilo, es fiesta mayor cada vez que coinciden Jason Reitman en la dirección y Diablo Cody en el guión. “Tully” es, quizás, su obra maestra definitiva, por su profundidad, lucidez y acidez. Vuelve por la puerta grande uno de los grandes directores de nuestra época, Jason Reitman, trayendo (antes de parir esta maravilla inmortal llamada “Tully”) antes en su haber “Gracias por fumar”, “Juno”, “Up in the air” o “Young adult”.

 

Con semejante currículum, resulta imposible no estar apasionado de antemano por una nueva película del hijo de otro Reitman mucho menos jugoso que del que hablamos hoy. Y lo ha vuelto a hacer, y máxime cuando la historia procede de una mente femenina privilegiada, comprometida, cáustica, sarcástica y feminista como la de Diablo Cody, que ha parido en “Tully” uno de los mejores retratos realistas de la maternidad que haya dado el cine en toda su historia. A la altura de otra radiografía (mucho más tenebrosa, eso sí) del terror materno llevada a cabo por otra mujer, «Tenemos que hablar de Kevin» de Lynne Ramsay

 

En tono tragicómico, “Tully” es el reverso tenebroso de lo que nos venden que es la maternidad. Su protagonista, orgásmicamente interpretada por una Charlize Theron de Oscar, es madre de un hijo con necesidades especiales y una niña de 8 años y está a punto de dar a luz a su tercer vástago. Literalmente, física y psicológicamente, está al límite y ese parto la va a poner en el otro lado de la frontera de lo soportable humanamente.

 

A su lado tiene un buen hombre, inútil, poco colaborador, de buen corazón pero de mundo propio. Está sola ante el mayor de los peligros: la maternidad. Y nada pinta fácil.

 

Pero, a la media hora de guión, cuando no puedes estar más estresado y boquiabierto ante el drama de una madre que ya no puede más y se agota dramáticamente ante tus ojos, aparece la estrella de la función, la protagonista de la película, la que da sentido y título a la película, Tully, una niñera que es más hada madrina y maga que ser humano, que viene al rescate de una madre que ha tocado fondo y decide sacarla adelante y descargarla de tan terrible peso sobre sus hombros porque, como dice la propia Tully, «tengo energía sobrante, como Arabia Saudí».

 

Tully es luz, es magia blanca, es un ángel caído del cielo, y su sonrisa luminosa lo cura todo, a la protagonista y al espectador. Parece irreal, pero la hace real una diosa, Mackenzie Davis, una joven actriz que ya jamás vas a olvidar tras ver esta película, porque se va a meter en tu epidermis y en tus sueños por los siglos de los siglos, y que igualmente está de Oscar. Es puro cine, es un sueño hecho realidad.

 

Tras el personaje-metáfora de Tully, la madre intenta salvarse a sí misma como ser humano que también es aparte de madre, y todos nos redimimos gracias a Tully, una diosa del siglo XXI con estupenda sorpresa final.

«El candidato» es una muestra de cine político interesante, pero insuficiente para el prestigio de Jason Reitman y a la altura del tobillo de «Los idus de Marzo» de George Clooney

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Jason Reitman es uno de los nombres más interesantes de la actual cinematografía norteamericana. Su firma aparece en obras maestras incontestables como “Gracias por fumar”, “Juno”, “Up in the air”, “Young adult” o la magistral “Tully”.
 
Justo por eso, a su talento innato hay que exigirle mucho más de lo que ofrece “El candidato”, un análisis certero de los entresijos de una campaña electoral y las miserias que cobran valor por encima de las ideas interesante, pero a años luz de otra propuesta similar pero millones de veces mejor como “Los idus de Marzo” del gran George Clooney.
 
Reitman, para analizar el asco generalizado que rodea a la política de partidos, el puritanismo hipócrita de una sociedad superficial, el amarillismo que ha asesinado el buen periodismo, lo políticamente correcto que asfixia a la opinión pública y tantos otros desastres actuales, con buen criterio, pone el foco en el, quizás, origen de todo ello: el momento, en los años 80, en el que los líos de faldas costaron la carrera política de un candidato demócrata prometedor y progresista como pocos, Gary Hart.
 
Magníficamente interpretado por Hugh Jackman, la película nos cuenta como nada de lo que dices ni haces importa cuando aparece en juego la carnaza de tu vida sexual. Un criterio puritano de seleccionar líderes políticos que llevará al mundo al caos. Y máxime en estos tiempos donde hasta las obras artísticas se valoran en función de la biografía de sus creadores. Puestos a empeorar, el ser humano no tiene límites, y ahí tenemos a un genio de la magnitud de Woody Allen (sobre el que jamás se ha probado nada de nada) muerto en vida.
 
