Un festín de lujo para la mañana de Navidad: «Un hombre soltero» de Tom Ford

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Nada más sublime para la mejor mañana de Navidad posible para un cinéfilo que reservar un plato de lujo, exquisito y sublime, para paladear en la tranquilidad del arranque del día, como es “Un hombre soltero” de Tom Ford, un festín estético para los sentidos, una gozada para la más exigente de las pupilas, un sorbo del mejor cava de celuloide, la mejor de las salsas que echarse a los ojos.
 

Perfectamente diseñada en cada uno de sus planos y encuadres, absolutamente pensada en cada gesto, en cada palabra, en cada movimiento de cámara, es sencillamente perfecta en su exquisitez. Pura esencia visual.
 
Heredera del mejor technicolor de los 60, como si se tratase de una obra maestra de Douglas Sirk, o de mi adorado Todd Haynes, plagada de colores almodovarianos, como el mejor episodio soñado de Mad Men, con ecos de «El camino de los ingleses» de Antonio Banderas…
 
Ese estilo me arrebata, y por eso “Un hombre soltero”, con su carga de colorín esteticista trasciende y me llega al alma.
 
La homosexualidad escondida y vergonzante en los 60, la soledad, la muerte, el suicidio, el alcohol y las drogas, el existencialismo en el precipicio de la intelectualidad de la época, la crisis de los misiles cubanos como telón de fondo, la maternidad sin sentido, la vida misma… todo pasa por delante de una coreografía visual absolutamente arrebatadora, que culmina en el plano de la llegada en coche de Colin Firth ante unos ojos femeninos gigantes procedentes de un inmenso cartel publicitario de “Psicosis” de Alfred Hitchcock: cine dentro del cine, genio dentro del genio, caviar puro para el cinéfilo.
 
Ésta sí que es la mejor de las maneras de comenzar el día de Navidad. Amén.

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