La Temporada 2 de Mad Men o cuando la tele fue perfecta hasta para el cinéfilo más exigente

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Terminada la revisión de la Temporada 2 de Mad Men, sigue pareciendo, a pesar del paso de los años, más clásica que nunca, más imprescindible, más perfecta, más absoluta, un templo de la televisión junto con A Dos Metros Bajo Tierra, Los Soprano, Breaking Bad y The Wire, el quinteto de la perfección sublime.
 

Es el clasicismo absoluto. Es la serie que hubieran soñado firmar Douglas Sirk o Todd Haynes. Es la serie que yo soñaría con crear. Es colorín puro y duro, maravillosa estética sesentera en formato technicolor para unos guiones cargados de emoción y profundidad, de diálogos con más capas que una cebolla, de personajes perfectamente definidos y con infinidades de tramas y dobleces, de tramas que se toman su tiempo sabiamente para desarrollarse, de silencios que narran historias (jamás en una serie los silencios y las miradas fueron tan importantes como en Mad Men, esa maravilla de ingeniería desarrollada por Matthew Weiner).
 
En esta Temporada 2, cobra especial impacto todo lo que tiene que ver con la “fuga” de Don Draper y el descubrimiento de su extraña “otra vida anterior” que arrastra y que te arrastra a compartir su oscuro callejón sin salida.
 
Y ese final cargado de brutal sinceridad… épico y mágico mientras que sus personajes esperan que el mundo estalle en mil pedazos durante la crisis de los misiles cubanos. Mad Men es una de las más grandes y más incalcanzables, y lo seguirá siendo por los siglos de los siglos, amén.

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