Pero la película, a pesar de contar con unas interpretaciones firmes y una estética setentera que le da mucha credibilidad como forma perfecta en el ideario cinéfilo para la crítica política, adolece de un guión con poco entusiasmo y un tanto repetitivo y con unos personajes secundarios desdibujados.
 
Pretende ser una película coral y acaba centrándose tanto en el candidato que le da título que olvida profundizar en el difícil papel de la esposa ultrajada, la hija dolida, el comité de campaña desecho o la paupérrima moral periodística en las redacciones de los medios de comunicación.
 
Jason Reitman sabe hacerlo mucho mejor cuando quiere.

«Hard Candy» de David Slade contaba a priori con todos los elementos para ser un perfecto homenaje a Haneke y con una Ellen Page soberbia, pero su alambicado guión acaba mermando el resultado final

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“Hard Candy”, la ópera prima de David Slade, es provocadora a medias, valiente estéticamente a medias, perturbadora a medias, apasionante a medias, desasosegante a medias. La veo y me gusta, pero me produce un cierto halo de melancolía porque pienso que el debutante David Slade ha desperdiciado el momento y el lugar de haber rematado una obra maestra, de haber intentando ponerse a la altura de Michael Haneke (su “Funny Games” como referencia constante en esta cinta), pero… no acaba de lograrlo.
 
Y ello a pesar de contar con un actor (Patrick Wilson) y, sobre todo y muy especialmente por encima de todo, con una actriz (Ellen Page) en estado de gracia creando el mejor personaje de su carrera, incluso por encima de la intocable “Juno” de Jason Reitman. Ellos dos lo dan todo para que la función sea excelsa y… si el guión hubiera tenido un par de vueltas de tuerca menos y se hubiera ahorrado algunas situaciones increíbles e intragables, posiblemente lo hubiera logrado. Demasiadas oportunidades para conservar la vida de su protagonista masculino, suspendiendo las leyes de la lógica, pequeño talón de Aquiles de la cinta.
 
La propuesta arranca de forma insuperable: solo dos personajes, solo un escenario y el juego del gato y el ratón entre un pederasta y una niña de 14 años que se ha convertido en su siguiente víctima, una cinta a medio camino entre la citada «Funny Games» de Michael Haneke y «Misery» de Rob Reiner.
 
Porque la niña no resulta ser tan inocente como parecía, y la seducción a través de las redes sociales no es más que una estrategia de una adolescente desequilibrada mentalmente para hacer pagar caras sus culpas al depredador sexual. Suena bien el planteamiento, ¿verdad? Sin duda.
 
Se trata del cuento de Caperucita Roja al revés, porque la niña tiene mucha mala leche y muchas ansias de venganza y está dispuesta a llevarse al lobo por delante, mediante dolor, torturas y todo el gore que fuere menester.
 
La dirección, a base de primerísimos planos durante todo el metraje, para conceder el protagonismo absoluto a sus actores; el uso constante del fuera de campo para la violencia (la sombra de Haneke es alargada a lo largo de todo su metraje); algún desliz “modernito” mediante cámaras al hombro que se mueven demasiado y derrochan montajes excesivamente acelerados en los momentos donde la violencia irrumpe…
 
Y Ellen Page, que, junto con Saoirse Ronan y Zoe Kazan, son las reinas del futuro del cine. Una pena que todo no culmine en una película histórica por culpa de un guión empeñado en rizar el rizo una y otra vez y alejarse de la credibilidad y la coherencia, porque estaba llamada a ser muy grande, pero sin duda al menos es recomendable.

«Tully», otra fiesta mayor cinéfila la coincidencia de Jason Reitman en la dirección y Diablo Cody en el guión, tragicomedia imprescindible de ver antes de ser madre

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Para el buen cinéfilo, es fiesta mayor cada vez que coinciden Jason Reitman en la dirección y Diablo Cody en el guión. “Tully” es, quizás, su obra maestra definitiva. Vuelve por la puerta grande uno de los grandes directores de nuestra época, Jason Reitman, trayendo (antes de parir esta maravilla inmortal llamada “Tully”) antes en su haber “Gracias por fumar”, “Juno”, “Up in the air” o “Young adult”.
 
Con semejante currículum, resulta imposible no estar apasionado de antemano por una nueva película de Reitman. Y lo ha vuelto a hacer, y máxime cuando la historia procede de una mente femenina privilegiada, comprometida, caústica, sarcástica y feminista como la de Diablo Cody, que ha parido en “Tully” uno de los mejores retratos realistas de la maternidad que haya dado el cine en toda su historia. A la altura de otra radiografía del terror materno llevada a cabo por otra mujer, «Tenemos que hablar de Kevin» de Lynne Ramsay
 
En tono tragicómico, “Tully” es el reverso tenebroso de lo que nos venden que es la maternidad. Su protagonista, orgásmicamente interpretada por una Charlize Theron de Oscar, es madre de un hijo con necesidades especiales y una niña de 8 años y está a punto de dar a luz a su tercer vástago. Literalmente, física y psicológicamente, está al límite y ese parto la va a poner en el otro lado de la frontera de lo soportable humanamente.
 
A su lado tiene un buen hombre, inútil, poco colaborador, de buen corazón pero de mundo propio. Está sola ante el mayor de los peligros: la maternidad. Y nada pinta fácil.
 
Pero, a la media hora de guión, cuando no puedes estar más estresado y boquiabierto ante el drama de una madre que ya no puede más, aparece la estrella de la función, la protagonista de la película, la que da sentido y título a la película, Tully, una niñera que es más hada madrina y maga que ser humano, que viene al rescate de una madre que ha tocado fondo y decide sacarla adelante y descargarla de tan terrible peso sobre sus hombros porque, como dice la propia Tully, «tengo energía sobrante, como Arabia».
 
Tully es luz, es magia blanca, es un ángel caído del cielo, y su sonrisa luminosa lo cura todo, a la protagonista y al espectador. Parece irreal, pero la hace real Mackenzie Davis, una joven actriz que ya jamás vas a olvidar tras ver esta película, porque se va a meter en tu epidermis y en tus sueños por los siglos de los siglos, y que igualmente está de Oscar. Es puro cine, es un sueño hecho realidad.
 
Tras el personaje-metáfora de Tully, la madre intenta salvarse a sí misma como ser humano que también es aparte de madre, y todos nos redimimos gracias a Tully, una diosa del siglo XXI con sorpresa final.

«Lady Bird» de Greta Gerwig es una tragicomedia social tan perfecta, y Saoirse Ronan nos regala una interpretación tan antológica, que estoy metido en un lío a la hora de ver los Oscars 2018

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“LADY BIRD” DE GRETA GERWIG ES UNA TRAGICOMEDIA SOCIAL TAN PERFECTA, Y SAOIRSE RONAN NOS REGALA UNA INTERPRETACIÓN TAN ANTOLÓGICA, QUE ESTOY METIDO EN UN LÍO A LA HORA DE VER LOS OSCARS DE ESTE AÑO:
 
Acabo de ver “Lady Bird”, la ópera prima de Greta Gerwig y acabo de ganarme un enorme problema en mi vida, otro más: ya no sé cuál va a ser mi película favorita para los Oscars 2018. Hasta ahora, vivía en paz conmigo mismo sabiendo que la noche del 4 de Marzo iba a casa de mi patrocinador de Oscars Jorge Buj (una tradición que espero perdure por los siglos de los siglos) con una clara favorita bajo el brazo: “Tres anuncios en las afueras” de Martin McDonagh hasta… que llegó “Lady Bird” y me ha roto la tranquilidad del favorito indiscutible, regalándome un empate absoluto y un equilibrio perfecto en mi alma cinéfila.
 
Porque, señoras y señores, “Lady Bird” es un peliculón con todas las de la ley, una auténtica maravilla a medio camino entre el drama y la comedia que nos deja un personaje adolescente femenino prendido en nuestra alma para lo que nos quede de vida (como en su momento lo fue «Juno» en la película de Jason Reitman), un guión apabullante y provocador, y una interpretación histórica insuperable y magistral de la joven Saoirse Ronan, mejor escrito así SAOIRSE RONAN (todo en mayúsculas) a la que hay que darle el Oscar a la Actriz Protagonista sí o sí, a riesgo de que monten en cólera mi cuerpo y mi alma violentamente.
 
Porque Greta Gerwig es lista, muy lista, y sabe que podía y debía dejar todo el peso de su ópera prima sobre los hombros de esta impresionante joven actriz, porque ella puede con eso y con más. Porque prácticamente Saoirse Ronan aparece en todos los planos de la película y no cabe imaginarse una sola escena sin ella, un torbellino interpretativo maravilloso y gozoso, a la altura de nuestra Sandra Escacena (este año, sin duda, es el año de las adolescentes revolucionando el cine para siempre).
Un peliculón, así con todas las letras. No es ni más ni menos que el relato de ese momento vital entre el instituto y la universidad de una adolescente con una enorme personalidad, las ideas muy claras, un descaro impresionante y un carácter arrollador. Una chica que vive en el seno de una familia humilde y que tiene que convivir en su colegio católico con adolescentes de mucha mejor posición social que ella. Hay que tener ingenio y agallas para sobrevivir en esa situación, y el personaje de Lady Bird (así se ha autodenominado ella misma renunciando al nombre que Christine que le dieron sus padres) puede con todo y con todos, y se cuela de forma definitiva en nuestra vida para siempre.
 
No es fácil ser la pobre del instituto, pero si eres Lady Bird, tienes madera para superar eso y todo lo que traiga la adolescencia, simplemente porque eres un personaje que ya me va a acompañar durante el resto de mis días en una película adorable que ya forma parte de mi colección particular de sueños cinéfilos.